Un musical contra el olvido de la masacre de Marikana

Un musical estrenado en Pretoria revive sobre el escenario la masacre de la mina sudafricana de Marikana e intenta perpetuar la memoria de los 34 trabajadores que murieron tiroteados por la Policía cuando se manifestaban por una mejora de sus derechos.

«Es fácil hacer de ellos una estadística; otra cosa es recordar los nombres, que eran gente con vidas como tú y como yo, queridos por sus familias, que trabajaban para sacar adelante a sus familias», cuenta a Efe el director de la obra, Aubrey Sekhabi.

El musical busca honrar no solo a los 34 mineros, sino también a las otras diez personas -policías, guardias de seguridad y sindicalistas rivales- que murieron el fatídico 16 de agosto de 2012, en el que fue el peor suceso desde la represión del régimen racista del «apartheid».

Tal vez un musical puede parecer una forma poco adecuada de recordar una tragedia. Se lo han preguntado mucho a Sekhabi, que tiene una respuesta bien clara: los africanos recurren a la música para expresar todos sus sentimientos, tanto en las bodas y los bautizos como en las protestas y los entierros.

Esas mismas protestas de los mineros por un salario de 12.500 rands (unos 900 euros al cambio actual) protagonizan buena parte de la obra. Van acompañadas, como toda concentración reivindicativa en Sudáfrica, del canto y del baile de los manifestantes.

Entonan canciones escritas especialmente para el musical, que recogen el sentimiento de los trabajadores: «desde nuestros lejanos pueblos/ para desenterrar las riquezas de nuestra tierra/ en beneficio de carroñeros extranjeros/ exactamente igual que en el pasado».

Pero también interpretan himnos populares de las minas, canciones en lenguas africanas con las que mineros de todas las regiones de Sudáfrica y de países como Lesoto, Zimbabue o Mozambique mantienen la moral alta, la fraternidad y la camaradería ante las dificultades.

«Es una tradición muy rica. Algunas de estas canciones ponen los pelos de punta. No debemos esconder nuestra cultura», declara el director de la obra, que ha recibido numerosos premios y puede verse en el Teatro de Estado de Pretoria hasta el 16 de agosto.

Otra de las novedades de la obra de Sekhabi es el tratamiento de los hechos, emotivo pero aséptico al mismo tiempo.

Apenas si aparece la empresa dueña de la mina, Lonmin, y el todo el protagonismo recae sobre los actores rasos que encarnan a los trabajadores se llevaron la peor parte.

Los policías, con sus miedos y sus inquietudes y la de sus seres queridos, muestran una perspectiva inédita de la tragedia.

La escena en la que un policía y su mujer se despiden cantando antes de la misión en Marikana, en la que ella le prepara el chaleco antibalas y la camisa azul del uniforme, es una de las más emotivas de la pieza, que cada noche provoca las lágrimas de muchos espectadores.

El clímax de la acción se alcanza con las agresivas protestas de los mineros -armados con bastones tradicionales y machetes- en torno a la colina en la que se concentraban, una estructura de hierro que preside en todo momento el escenario, bajo la que toca en directo la orquesta.

Y especialmente cuando se enfrentan con la Policía, que dispara a bocajarro contra la turba y deja sobre los tablones una estampa dantesca de cuerpos inertes y agentes incrédulos y asustados y provoca en la sala un silencio estremecedor.

Los cadáveres de los mineros son retirados tras confiscar los machetes, en un doloroso recordatorio de que la vida sigue y siempre hay que hacer limpieza, pero Sekhabi los deja yacer detrás en una plataforma, y en su presencia al fondo del escenario continúa la obra.

Lo hace con la desolación de sus viudas, que se aferran a sus ropas como último nexo con los maridos que se ganaban la vida lejos, a quienes veían poco pero «que siempre volvían». No lo hacen esta vez.

Y también con un funeral en el que se despliega con todo su esplendor la fuerza conmovedora, a la vez triste y esperanzada, de la música religiosa africana. EFE (I)

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