Talento nacional y Libertad de Expresión

María Dolores Miño

María Dolores Miño
Quito, Ecuador

Supuestamente, uno de grandes logros de la Ley Orgánica de Comunicación (LOC), fue promover el talento nacional. Bajo esta premisa,  el  artículo 108 de la LOC, obligó a las emisoras de radio nacionales a programar y transmitir la producción musical de artistas nacionales en igual proporción a la de artistas extranjeros que sale al aire diariamente. Esta medida se conoce como el “1×1”.

Proteger y promover el talento nacional, a simple vista parece lógico y hasta necesario.  No obstante,  debemos analizar si la medida impuesta en el art. 108 de la LOC está surtiendo el efecto esperado y sobre todo, si ésta es compatible con las obligaciones del Estado en materia de libertad de expresión.

Como radioescucha y melómana empedernida que he sido toda la vida, los resultados del 1×1 me han parecido, cuando menos,  mediocres.  En primer lugar, porque hoy por hoy  la producción musical nacional no es  suficiente para llenar la cuota de programación impuesta por el art. 108. De ahí que para cumplirla, las estaciones radiales han debido desempolvar del baúl de los recuerdos los éxitos “dinosaurio” de los pocos artistas  pop nacionales que son del gusto de población. Y aunque al principio emocionaba volver a escuchar los hits ecuatorianos de la infancia, después de dos años (y de toda una vida de haberlos escuchado en todas las versiones posibles) empieza a ser tedioso.  Con honrosísimas excepciones, no veo cómo el 1×1 ha logrado que la oferta musical nacional innove, cuando las estaciones pasan incansablemente canciones de hace quince y veinte años como si fueran éxitos del momento.

Si lo que se quería era fomentar el talento nacional (habilidad innata, creatividad,  capacidad de expresión propia) el 1×1 está fallando épicamente también.  El artista nacional, al menos en el género pop, (y de nuevo, con las excepciones del caso), se está dedicando a producir “covers” de artistas extranjeros, es decir, reciclar canciones viejas de cantantes de otros países. Difícilmente podríamos decir que aquello es “talento nacional”, a menos de que creamos que “lo nuestro” es hacer versiones rock-pop de baladas ochenteras de Chiquetete.  Parecería que en muchos casos, el 1×1 ha sumido al artista nacional en una suerte de comodidad,  pues al saber que su música será escuchada sí o sí, no se esfuerza en presentar material nuevo, o que tenga la originalidad necesaria para justificar semejante nivel de protección frente a la producción musical extranjera.

Esto es preocupante tomando en cuenta que hay muchas estaciones cuya programación estaba especialmente orientada a pasar música extranjera, o de géneros que no se producen en Ecuador. ¿De dónde sacan estas emisoras artistas o bandas nacionales que se ajusten al tipo de programación que quieren pasar en la proporción que el 1×1 exige? ¿Qué sucede si la línea de programación de una estación está orientada específicamente a pasar música extranjera?

Estas preguntas son importantes a la luz del derecho a la libertad de expresión, que protege la posibilidad de difundir expresiones de tipo artístico, entre las cuales está indudablemente la música. Esta protección incluye el derecho de las estaciones radiales (sus dueños o locutores) de elegir el tipo de música que quieran transmitir, y de crear su imagen a partir de esa programación. El tipo de música que se transmite le da identidad a la estación o programa (algo que podría ser equiparable a la línea editorial de un periódico)  y que merece, creo yo, respeto y protección. Así, cuando una ley impone contenidos musicales en la forma  que hace el  1×1, merma de manera desproporcionada, el derecho a elegir libremente la programación musical que una estación desea difundir.

Además, la libertad de expresión protege el derecho del público de elegir la programación radial que prefiere escuchar, incluso a moldearla a partir de sus preferencias. Cuando todas las estaciones de radio deben pasar música nacional en una proporción del 50%, al público no le queda más que escucharla aun cuando en muchos casos ésta no sea de su agrado o preferencia,  porque no tiene otra opción. Su derecho a buscar y recibir los contenidos artísticos que se ajusten a sus necesidades, gustos e identidad, se ve menoscabado con esta medida.

Finalmente, cabe preguntarnos: ¿Promover el talento nacional sólo puede lograrse obligando a las emisoras a pasar música de artistas nacionales, aun cuando ésta se aparte del tipo de programación que una estación quiere emitir? La respuesta es claramente, no.  El Estado podría apuntar a la creación de productoras, invertir en equipos de última tecnología, facilitar préstamos y becas a los artistas nacionales para que mejoren la calidad de sus productos, de tal forma que su música pueda competir con la extranjera de manera igualitaria porque es excelente, y no porque al público se le ha forzado a escucharla. El “talento nacional” (lo que quiera que eso signifique) difícilmente mejorará cuando el artista sabe que no tiene que esforzarse para que su música escuchada.  Como en muchos otros campos, las medidas que protegen “lo nuestro” solo por ser tal, fomentan la mediocridad y  la falta de originalidad, mientras que coartan el derecho del consumidor a elegir y a acceder a la mayor cantidad de oferta posible para satisfacer sus necesidades.

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