¿Y cuándo la izquierda no ha censurado?

Rodrigo Constantino
Rio de Janeiro, Brasil

Manuela Lavinas Pic, profesora de Relaciones Internacionales de la Universidad de San Francisco, en Ecuador, escribió un artículo publicado en la Folha haciendo un mea culpa del autoritarismo de la izquierda latinoamericana. La profesora empieza elogiando la transferencia de renta del gobierno populista de Rafael Correa, en busca de «justicia social». Y después critica sus ataques a la prensa libre.

Dice ella: «Uno de los gobiernos que más invierte en programas de redistribución de renta para los pobres de América Latina y también el que más censura a la oposición»· Concuerdo con la segunda parte, pero no con la primera. Al menos no como si fuera algo positivo.

Vale la pena recordar que Hugo Chávez, en Venezuela, hizo enormes programas de «transferencia de renta» para los pobres, así como el PT en Brasil. En la práctica, puro populismo, compra de votos, dar el pez en lugar de enseñar a pescar, mantener una multitud de electores dependientes de los subsidios estatales. ¿Es eso realmente deseable?

Mas dejemos esa parte y hablemos del segundo aspecto: ese sí, es innegable. Los gobiernos bolivarianos no conviven bien con una presa y una oposición libres e independientes. La profesora sigue citando ejemplos concretos de persecución a periodistas, entidades ligadas a la prensa, y todo tipo de subterfugios para amordazar las críticas.

Manuela se muestra desilusionada con la constatación de que los gobiernos democráticos de izquierda también usan el poder del Estado contra sus ciudadanos. Dice ella: «Nuestro error talvez ha sido creer que los movimientos sociales de izquierda, forjados en años de resistencia contra dictaduras militares, pudiesen transformar la esencia represiva del Estado». Es un avance percibir aquello. Cuestiono, claro, hasta qué punto tales regímenes militares no fueron una reacción a los métodos de esos «movimientos sociales». No vamos a ignorar que «nobles» fines justificaban cualquier medio, y que jamás la libertad y la democracia fueron, de hecho, sus metas.

Mas, dejando eso de lado, es auspicioso ver que una izquierdista concuerda con aquello que el liberal Lord Acton dijo ya en el siglo 19: ¡El poder corrompe! Y el poder absoluto corrompe absolutamente. Es por eso que la preocupación de los liberales siempre ha sido limitar el poder del Estado, y no tomarlo para sí, como si los ungidos abnegados pudiesen usar todo ese poder para «hacer el bien».

Benjamin Constant fue otro gran liberal que estaba más preocupado en los riesgos del abuso del poder que en quiénes detentan todo el poder. Monstequieu predicó la división de poderes por los mismos motivos. Los límites constitucionales fueron siempre defendidos por los liberales por la misma razón. El federalismo, la descentralización del poder y la reducción del centralismo, tienen el mismo objetivo.

En fin, los liberales siempre han sabido que el bien que el Estado puede hacer es limitado. Pero el mal, ilimitados. Y también saben que el poder entregado al Estado para realizar la fantástica «justicia social» es también un poder que puede usarse para abusar del pueblo, esclavizarlo y quitarle sus bienes en nombre de la igualdad.

Manuela termina el artículo afirmando que es preciso resistir, pero con nuevos modelos. Y dice que es preciso abandonar el esquema binario y obsoleto de izquierda y derecha.

Entiendo, pero no concuerdo. Todo el que dice que izquierda y derecha son conceptos obsoletos, ¡terminan predicandos métodos muy izquierdistas!

Si entendemos que la izquierda es justamente esa defensa de la concentración de poder del Estado para implantar la «justicia social», y que la derecha liberal predica justamente menos Estado y más libertad individual, entonces no hay por qué temer la defensa del camino de la derecha. Manuela está sorprendida con una izquierda que censura. No debería. Lo raro es una izquierda que no censure. Eso sí sería algo sorprendente e inusual.

* Rodrigo Constantino es periodista brasileño. El artículo que reproducimos fue publicado en la revista Veja, el 21 de febrero de 2014, en respuesta a otro publicado por Manuela Picq, el mismo mes, en el diario Folha de Sao Paulo.

Más relacionadas