Encuestas derrotadas

Hernán Pérez
Guayaquil, Ecuador

Cuánto daño debe haberle infligido a la sociedad argentina el gobierno de Cristina Fernández, y en general la era del kirchnerismo, que una oposición débil, acorralada y con candidatos de escasa inspiración popular logró lo que parecía imposible la noche del pasado domingo: que Macri prácticamente empatara con el candidato oficialista, lo que obligaría a ir a una segunda vuelta. Imposible, según las encuestas al menos. Es que estas últimas son, después de Cristina, las grandes derrotadas de la reciente jornada electoral argentina.

En muchos políticos latinoamericanos las encuestas han devenido en su tumba política. Les impide pensar con claridad. Los lleva a cometer grandes errores, ya sea que estén en el poder como en la oposición. Si están en el poder, las encuestas se encargan de pintarles un mundo de color de rosas y de minimizarles los problemas que enfrenta su gestión. Si están en la oposición, ellas se encargan de crearles temores injustificados u oportunidades inexistentes.

En pocas palabras, para lo que sirven las encuestas –con las excepciones de siempre– es para distanciar a los políticos del pueblo. Y eso es fatal para ellos y para la democracia. Los grandes líderes que han transformado el mundo, incluyendo aquellos que forjaron América Latina, lo hicieron sin depender de las encuestas. Hicieron lo que su conciencia les dictaba, lo que su olfato les indicaba, lo que su visión les señalaba.

En Argentina fue entonces el pueblo el que venció tanto al escepticismo de la oposición como al triunfalismo del gobierno. Todo parece indicar que el colapso del kirchnerismo será tan aparatoso y espectacular como fue su forma de gobernar.

Y es que un régimen que se sostenía a base de una propaganda tóxica por radio y televisión, con decenas de atosigantes cadenas nacionales que pretendían crear una realidad inexistente, y en un movimiento oficialista que aplaudía a rabiar una política de persecución a los diarios y estaciones de radio y televisión independientes; ese régimen que no conoció la independencia judicial, ni el equilibrio de poderes, ni la austeridad del gasto público, y menos las manos limpias en el manejo del dinero público, es un régimen que no va a concluir así nomás su administración como sucede en cualquier nación democrática cuando un gobierno es reemplazado por otro. Lo más probable es que en lo que le resta de agonía al kirchnerismo, el gobierno pretenda a como dé lugar cubrir su retirada, especialmente la seguridad política y judicial de Cristina, la beneficiaria de una de las sociedades conyugales más prósperas de América Latina, no se diga de Argentina.

La jornada electoral del domingo también reveló la vergüenza de tener un organismo electoral al servicio del poder de turno. A pesar de sus ofrecimientos, la entidad electoral ocultó los resultados de las elecciones –los primeros en salir daban una ventaja a Macri– y fue solo a la medianoche cuando comenzó a divulgarlos. Después de todo el ocultamiento es una de las cosas que mejor supo hacer el kirchnerismo. Hasta que le llegó su hora. (O)

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