Rubén Darío

Solo decir su nombre es sinonimia de poesía. Rubén Darío, el gran poeta nicaragüense, cumplió 100 años de muerto el 6 de febrero; ha estado desde siempre en los altares del Olimpo; es –a quién le cabe duda- la joya proverbial de la poesía hispanoamericana; nos ha quitado el anonimato a todos los latinoamericanos.

Sin embargo algo me dice que Rubén Darío no ha sido el poeta tan leído, que aparenta, al menos en América Latina, que tanto lo cita. Leido, sí, en las escuelas primarias de nuestros países: muchos sabemos de memoria poemas como “Sonatina”, “Lo fatal” o “Margarita”. Sabemos también que su obra se inscribió en el modernismo (siendo su “fundador” oficial). Sin embargo dejemos de pensar por un momento en estas frases de panfleto común. ¿Será que Darío es verdaderamente el poeta que está en todos los corazones de la patria del español latinoamericano? Su obra se debe, efectivamente, al simbolismo, diríamos mejor que su gran aporte fue convertir el simbolismo y parnasianismo francés a una sensibilidad latinoamericana, escribiéndolo en español. Usó la fuerza de su voz para entablar un diálogo con los simbolistas y parnasianos franceses (a mi juicio, los creadores del, para nosotros, llamado “modernismo”). España y Francia siempre tuvieron rivalidades estéticas profundas y el simbolismo de los grandes poetas franceses no traspasó los Pirineos, tan fácilmente, pero si se volcó por el Atlántico hasta América. Allí lo esperó su hijo predilecto: el gran lector y hombre de los cien mil oficios, el Fenix de la poesía: Félix Rubén García Sarmiento, que fue oficiante real de la poesía. El comenzó a usar nuevos giros, nuevos patrones para enaltecer una cultura. Se sumergió desde Amércia y luego desde la misma España para enaltecer las formas monárquicas, los metros petrárquicos y alejandrinos y luego romper patrones y medir distinto los versos, usar espléndidas sinestesias y conmover. Luego vino su etapa política y casi a la par su agonía.

Darío es un modernista francés que escribió en español. y lo hizo magistralmente. Pero, pienso, si su enorme figura de poeta no opacó a los que, a mi modesto parecer, fueron los verdaderos modernistas americanos. Llámense José Martí o José Asunción Silva. La temática dariana era un espejo de la francesa cortesana, aunque claro, trabajo en ese enorme y monumental “Cantos de vida y esperanza” piezas de verdadero calibre poético. Pero su actitud, su posición estética fue, (como él lo dijo: “yo persigo una forma”) desde las costuras. En Marti y Asunción Silva me parece que hubo más garra latinoamericana, más empeño por decir, por mostrar las bondades del continente verde, del continente bullente y nuevo.

Nadie puede negar a Rubén Darío (todos lo amamos: su poema “Los motivos del lobo”, por ejemplo es una pieza única desde la postura humanista), era un artista, un joyero de peso. Pero sus coetáneos supieron hablar desde aquí, desde la misma tierra rubendariana, y lo hicieron destapando la olla de grillos que la poesía latinoamericana tiene y tendrá, sacaron a relucir la belleza del barroco naturalista, el impresionismo y la fuerza desgarradora de la protesta. ¿Será por eso que a Darío siempre lo recuerdan casi como un poeta infantil?

Enorme Rubén Darío, un poeta artista, de torre de marfil. Todos le debemos algo. Y no le pagaremos nunca.

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