Pekín, (EFE).- Qiu Xiaolong quería escribir sobre la transición de su país y acabó encontrando en un detective la mejor manera de hacerlo. Hoy es una voz de referencia en el mundo de la novela negra y desvela en sus libros la China más oculta: un país donde «no se puede ser idealista».
Le han calificado de historiador e, incluso, de sociólogo, y aunque Qiu (Shanghái, 1953) no se ve a sí mismo como tal, reconoce en una entrevista con Efe que sus libros están cargados de realismo.
«Cada vez siento una mayor necesidad por ese énfasis sociológico o histórico», reconoce el creador del detective Chen.
El escritor se sienta con Efe en una popular librería de Pekín, poco después de ofrecer una charla sobre su último libro, «El dragón de Shanghái», que acaba de publicarse en español.
Durante algo más de una hora, la librería se convierte en un espacio privilegiado, una burbuja de libertades en un país de censura.
Qiu dibuja al protagonista de sus historias como un policía que intenta ser justo, a quien le incomoda el Partido único y quien trata de marcar la diferencia dentro del sistema. Pero en este último libro se produce un cambio.
«En los primeros era muy idealista. Ahora cada vez se vuelve más cínico», dice el autor sobre su alter ego quien, como él, también escribe poesía.
¿Se necesita ser cínico para sobrevivir en China? Se le pregunta. Y Qiu reflexiona y dice: «Sí (…) Si no, te puedes volver loco».
Eso es lo que se desprende de su charla y de sus novelas, en las que expone el poder del Partido Comunista en todos los ámbitos -incluso en el personal, para robarle la novia al protagonista- y la rampante corrupción en sus filas.
«En los libros chinos, algunas partes de la historia se omiten y eso me dio una razón para hacer lo que hago», explica.
Entre lo censurado está la masacre de Tiananmen de 1989, un oscuro episodio de China que convirtió a Qiu en un exiliado.
El autor había viajado a EEUU a investigar sobre T.S.Eliot, a quien ha traducido, y apoyó desde la distancia las históricas protestas que se vivían por entonces en su país.
Cuando los tanques acabaron con las protestas y empezaron las represalias, Qiu decidió quedarse en América.
«Vuelvo una vez al año y siento miedo cada vez que me intento sacar el visado, por si no me lo dan», reconoce. Pero hasta ahora no ha tenido ningún problema, salvo con la censura.
Hace años, una editorial china le propuso publicar algunos de sus libros y decidió intentarlo. Las obras acabaron modificadas hasta tal punto que la ciudad de Shanghái – escenario de sus novelas – se acabó convirtiendo en una simple «H» para despistar a los lectores.
«¡En sus comentarios los lectores siempre acababan diciendo que se trataba de Shanghái!», ríe el autor. Y es que, añade, los censores «no leen las opiniones del público».
Para su última obra, el escritor se inspiró en uno de los escándalos más sonados de la política china, que bien podría convertirse en un serie de éxito al estilo de «House of Cards»: el caso Bo Xilai.
Es la historia de un carismático político que apuntaba alto y acaba en la cárcel por corrupción, después de la huida de su mano derecha, el policía Wang Lijun, a un consulado de EEUU tras el asesinato de un empresario británico a manos de la mujer de Bo.
«No puedo evitar seguir estos casos», comenta con entusiasmo el escritor, y desconfía de que la campaña contra la corrupción del presidente Xi Jinping no tenga un motivo político oculto.
Algunas políticas de Xi le recuerdan a la época de la Revolución Cultural, un periodo dramático para la familia del autor, humillada por ser «negra», capitalista.
«Mi padre era dueño de una pequeña empresa y tenía que ser perseguido por ello», recuerda Qiu y comparte una escena. El día en que tuvo que escribir la carta de confesión de su padre, que acaba de someterse a una operación de la vista.
«Por lo general (los Guardias Rojos) nunca estaban contentos con la carta y te pedían que la rehicieras, pero la mía la aceptaron a la primera», cuenta Qiu, y añade: «Así que pensé: debo ser bueno en esto».
Ahora, cuando ve las confesiones forzadas de detenidos en televisión o la propaganda, siente que vuelve a aquella época.
«Me preocupa», admite el narrador de la realidad china, y deja entrever una cierta desilusión. La misma que siente su famoso detective en su última historia. EFE (I)