Luis Eduardo Aute en mi auto

Mis nervios estuvieron alterados en las últimas semanas previas al Encuentro Internacional “Poesía en Paralelo Cero 2016”, antes que Luis Eduardo Aute, el gran cantautor español, llegara a Quito para participar en él.

Estuvimos  esperàndolo Jorge Luis Bustamante, mi hermana Andrea (a quien ofrecì de regalo de cumpleaños recibir al maestro) y yo.  Me acerqué, nos dimos un fuerte abrazo. Tomé su maleta roja y pesada. Me dijo: “¡son libros, eh!”, como que yo iba entender que el peso de los libros es un peso justificado. Lo llevamos en mi auto a su hotel, sentía que las piernas me falseaban, que mi corazón iba a salirse. No es muy normal recibir en el aeropuerto y llevar en tu auto a uno de tus artistas ídolos de la adolescencia y juventud. Saber que el que está a tu lado y dice cosas como:  “cómo ha crecido Quito”, “qué buen clima hace ahora” fue el personaje lejano que compuso tu canción favorita en la juventud vibrante y que aportó en la  banda sonora de tu vida.

Los nervios se fueron y ya me sentía libre y feliz. Había estado atravesado por esa incertidumbre que uno tiene cuando una estrella que sostiene tu festival de poesía puede tener algún imponderable y no llegar. Entonces se cae todo el sueño como un castillo de naipes. Así me sentí también hace tres años cuando Juan Gelman llegó al Paralelo Cero 2013 y yo lo esperaba con miedo, sabiendo que su salud podía jugarnos a todos una mala pasada (murió 6 meses luego de la visita a Ecuador).

A partir de su llegada, mi corazón y el Paralelo Cero fueron una fiesta. Llegando al hotel sacó de su maleta el libro “El niño y el basilisco”, libro maravilloso que cuenta una historia en dibujos sobre ese niño herido que se contiene en él mismo y que mira al mar, se enfrenta a lo desconocido, lucha contra fuerzas distintas y extrañas y encuentra siempre la luz. Es un niño al que Luis Eduardo, el adulto cantautor y poeta, genio del dibujo y la performance literaria y poética, quiere pedirle perdón. También sacó el CD “Giralunas”, disco homenaje por los 50 años de su carrera, junto con otro par de regalos bibliográficos. A partir de allí, el disco Giralunas sonó en mi CD Player del auto hasta que terminó el Paralelo Cero, tal como le prometí a su autor, pese a que me dijo: “quita ese disco por favor”, y yo que no. Y él: “menos mal que lo están cantando otras personas, si fuera mi voz, echaría el disco por la ventana”.

Así empieza una aventura llamada Luis Eduardo Aute en mi auto: Lo llevé de lado a lado, de aquí para allá, asumiendo al pie de la letra la agenda que le habíamos preparado. Lo que no supuso es que mi auto y yo tenemos una relación de despiste frente a las calles. Suelo perderme con facilidad en la ciudad, tomar rutas más largas, atufarme con el tráfico, terminar haciendo largas vueltas. Pero esto nos sirvió para conversar mucho, para reírnos bajo el signo del humor auteano que es muy agudo y proverbial, hicimos bromas sobre política y arte, mientras lo “perdía” por la ciudad, a lo que, cuando se dio cuenta me dijo: “todas las veces llegamos al hotel por distintas partes y en distinto tiempo, qué está pasando en Quito…”.

En fin, fue un huésped inolvidable para mí. Comimos cebiche con cerveza, mientras discutíamos sobre la crisis de los seres humanos: dijo que ahora los humanos son “zombies-autómatas”. Habló de la crisis política de su país. Conversamos de Dávila Andrade, Carrera Andrade, Jorgenrique Adoum, nuestros referentes.

Su primer día completo en Quito debe haber sido uno de los días más largos de su vida: diez entrevistas en la mañana, un reconocimiento y homenaje en la Asamblea Nacional, una lectura-homenaje en la Universidad Central y la inauguración del Paralelo Cero, donde le entregamos el Premio “Poeta de 2 hemisferios”, en donde improvisó un pequeño gran discurso sobre su vida y obra, leyó poemas de su “Sexto animal” y más tarde recibió el homenaje de los grandes exponentes de la música ecuatoriana que cantaron sus temas emblemáticos y, luego, como si fuera poco, nos regaló un pequeño concierto privado.

A día siguiente grabó en un estudio de la ciudad una canción de José Manuel Ruiz, con letra mía: “Mis propiedades” se llama el tema, luego una comida especial para él y más tarde una mesa de poesía y canción compartiendo con cantautores nuestros.

Cantó a capela, estuvo “tomando el pelo a la gente”, compartiendo anécdotas, leyó en grabaciones improvisadas, firmó tantos autógrafos como se puede, se tomó fotos con todos sus fans, dijo siempre lo exactamente correcto (no tanto lo políticamente correcto, por suerte), disfrutó de la comida ecuatoriana, pidió que “por favor, lo declaren ecuatoriano”, fue condecorado por la Presidencia de la República (la Ministra de Cultura, Ana Rodríguez, fue en representación del Presidente).

El miércoles, en la tarde lo despedí en el hotel. Estaba nostálgico y contenía unas cuántas lágrimas. Me dijo al final, luego de la comida: “me invitas un café…”. Yo casi no podía hablar, estaba tan agradecido con él. Más tarde, minutos antes que se marche con el chofer, me dijo: puedo invitarte un trago, tengo 20 euros… Eran las 3h35 del miércoles y yo tenía pico y placa. Pedí un whisky que era un trago que podía apurar. Él pidió un tequila. Me tome mi whisky y él su tequila. Salimos listos. Pedí al guardia que traiga mi auto. Lo abracé enormemente y me salieron unas lágrimas. Aute me volvió a abrazar. Le dije algo así como: “gracias maestro, has sido mi regalo de navidad de este año y el de mi cumpleaños 45 en el 2017”. Luis Eduardo sonrió y fumó una bocanada más de su eterno tabaco. Luego me dijo, mientras yo me subía al auto, presuroso y triste, luego de estos intensos días: “deja de escuchar ese CD”. Sonreí, mis lentes estaban empañados, salí del hotel lo más rápido que pude, tome la calle correcta ¡Al fin! Y en 10 minutos estuve en un sitio seguro para no ser censurado. Mi emoción explotó, lloré el éxito en silencio y soledad. Tenía que guarecer en el auto este hecho mágico. Un hecho inexplicable.

Días después me escribió: “Fueron días de puro corazón, de generoso amor que recibí de ustedes… y volví con la impresión de que no estuve a la altura de las “circunstancias”, en parte “perturbado” por la emoción que experimenté”.

Fueron cinco días mágicos que pasaron como “cinco minutos”. Justo antes del pico y placa y que me den “las cuatro y diez”.

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