Isabel Jijón: “Con el lenguaje puedes crear un mundo”

Isabel Jijón, escritora quiteña. Fotos de Ana María López para La República.

Quito.- Desde pequeña, Isabel Jijón leía todos los libros que encontraba. Cuando uno realmente le entretenía, lo releía para después darle vida a los personajes. Si no estaba tratando de personificar realidades imaginarias o jugando en el jardín con su prima menor, planeaba nuevas historias.

“Me pasaba horas escribiendo listas de nombres para los personajes de los que quería escribir. Y dibujando mapas de los países fantásticos donde iban a vivir. No me sentaba a escribir cuentos, pero siempre estaba inventando y planeando para el cuento que algún día quería escribir”, recuerda. Creció con una imaginación sin límites esparcida en cuadernos de diferentes tamaños que llenaba y llenaba pero no permitía que nadie los vea. Estos seres invisibles –que se convertirían en los personajes del cuento “Un marciano en la oreja”– comenzaban a crearse poco a poco.

A los 17 años, Isabel escribió la novela corta “De Pizzicato y Contrapunto” que ganó el premio “Medardo Ángel Silva” en 2006, organizado por el Consejo Nacional de Cultura de Ecuador.

En la narración, la autora se transforma en un detective con el trabajo de tratar de comprender qué estaba pasando con los instrumentos. “Y eso quieren las cuerdas. Que la orquesta ya no es suficiente, dicen ellas. Murmuran que no se está apreciando su virtuosismo. Que sus capacidad y talentos musicales están subvalorados. Francamente, solo quieren ser extrañadas o anheladas, en secreto, alguna sinfonía en la que puedan lucirse. Estos instrumentos son bien rogados. Encabeza el movimiento separatista el Primer Violín, elegantemente conocido como Concertino. Es italiano ¿qué más podría ser?”, comienza la novela.

Isabel dice que esa primera novela fue autobiográfica. “Estaba a punto de ir a la universidad en Estados Unidos. Era una época de transición [en la] que sentía que el mundo se estaba desbaratando. Me acuerdo que fui a una presentación de la Orquesta Sinfónica Nacional y todos los instrumentos estaban en armonía. Pensé que mi vida era lo opuesto a eso porque se estaba desbaratando, entonces escribí sobre una orquesta en revolución”.

Esa rebelión personal transformada en un motín musical, la catapultó a una de las mejores universidades del mundo: Yale University. “Exploré de todo porque no sabía qué quería hacer. Y porque no me admitía que lo que quería era escribir pero me daba miedo. No es tan bueno ganar un concurso a los 17 años porque después de eso ¿qué haces?”.

Volví a escribir para el año siguiente y no gané. Ese ya no era un cuento sobre mí, sino sobre lo que yo creía que quería el jurado. Era lo más pretencioso: personajes de la mitología griega en un estadio de fútbol… tratando de ser más profunda… y no puedes tratar de ser profunda (risas). Tienes que escribir honestamente”.

Los primeros años estudió temas tan aislados como Historia de la Medicina o Astronomía. “No me atrevía a tomar clases de escritura creativa. Luego, cuando ya me atreví, no entré a esas clases”, comenta y sigue, “paralelamente me encantó la sociología y me alejé de escribir”. Se graduó con honores y enseguida entró al doctorado a estudiar Sociología Cultural.

Isabel Jijón

– ¿Crees que la sociología cultural te ayuda a escribir?

– Sí y no. Las veces que he tratado de pensar muy sociológicamente, mis cuentos salen pésimo (risas), porque estoy tan pendiente de pensar en teorías poscoloniales mientras escribo el cuento que me bloqueo. Me ayuda a fijarme más en el mundo, a fijarme más en las cosas que tomo por hecho y asumo de mí misma. Cuando escribo un cuento trato de no pensar muy teóricamente porque si empiezo a pensar teóricamente, escribo un ensayo de sociología y no un cuento para niños. Se complementan en el sentido que forman quién soy yo, pero trato de no ponerme tanto los lentes sociológicos al rato de escribir. Tal vez al rato de editar sí, pero al rato de escribir no.

– ¿La sociología en qué te ayuda a fijarte más?

– En cosas básicas, por ejemplo cuando oigo que la gente tiene ciertos comentarios políticos o comentarios sobre los demás, antes no entendía de dónde venían esas ideas y ahora ya entiendo que vienen de sus experiencias sociales, de sus experiencias de trabajo… me ayuda a poner en contexto a la gente que conozco, que veo. Me ayuda a entender por qué son diferentes las sociedades. Siento que con la sociología puedo dar un paso para atrás y verme a mí misma y ver a la sociedad con un poquito de espacio, y darme cuenta de dónde salen todas estas cosas por las que estamos peleando o discutiendo o hablando. Las personas tienen distintas posiciones pero, pensemos, antes de ver cuál tiene razón y cuál no, determinar de dónde salieron, de qué están hablando. La mayor parte del tiempo te das cuenta que la gente no está hablando de lo mismo.

Entre todas esas teorías sociológicas, había una voz que por dentro seguía poniendo excusas “y decía algún día, algún día, algún día…» pero ese día no llegaba. Hasta que un día (risas), estaba de visita mi prima y fuimos juntas a New York a pasear. Por coincidencia fuimos a la Biblioteca Pública. Había una exposición sobre literatura infantil que se llamaba  “¿Por qué importan los libros para niños?”. Era un análisis cultural, sociológico, histórico… mostraban borradores de los libros que había leído de chiquita”.

– ¿Libros como cuáles?

– Me acuerdo clarito de El Jardín Secreto de Frances Hodgson Burnett. Había un borrador de lo que ella había escrito a mano. Es chistoso, porque los libros para niños casi casi crees que fueron escritos por su cuenta. O sea, no piensas en quién escribió porque solo los disfrutas leyendo. Ver que habían borradores, dibujos del Mago de Oz… me dio entre emoción, nostalgia… lo que me encantó fue pensar que yo a todos estos libros les tengo un cariño especial. He leído siempre, pero con los libros para niños como Peter Pan, el Mago de Oz, El viento entre los sauces tengo una relación distinta que con los libros que leo ahora. Los libros para niños me llevan a un lugar especial. Después de la exposición empecé a tomar unos cursos online para disciplinarme. No eran espectacularmente buenos, pero sí me obligaban a entregar algo cada semana, entonces poco a poco entré a la disciplina de escribir todos los días. Me di cuenta que no significaba que la sociología no me gustaba, simplemente era otra parte de mí. Cuando escribo es más para explorar emociones mías, para entenderme, mientras que la sociología es mi carrera, lo que yo quiero estudiar, lo que yo quiero trabajar, lo que yo quiero aprender del resto.

Los seres imaginarios comenzaban a escaparse de los cuadernos olvidados. La idea de la escritora no superaba a la socióloga, sino que comenzaban a caminar de la mano sin pelear.

En el verano de 2015, Isabel tomó un curso de escritura en una universidad en New York. En la clase escribió una versión corta con 500 palabras en total, donde no había ningún marciano. “El cuento era sobre Sara con su oso y el tema del espacio, pero no era mucho más que eso. Una vez que se acabó esa clase, no sabía qué hacer con ese cuento. Empecé a buscar a dónde podía mandar y encontré este concurso del Duende Verde de Anaya”.

“La historia es sobre una niña de seis años que es muy imaginativa y le admira muchísimo a su hermano mayor. Un día ve cómo otros niños le molestan a Diego, su hermano. Después de eso, el hermano se queda como raro: ya no quiere jugar con ella. Le interesaban muchísimo los temas del espacio pero ya no le interesan… está cambiado”, cuenta la autora. La protagonista ve cómo un marciano se ha instalado en la oreja de Diego y a pesar de que ella trata de alejar al intruso de diferentes maneras haciéndole reír, el marciano le saca la lengua o baila porque sabe que va ganando.

Para ese concurso alargó el cuento de las 5 páginas originales a 20. Así fue más fácil desarrollar la personalidad de Sara. “Yo siempre le imaginé muy creativa, con una imaginación un poco desenfrenada y me pareció obvio que ella iba a entender lo que le pasaba al hermano con algo fantasioso. Como ya había todo lo del espacio, como ya tenía a su oso Neil Armstrong como acompañante de aventuras, era más fácil así. Quería decir extraterrestres pero mi hermana me dijo que era una palabra muy complicada y que marciano quedaba mejor”.

Isabel Jijón

– Hablemos de los lugares

– Originalmente el cuento era: le molestan, el hermano se pone bravo, ella hace cosas, el hermano se pone feliz y se hacen de a buenas. Era mucho más concreto. Al tener que alargarle pensé en qué estaba realmente pasando en el cuento. La versión original era más simple pero también era caricatura. Obviamente, si a un niño le molestan, no es tan fácil que se le pase y que acepte que le molestaron y no es tan grave. Así comencé a pensar en cosas que tenían que ver con mi infancia y me acuerdo que en el cuento se van a una piscina en la casa de la abuela. Mi abuela también tenía una piscina en su casa donde yo siempre jugaba con mis primos y era un lugar importante. Yo no jugaba con mi hermano porque era mayor y estaba en sus cosas. Era un lugar cargado con las mismas emociones del cuento. Ir a comer también es un evento en mi familia. Cuando era chiquita ir a comer era de lo más espectacular porque era romper la rutina y por eso van a un lugar de pizza… el zoológico siempre me ha gustado… Todos los lugares están conectados con mi infancia. Son lugares donde una niña puede ser malcriada y portarse mal y es más grave que cuando estás en tu casa porque es en público (risas)”.

La historia, una vez más, es autobiográfica. La admiración de Sara hacia Diego es un reflejo de la vida de Isabel.Este cuento es sobre la relación de una niña con su hermano, que es básicamente mi relación con mi hermano. Fue una manera de poner en papel, ver la relación, aceptarla y entenderla”.

– ¿Qué tan diferente es escribir para niños que para adultos?

– Creo que es muy diferente. Siempre hay que ser económico con el lenguaje, pero un niño te perdona menos si eres muy labioso. Si no capturaste la atención desde el principio, el que falló fue el escritor no el niño. Con los niños, uno tiene que ser súper honesto. No me acuerdo dónde leí, pero los niños tienen un bullshit meter muy bien puesto: se dan cuenta cuando no estás siendo totalmente honesto, cuando les estás hablando de manera condescendiente. Los niños no tienen paciencia. Por eso, con los adultos hay como jugar más con el lenguaje y con conceptos complicados, pero con los niños no puedes hacer eso. Con los niños no te puedes esconder atrás del lenguaje bonito o de conceptos filosóficos. 

– ¿Qué hiciste tú en el cuento?

– Leí muchas recomendaciones. Dicen que tienes que escribir de tal manera que te imagines la escena en la cabeza. Tienes que hacer que la escena en el papel se vuelva un ser vivo y que ellos lo vean. A veces mucho adjetivo y palabreo distrae. Por eso tiene que ser concreto, corto, rápido y lleno de movimiento. Hablando más gramáticamente, es mucho más verbos que adjetivos. Otra cosa de los cuentos para niños son los dibujos. Por ejemplo este libro es mío y del ilustrador, porque el ilustrador lo leyó e interpretó a su manera. Fue difícil, cuando me mandaban las imágenes de cómo él iba desarrollando, era totalmente distinto a lo que yo me imaginaba. Soltar las riendas no fue fácil, pero es una colaboración. Ahora que ya he visto las fotos del producto final me parece tan más chévere de lo que yo me hubiera imaginado. La niña es pelirroja, totalmente distinta a como yo le veía pero ahora solo puedo verle pelirroja. Creo que tienes que darle espacio al ilustrador también para que interprete y cree su propia visión del cuento. Entonces, para qué decirle “Sara tiene 6 años, el pelo rojo, la nariz así y eso”, si en el dibujo ya está. Simplemente tienes que contar qué le pasa a esta niña que estás viendo en el dibujo. Siento que con el lenguaje puedes crear un mundo. Como los osos de risos de oro: no mucho ni muy poco. Tienes que crear el ambiente para que los niños se puedan meter al cuento pero también darles la libertad de que ellos jueguen con el cuento y vayan haciendo lo que quieran. No mucho ni muy poco.

– Durante el proceso de edición, ¿hubo alguna palabra que te decían que no se entendía porque era demasiado quiteña?

– Sí, uhhh (risas). Todo. Fue una pelea constante. Yo tampoco quería que sea demasiado español porque suena extranjero acá. Originalmente había un llamingo en el cuento, ahora hay una llama. Eso está perfecto, se entiende. Habían tigrillos, como no sabían lo que eran tigrillos entonces ahora son jaguares.

¿Qué tal la relación con los editores?

Fue buena. Es la primera vez que trabajo con alguien así. Todo fue por email.

– ¿Vas a ir a España a recibir el premio?

– El premio es también auspiciado por la ciudad Villa d’Ivi que es una ciudad muy chiquita cerca de Alicante en España. Es famosa porque tiene la fábrica de juguetes más grande de España y es la única ciudad en el mundo con una estatua de los reyes magos. Me da la impresión que es una ciudad dedicada a los niños y me parece perfecta.  El 23 de abril es el día del libro y recibí el premio en la Biblioteca Municipal de esa ciudad.

En un solo día, Isabel Jijón puede vivir todas las vidas, ser todos los personajes y viajar en el tiempo gracias a su maravillosa e infinita imaginación. Hoy, a través de Sara y el marciano que se esconde en la oreja de su hermano, está buscando el equilibrio perfecto entre la sociología cultural y la narrativa para niños. Probablemente encontró la respuesta, su respuesta personal, a la pregunta con la que se tropezó un día en la Biblioteca Pública en New York, ¿por qué importan los libros para niños? (I)

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Por Ana María López

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