16/04/16: un balance necesario (desde el margen)

Si cree en la cábala, los números son múltiplos de cuatro. Podemos decir: los cuatro jinetes del Apocalipsis. Pero prefiero algo más terrenal. ¿Cuál es el escenario post sismo? En primer lugar, el terremoto ha significado el arranque del proceso electoral. Falta un año. El próximo 25 de mayo tendremos otro inquilino en Carondelet. AP lo ha tomado así. Luego de la parálisis y estupor de los primeros días, sorprendida por la respuesta masiva de la despreciada sociedad civil, AP ha tratado de ocupar el escenario y desplazar a cualquier otro actor. La parálisis ha dado paso a una hiperactividad, especialmente en el campo comunicacional. Todo acción gubernamental en la zona de desastre se convierte en publicidad. Trata de cambiar la historia, es el propósito: el gobierno estuvo allí desde instantes después del sismo y lideró la ayuda. El espíritu de la refundación —antes de mí, nada; después de mí, el diluvio— se ve impelido a refundar los hechos inmediatamente posteriores al terremoto. La nuda verdad: El gobierno no estuvo allí. El rey y su séquito tratan de hacerse de un nuevo traje, luego de que el sismo los desnudó. ¿Los que perdieron todo olvidarán los rostros que llegaron en su auxilio sin pedir nada, ni votos ni lealtad política? Espero que no, aunque la necesidad los hace presas fáciles del poder.

El terremoto evidenció las falacias de la política gubernamental. Como lo han demostrado numerosos reportajes, durante los largos años en el poder, con recursos abundantes, el gobierno de RC no logró dotar a la zona de servicios básicos, especialmente, agua y saneamiento. Un número significativo de construcciones públicas están en ruinas: desde UPC hasta unidades educativas «repotenciadas», como las de Jama y Bahía, a cargo de una empresa constructora china. Obras de pacotilla y relumbrón. ¡Miriñaque!

El cinismo gubernamental no tiene parangón, de allí la utilización del sismo para una nueva andanada de tributos cuyo verdadero propósito es cubrir el agujero fiscal en la perspectiva de encarar el año electoral. Por una vez, una sociedad puede tragarse ruedas de carreta. En una segunda ocasión, lo veo difícil. A los gobiernos de la década de los noventa, que descargaron el peso de la crisis sobre los más pobres, se los llamó gobiernos de predadores. A la RC se le puede calificar de la misma forma: un gobierno predatorio de los recursos públicos, del medio ambiente y de los derechos ciudadanos. Bravo, el de la Refinería de Esmeraldas, funcionario de confianza del régimen, es el rostro de esa depredación, la punta del iceberg del despilfarro, la corrupción; el rostro visible de quienes, en nombre de la reconstrucción, esperan nuevos contratos, porque la reconstrucción también es una oportunidad para la depredación.

La magnitud del sismo ha terminado por cuartear los cimientos políticos e institucionales, ya debilitados, de la RC. Si algo es evidente en el campo, desde donde escribo este momento, es el rol hegemónico de las denostadas Fuerzas Armadas. Nos guste o no, son estas las que representan al Estado. Es la institucionalidad que sobrevive, pese a todo. El presidente llega en helicóptero, crea un espacio y parte. Todo un show. Ese espacio es rápidamente ocupado por las tareas de apoyo a los damnificados y allí están las Fuerzas Armadas, la cooperación internacional y la solidaridad nacional e internacional.

El Estado civil en que se condensa la política trata a codazos de abrirse un espacio ante un sentimiento de indiferencia y hostilidad de la gente y ante la abrumadora presencia del Estado Militar. La paradoja: el Estado Militar representa la solidaridad mediada por la institucionalidad pública. El Estado de la RC, no.

El año electoral arrancó el 16/04/16. Es una cuenta regresiva, un reloj de arena que descuenta día a día los privilegios del poder: aviones, guardaespaldas, sabatinas, alfombras humanas, borregos a disposición y un largo etcétera. El sismo fue una patada que la naturaleza dio al tablero de la política y a las certezas con que vivimos; también a la omnipotencia, al desprecio y a la pedagogía del odio con los que cada sábado se intentó domeñar al país. Incluso a la solidaridad, que no espera nada a cambio.

El día termina. Un pescador me invita a calar la red. Es un atardecer de olas suaves. Navegamos por veinte minutos y comienza la tarea. Es un arte que requiere de un saber y de habilidades de las que carezco. Es una red larga, la recogerán mañana temprano. Iniciamos el retorno. El motor pierde fuerza y no puede con las olas. Me alarmo. Todas las películas y relatos de naúfragos me vienen a la memoria. Ellos están tranquilos. «Solo trabaja un pistón» comenta el motorista. «Es la bujía» responde el otro. El motorista cierra el diálogo: «El motor falla, igual que Correa». Rie y su risa se pierde en el chapoteo de las olas contra el casco.  Tenemos suerte: cerca de nosotros están dos pangas. Nos prestan una bujía y regresamos a las playas de Don Juan y puedo concluir esta crónica. La crónica del naúfrago que no fue.

Más relacionadas