El turismo impulsa economías ibéricas, deja fríos a algunos

En esta imagen del miércoles 25 de mayo de 2016, gente tomando el sol en la playa de la Barceloneta, en Barcelona, España. (AP Foto/Manu Fernandez)

BARCELONA, España (AP) — Los días de sol se hacen más largos y perezosos, las playas se calientan y el temor al terrorismo aleja a los viajeros de otros destinos en el Mediterráneo, de modo que España y Portugal disfrutan de un impulso económico gracias al turismo.

Aunque la mayoría en estos endeudados países recibe a los visitantes de forma positiva, las masas de turistas sacan de quicio a algunos locales.

En los dos primeros meses del año, el número de turistas que llegó a España fue más de un 11% superior al mismo periodo de 2015. Las autoridades predicen que España va camino de su cuarto año seguido de récords turísticos. Gran Bretaña es el mayor mercado turístico para los dos países, y según datos de ABTA, la mayor asociación británica de agentes de viajes, las reservas a Portugal han subido un 29% respecto al año pasado, mientras que las reservas para viajar a España han crecido un 26%.

En general, esto se ve como buenas noticias en las dos economías, que se hundieron durante la reciente crisis financiera europea, pero no todo el mundo celebra.

El boom no da visos de amainar y la temporada de vacaciones veraniegas está a la vuelta de la esquina, y algunos locales están hartos de las mareas de turistas que atascan las estrechas calles de ciudades centenarias y abarrotan sus famosas playas.

En los muros de Palma, capital de la popular isla española de Mallorca, aparecieron el mes pasado varias pintas en inglés con los mensajes «turistas, ustedes son los terroristas» y «turistas, váyanse a casa». En Barcelona se han registrado tantas quejas por la masificación que los vecinos eligieron el año pasado a una alcaldesa que cumple sus promesas de frenar la construcción de nuevos hoteles e intercambia ideas con las autoridades neoyorquinas sobre cómo gestionar la afluencia masiva.

Mientras tanto, al otro lado de la península, los residentes de la capital portuguesa, Lisboa, gruñen sobre las aceras atascadas y el intenso tráfico.

En la imagen, la silueta de varios turistas haciendo fotos al centro de Lisboa al sol del atardecer. (AP Foto/Armando Franca)
En la imagen, la silueta de varios turistas haciendo fotos al centro de Lisboa al sol del atardecer. (AP Foto/Armando Franca)

Las preocupaciones sobre la seguridad ayudan a llevar a los turistas hacia las zonas occidentales del Mediterráneo y lejos de otros destinos populares entre los europeos como Egipto, Túnez y Turquía, según analistas de turismo.

«Las amenazas del terrorismo han jugado un papel», dijo Rochelle Turner, directora de investigación en el Consejo de Viaje Mundial y Turismo en Londres, un foro del sector.

El número de visitantes en Turquía bajó en abril casi un 30% en comparación con el año anterior, según dijo el viernes el Ministerio de Turismo.

España, el destino europeo más popular por detrás de Francia, recibió el año pasado 68,1 millones de turistas, casi un 5% más que el año anterior. Los países que enviaron más turistas a España fueron Gran Bretaña, Francia y Alemania. El sector aportó a la economía 67.400 millones de euros (75.300 millones de dólares) en 2015, según el Instituto Nacional de Estadística.

En los tres primeros meses del año, el turismo creó casi 89.000 nuevos empleos en España. En un país con un desempleo del 20%, eso es una buena noticia, pero algunos señalan que la llegada de los nuevos viajeros tiene que gestionarse mejor.

La organización sin ánimo de lucro Exceltur, formada por los presidentes de los 25 principales grupos turísticos españoles, advirtió en contra de seguir creciendo a gran velocidad en términos de volumen o exceder la capacidad de algunos destinos.

Los barceloneses podrían estar de acuerdo. La capital catalana, de 1,6 millones de personas, recibió 4,2 millones de turistas en 2005. Esa cifra ascendió el año pasado a 7 millones, lo que dio la señal de alarma.

«Estoy a favor del turismo racional, pero la verdad es que estamos invadidos y Barcelona va a morir de éxito», dijo Rosa María Miguel, jubilada de 65 años del barrio de la Barceloneta, una zona histórica de pescadores que ahora tiene un exclusivo puerto deportivo para glamorosos yates.

A Aime Bwakira, un analista financiero de Toronto, de 41 años, le gusta tanto Barcelona que fue hace poco en su tercera visita, aunque admite que la marea de turistas puede ser abrumadora.

«Entiendo las frustraciones locales porque, pese a que aportamos dinero a la económica local, también abarrotamos las calles, disparamos los precios, y provocamos ruido y alboroto», comentó. «No sé cómo se logra el equilibrio, sólo que es complicado».

La alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, está decidida a encontrar ese equilibrio.

«Barcelona se ha consolidado en los últimos años como una de las destinaciones turísticas de primer orden internacional, lo que tiene un conjunto de beneficios innegables. Pero también ha crecido la preocupación por los impactos no deseados que acarrea», dijo hace poco. Su gobierno ha impuesto una moratoria a las nuevas plazas de hotel y considera introducir una «tasa turística» a los visitantes, dinero que se dedicaría a otros sectores para repartir los beneficios.

Mientras Barcelona intenta frenar el ritmo, Lisboa lucha por seguir el ritmo de la creciente demanda. En 2015 se abrieron más de 50 nuevos hoteles.

Portugal recibió el año pasado a más de 17 millones de turistas —un 9% más que en 2014, y un récord— y en el primer trimestre del año, la cifra de visitantes subió casi un 15%. Los turistas se consideran una inyección de energía para la débil economía portuguesa.

Pero conforme se pierde la novedad de estar de moda, empiezan a escucharse las quejas. Un funcionario de una parroquia de Lisboa ha descrito a los habitantes de la ciudad como «víctimas colaterales» del boom, apretujados en las abarrotadas aceras y sin sitio en los restaurantes populares.

En el barrio medieval de Alfama, en Lisboa, un flujo constante de turistas en autobuses turísticos, taxis y carritos motorizados conocidos como tuk-tuks ascienden por las estrellas calles adoquinadas hasta el castillo de San Jorge. El pintoresco barrio cada vez tiene más viviendas transformadas en lucrativos alojamientos para turistas.

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