¿Quién paga el precio de la corrupción?

Martina Vera

De lo contrario sería más evidente que los de la Revolución Ciudadana se han convertido en «la misma oligarquía corrupta» que critican pero con mejor careta. Para desenmascararlos hace falta saber ¿quién paga el precio de la corrupción realmente y cómo?

Justos pagan por pecadores

¿Quiénes pagan el precio de la corrupción en Petroecuador? De todos los implicados, únicamente Alex B se encuentra en prisión. El antiguo Ministro de Hidrocarburos «vacaciona» en España porque la fiscalía no emitió una orden de prisión preventiva que evite su fuga y uno de los hermanos Baquerizo está libres en Perú de donde no ha sido extraditados, según su abogado, porque el gobierno ecuatoriano retiró ese pedido. Así, de cuatro implicados conocidos, tres viven fuera del país con millonarias cuentas bancarias.

Mientras tanto, los verdaderos autores de una corruptela que seguramente no empieza ni termina con tres personajes o una refinería, yacen libres. Ellos caminan, comen, pagan, gastan, y conviven sin señalamientos dentro del país. Lo hacen porque posiblemente se encuentran en las esferas más altas del poder y solo su antigua cercanía con los actuales implicados nos puede llevar a inferir de quienes de trata. Esas sospechas llegarán a comprobarse si en un futuro nos preside un gobierno que propicie la fiscalización independiente mediante una reforma adecuada. Hasta que eso ocurra, pagamos nosotros los pecados ajenos.

Pagamos su corrupción y no únicamente con aquellos impuestos que ya tributamos y que cayeron en millonarias cuentas en el extranjero, sino también con los que hoy nos imponen y aumentan. La pagamos perpetuando la existencia de un modelo de país que se centra más en coimar y enriquecer bolsillos particulares que en generar empleo, producir y distribuir riqueza. La pagamos exponiendo a quienes denuncian la corrupción, como Fernando Villavicencio y Cléver Jiménez, a persecuciones políticas y privaciones de la libertad en un país de justicia secuestrada. La seguiremos pagando a través de nuestros hijos y nietos si en las urnas desperdiciamos la que podría ser nuestra última oportunidad para impedir que gobierne el correísmo.

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