Buenos progresistas

Correa sabe leer los datos de la economía real. Es consciente que ya terminó el “viento a favor” y conoce bien el estado de situación de la economía del Ecuador (accede a los números sin ningún tipo de censura). Resolvió, en consecuencia, dejarle la posta a otro y él irse a descansar y a vivir tranquilo con su familia a Bélgica.

Sin que nadie lo moleste (en principio; habrá que ver).

Por ahora no le ha salido como confiaba. Y las perspectivas no son tan buenas.

Según una encuesta, Guillermo Lasso (CREO), el candidato opositor que salió segundo con el 28,1%, le ganaría en la segunda vuelta ( 52,1% contra un 47,9%) al candidato oficialista Lenín Boltaire Moreno. Este, con el 39,3% de los votos fue quien salió primero en las elecciones del domingo 19, pero no llegó al 40%, imprescindible para evitar el balotage y alcanzar la presidencia directamente. Por tan solo un 0,7%.

Ese tan pequeño porcentaje justifica el reconocimiento unánime al Consejo Nacional Electoral (CNE) del Ecuador, a los “observadores” del exterior y a las propias Fuerzas Armadas ecuatorianas que, según trascendió, ya previamente remarcaron su decisión de garantizar unas “elecciones limpias” (sin la chance de admitir incluso un “error” del 0,7%). Es bueno resaltar además la buena performance de las encuestas.

Pero por ahora nada está dicho. La última palabra la tendrán los ecuatorianos el día 2 de abril.

Si gana el opositor Lasso, tras los festejos del triunfo (y la derrota de Correa), al día siguiente deberá hacerse cargo de la herencia “progresista”. Tendrá que destapar el tarro, y recién ahí sabrá cuán mal huele. Los “buenos progresistas” tienen tiempos difíciles, como dice Correa, pero tuvieron tiempos muy fáciles durante los que hicieron populismo a gusto y gana –“despilfarraron más de lo que robaron”, al decir de Macri en España–, dejando las economías en ruinas como ha ocurrido en la Argentina y Brasil y ocurrirá en Venezuela y otros países manejadas por “buenos progresistas”. Los tiempos difíciles entonces son más precisamente para quienes ahora tienen que hacerse cargo de lo que han dejado.

Al propio Moreno, si llegara a ganar, le va a ser difícil. Con una economía en caída, muy endeudada, sin la “fuerza parlamentaria” que tuvo Correa y seguramente con casi un 50% de los ecuatorianos en contra, más la obligación casi ineludible de encarar el tema de la corrupción (Odebrecht y algunas cosas más que van a saltar), la tarea se le va a hacer incómoda al heredero.

El que sí va a estar cómodo es Correa, que una vez deje el bastón de mando se va a vivir a Bélgica, de donde es su esposa.

Correa, mientras tanto maldice el resultado electoral –solo 0,7%, no es para menos–, al opositor Guillermo Lasso y, por supuesto, a los periodistas y a la prensa “indecente” “que genera caos” (en esto también igualito a Trump).

Se jacta de haber “ganado” el plebiscito, que se votó en forma simultánea, por el cual se impide a gobernantes y funcionarios públicos tener cuentas en paraísos fiscales (no incluye Bélgica desde luego). Fue una iniciativa suya con un triple intento: legitimar su participación en la campaña, confundir al electorado y arrimar agua para Moreno, y posar como un adalid de la anticorrupción. Pero no le fue tan bien: solo tuvo el 54,9% de apoyo una propuesta que era como elegir entre ser rico y sano o pobre y enfermo. Más de 4 de cada 10 ecuatorianos no “compraron” el espejito.

Además, Correa amenaza con “volver” –da por hecho que se va si gana Lasso– si es necesario. ¿A hacer qué? Puede que procure curarse en salud. No hay nada como estar activo en la política y buscar ampararse en la condición de “perseguido político” para neutralizar a jueces y fiscales y escapar de la Justicia (ver Lula y Cristina Kirchner).

La cuestión no es, entonces, si Correa decide volver, sino, si lo obligan a volver.

Esto es: para rendir cuentas.

* Los textos de Danilo Arbilla son publicados originalmente en el diario ABC Color, de Asunción, Paraguay.

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