Pensar a Orwell es pensar desde Orwell

Quizás es un proyecto justificable, proponer que el artista trabaje la política desde la imparcialidad, cómo un elemento más que descubre en el mundo, que retrata o describe. Quizás eso sea más honesto, más placentero. Quizás sea cobardía.

Consideremos la idea opuesta, la idea que toda obra artística es propaganda. Digamos, junto a Orwel que «todos los temas son asuntos políticos, y la política misma es una masa de mentiras, evasiones, locura, odio y esquizofrenia».

Uno puede caer entonces en la tentación que nos causa esa bella lista de posibilidades tan dignas, tan literarias. El arte como mentira, el arte como evasión, el arte como locura, cómo odio y esquizofrenia. No creo haber leído nunca una novela o un relato que me gustara que no incluyera al menos uno que otro de esos elementos.

Si el arte es político porque la política no es más que otra faceta vivencial, si la política realmente es la guerra mediante otros medios, debemos operar bajo la presunción que jugamos a ser apolíticos, que no es una manera de escribir ni obrar, sino un ardid, es decir una postura.

Quizás lo que disgusta, lo que nos aleja de las lecturas políticas, es cuando el artista es “comprometido”, es decir cuando nos obliga a leer su obra como un proyecto de ley o un panfleto. Esa idea de destinar una obra a una sola lectura oficial es justamente lo que reclama el espíritu del totalitarismo, el lenguaje del poder.

Sospecho que saldar este dilema requiere meramente de un buen obrar, de un comprometerse a la verdad y no al discurso ni a la postura. De usar palabras precisas, de no rehuir de las verdades incomodas, de abrirse a la interpretación y a la posibilidad de que otro obre mejor y con mayor sinceridad que uno. Habría que armar una ética de la lectura también, con un espíritu similar.

Orwell armó una bella lista de reglas que pueden ayudar con dicha aspiración en su “Politics of the English Language”, reglas que llevan uno a escribir en un lenguaje llano y vigoroso y a pensar sin temor, con la promesa que si uno piensa sin temor uno no puede ser políticamente ortodoxo. No incluyo dichas reglas aquí por bochorno, confieso que soy muy malo aplicándolas.

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