El último asalto

Hasta cierto punto, lo sucedido no debía de extrañarnos ni era del todo impredecible. Lo único admirable y digno de elogio es que haya un ecuatoriano que tenga la audacia, y la entereza moral, de enfrentarse –y con pocos aliados– a una dictadura que no conoce límites en su voracidad de poder y corrupción. Después de todo, si asaltaron al sistema judicial, si confiscaron al fondo de cesantía de los maestros, si le pusieron una mordaza a la libertad de expresión, si se llevaron los fondos del seguro social, y si se han feriado la comercialización externa del petróleo, ¿cómo no iban a asaltar al proceso electoral que podía conducirlos a la cárcel? En el fondo, este último asalto no es sino la continuación de ese patrón de conducta pública de la última década. Lo del domingo debió parecerles hasta juego de niños, al lado de las cosas que han hecho.

El cobarde atentado ocurrido en las afueras del estadio Olímpico Atahualpa puso al desnudo hasta dónde son capaces de llegar. Fue como el preaviso de lo que iba a suceder días más tarde. Con toda la hipocresía y doble moral, terminaron justificando el atentado aduciendo que era culpa de la propia víctima por asistir a un evento de masas. Es como la justificación del abuso sexual a mujeres: ellas tienen la culpa por llevar minifaldas. A pesar de las evidencias que se descubrieron al siguiente día, no sería nada raro que las investigaciones concluyan que fue Lasso quien regaló las entradas de los matones del estadio. Ya verán.

¿Iban acaso a tener algo de escrúpulo gente que tiene viviendo en nuestra embajada en Londres a un individuo que es buscado por la justicia sueca por delitos sexuales, bajo el pretexto de que es perseguido político? Un individuo que ahora ya no solo usa nuestra embajada para interferir en la política de terceros países, cosa de por sí grave, sino que inclusive se inmiscuye en la política interna del Ecuador.

En perspectiva, lo del domingo debió parecerles pan comido al lado del asalto de Odebrecht, o el atraco de las hidroeléctricas, o el peculado de la Refinería de Esmeraldas, o el lleve de las áreas estratégicas. A gente que tiene como líder a quien no tuvo vergüenza de demandar a un banco por supuesto daño moral, y de asistir personalmente a las audiencias como presidente de la República, hasta obtener una inédita indemnización monetaria, y que luego no tuvo empacho en llevarse el dinero a un paraíso fiscal europeo sin pagar impuestos, a gente como esta, el asalto electoral debió parecerles hasta una broma. Si el dictador se jactó de meterle la mano a la justicia, ¿por qué no iba a metérselas al sistema electoral?

Y, sin embargo, aún no hemos visto todo. Por ello es que va a depender de nosotros el cómo quedará escrito el nuevo capítulo que el Ecuador está enfrentando. (O)

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