John Berryman dice la verdad

Los placeres y las mezquindades de la vida suburbana, el downtown bullente de acero y vidrio, la abundancia y el desenfreno, la libertad pirotécnica del 4 de Julio, el mall, parecen repetirse con constancia y tedio a lo largo y ancho de Norteamérica. El error se extiende también a la literatura, y cada tanto el lector en castellano, alemán, sueco o mandarín confunde al inagotable territorio de la literatura estadounidense con Melville o Hemingway, Faulkner o Carver, Crane o Ginsberg.

Soy vasto, escribió Whitman, contengo multitudes. En el continente que es la literatura estadounidense, ningún poeta o novelista me resulta tan cercano, tan íntimo, como John Berryman. Su obra principal es The Dream Songs, 385 poemas, totalizando 7000 versos, escritos entre 1955 y 1968.

La siguiente nota de Berryman abre el libro:

The poem then, whatever its cast of characters, is essentially about an imaginary character (not the poet, not me) named Henry, a white American in early middle age sometimes in blackface, who has suffered an irreversible loss and talks about himself sometimes in the first person, sometimes in the third, sometimes even in the second; (…).

Henry, que no es el poeta, que no es Berryman, se parece demasiado a él. Ambos, hombres blancos, profesores universitarios, se emborrachan, se enamoran, se casan y divorcian múltiples veces, enferman, tienen hijos, huyen asqueados de los Estados Unidos y regresan, se deslumbran con Irlanda, India y Japón, evocan desde el exilio en las universidades del Midwest los días de la juventud en Cambridge, Mass, o Nueva York, escriben poesía y crítica, reciben aplausos y premios, reniegan de la fama, dan clases, engañan a sus mujeres, se avergüenzan de Vietnam y de la democracia, intentan ser buenos padres y esposos, fallan, se equivocan irremediablemente, no pueden escribir, sufren pérdidas irreparables (el padre de Berryman, un banquero de Oklahoma, se dispara en el cráneo en el patio trasero de su casa cuando su hijo cumple 12 años) y las vuelven a sufrir (también Berryman acabaría su vida arrojándose al Mississippi desde un puente en Minneapolis).

Las Dream Songs, herméticas, politonales, caóticas en disposición y sorpresivamente consistentes entre sí, de rima errática, son el registro y la confesión de estas pérdidas irreparables. Cada poema es un episodio lírico, un sketch existencial, que acaba en el silencio, la oración, la amenaza, la maldición o la burla. La Dream Song #131 resulta un buen referente:

Come touch me baby in his waking dream

disordered Henry murmured. I’ll read you Hegel

and that will hurt your mind

I can’t remember when you were unkind

but I will clear that block, I’ll set you on fire

along with our babies

 

to save them up the high & ruined stairs,

my growing daughters. I am insane, I think,

they say & act so.

But then they let me out, and I must save them,

High fires will help, at this time, in my affairs.

I am insane, I know

 

and many of my close friends were half-sane

I see the rorschach for the dead on its way

Prop them up!

Trade us a lesson, pour me down a sink

I swear I’ll love her always, like a drink

Let pass from me this cup

En cierto sentido, la literatura de Berryman se parece al blues: allí está el dolor y la desolación como consuelo, como fiesta, como sinceridad.  No en vano Henry se expresa en ciertos momentos como un académico erudito, conocedor de Shakespeare y los clásicos, y a ratos como un cantante de blues del delta del Mississippi. La crítica Adrienne Rich diría en su tiempo: “The English Language, who knows exactly what it is? Maybe two men in this decade: Bob Dylan, John Berryman”. Soy incapaz de pensar en una analogía más exacta.

A cincuenta años de su publicación, las Dream Songs todavía acompañan a las nuevas generación de lectores. En San Francisco, en la librería City Lights, los jóvenes hacen fila para adquirir los libros de Berryman junto con los de los poetas beats. ¿Qué hay en Berryman que todavía atraiga multitudes? Nadie escribe o se atreve a escribir como él. Sus fans acérrimos  encontramos una Dream Song para cada ocasión: pocos poetas, al final, son sinceros hasta las últimas consecuencias. Berryman, como sus compatriotas Pound, Eliot y Whitman, escribe obras poéticas extensas, poemas largos. Como ellos, su obra pretende abarcar la totalidad de la experiencia poética y humana (“Henry/ tasting all the secrets bits of life”, dice una Dream Song). Sin embargo, la complejidad rigurosa de Pound y Eliot y la totalidad democrática de Whitman, los hacen parecer lejanos. Berryman, por otro lado, en su registro obsesivo de sus luchas y dolores, resulta íntimo. Casi al final de su vida, escribió: “we must walk in the direction of our fear”. No hay mayor miedo en el mundo que decir la verdad.

 

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