La misma historia

Acabo de ver una película: “Amor a la siciliana” (“In guerra per amore”, Pierfrancesco Diliberto, 2016) sobre el desembarco de las tropas aliadas en Sicilia durante la Segunda Guerra Mundial. No sé cuánto de verdad histórica habrá en lo que nos relata, pero, como dicen los italianos, “si non é vero, é ben trovato” (“si no es verdad, bien podría serlo” en traducción bien libre y más cerca de su significación que de su literalidad). Abramos las puertas a los delincuentes y esto es lo que puede pasar.

Para el desembarco en Sicilia, paso trascendental para la reconquista del continente, los norteamericanos buscan apoyos en tierra firme y recurren a Lucky Luciano, preso en una cárcel norteamericana purgando una condena de treinta años. A cambio de revisarla, le piden que establezca contactos con amigos suyos que puedan ayudar a las tropas aliadas. Lógicamente, los amigos de Luciano no iban a ser los hermanos de la cofradía de San Francisco de Asís ni mucho menos. Y allá van. Desembarcan en un pueblo costero y gracias a la intercesión del Don local, las fuerzas de ocupación se entregan sin que sea necesario disparar un solo tiro. Pero esto es solo el preludio, ya que pronto se tendrán que pagar los favores, poco a poco.

Un hecho llamativo y que casi pasa desapercibido ya que la historia está contada en tono de comedia, es el desencuentro entre las tropas americanas y el pueblo común, pues los primeros solo hablan inglés y los segundos solo un dialecto siciliano. Ello va a permitir que, en los juicios por delitos comunes, los acusados respondan en siciliano y los americanos los escuchen a través de intérpretes que aprovechan la ocasión para cambiar todos los términos, haciendo aparecer a los reos como víctimas de las miserias de la guerra.

Paralelamente, el Don del pueblo pide, como devolución de favores, la libertad de “unos amigos” que se encuentran en la cárcel por ser “declarados antifascistas”. Es así como comienzan a salir en libertad ladrones, asesinos, violadores, gente de la más baja calaña ante la mirada asombrada de los pocos militares americanos que sabían hablar italiano. Pero las exigencias por los favores hechos no terminan aquí. Pronto hay que formar gobiernos locales firmes, seguros, que les den seguridad a las tropas que deben continuar con sus campañas guerreras siguiendo hacia el norte. Así es como comienzan los nombramientos. Todos esos personajes acabados de salir de la cárcel por haber cometido crímenes repugnantes comienzan a ocupar puestos resaltantes en el gobierno de la ciudad y aun de la región. El pueblo los mira en silencio, sin salir de su asombro, sin que nadie se atreva a denunciarlos porque saben el grado de impunidad del que gozan y el poder casi ilimitado del que disfrutan.

Finalmente, el Don termina siendo nombrado alcalde del pueblo por las autoridades del ejército norteamericano. El hombre, feliz, acepta el ofrecimiento y monta un espectáculo, una escenificación de la toma del cargo. Van todos a la plaza frente a la alcaldía donde pronuncia el discurso de rigor.

Palabra más, palabra menos, lo que viene a decir es que los norteamericanos le han traído a todo el pueblo la democracia, un sistema de gobierno que se utiliza en los Estados Unidos. ¿Y qué es la democracia? Un régimen en el que todos son iguales, en el que todos tienen el derecho de disfrutar de sus propias ideas. Pero no hay que olvidar que los comunistas, los eternos enemigos de esas libertades, están siempre al acecho para terminar con ellas. Por eso hay que cuidar al pueblo, no abandonarlo; hay que guiarlo por la buena senda; hay que cuidar que no se descarríe. Y para todo esto, estaban ellos. Porque cuando se sintieron amenazados, ¿a quién vinieron a pedirle seguridad y apoyo? A nosotros. Porque cuando necesitaban trabajo, ¿a quién vinieron a pedirle trabajo? A nosotros. Porque cuando había enfermos en la familia, ¿a quién vinieron a pedirle ayuda? A nosotros. Esto quiere decir que la democracia ¡somos nosotros!

Hoy día, a setenta y dos años de terminada la guerra, el sur de Italia no puede sacudirse todo el peso de la delincuencia protegida por la mafia con sus tentáculos metidos incluso en la vida política de toda Italia.

En 1946, al año siguiente de terminada la guerra, Lucky Luciano fue puesto en libertad.

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