Los que a comienzos de año creíamos que después de una década de autoritarismo y corrupción, por fin el Ecuador tenía la posibilidad de enrumbarse con Guillermo Lasso en la Presidencia de la República, sufrimos el balde de agua fría de que Lenín Moreno sea proclamado ganador de la segunda vuelta por un Consejo Nacional Electoral controlado totalmente por el correísmo, tras una campaña que en realidad fue épica.
Iba a describir lo impresionante que fue esa batalla de un hombre en contra de todo un Estado, con cientos de miles en las calles torciendo el brazo al CNE que pretendía proclamar ganador en una sola vuelta, y días de marchas multitudinarias tras la segunda ronda, hasta que al final se impuso la fuerza de los hechos. Pero he preferido concentrarme en responder el argumento, tan en boga ahora, de que al final fue mejor que Lenín asuma la Presidencia, porque nadie mejor que él hubiera podido partir por la mitad al correísmo y llegado a fin de año con Jorge Glas en la cárcel.
Yo discrepo. Primero, porque si Lasso estuviera en Carondelet, no pasaríamos por la indignidad de tener un vicepresidente en la cárcel y condenado por corrupto. Imaginen ustedes que, si ha sido posible condenarlo como un vicepresidente en ejercicio, gracias el peso de las pruebas entregadas por las Fiscalías de Estados Unidos y Brasil, cuánto más fácil hubiera sido procesarlo y condenarlo siendo un simple ciudadano. Sin contar que tampoco Correa tuviera a su disposición un ejército de guardaespaldas ni secretarias en Bruselas. Ni siguiera en funciones el mismo equipo económico que ha llevado al Ecuador a la recesión que vive hoy.
Pero si a los que creíamos en Guillermo Lasso nos fue mal, la verdad es que a los partidarios de Rafael Correa les ha ido peor. En enero, ni en abril, tras la segunda vuelta, ni siquiera en mayo, tras la posesión de Moreno, nadie podría imaginar que después de haber conducido una brutal campaña para imponer en la presidencia al sucesor que él había escogido, en menos de seis meses iba a perder casi todo su poder. Que sus ministros, desde Alecksey Mosquera hasta Carlos Pareja Yanuzzelli están en la cárcel, para no hablar de su Vicepresidente, su hombre de confianza, su gestor de los sectores estratégicos, Jorge Glas, condenado a seis años por asociación ilícita para delinquir, y a punto de entrar en un juicio político del que a estas alturas no puede salir más que destituido.
Ahora no solo vive en un dorado autoexilio. Ha perdido el control sobre la Fiscalía y la Contraloría. Su bloque parlamentario ha quedado reducido a un pequeño puñado de fieles sin ninguna relevancia en la opinión pública. Y ha perdido hasta el partido. Sus discípulos más fieles han sido suspendidos y parecen a punto de perder hasta el local. Solo le queda Twitter. Y Ricardo Patiño.
Del vendaval de destrucción que ha sido el 2017 no logró salvarse ni Eduardo Mangas. El hombre que se había ubicado como el más poderoso del gobierno. El que pese a su origen nicaragüense y sandinista, se había ubicado como Secretario General de la Presidencia, en un tándem increíble con su mujer, la Canciller María Fernanda Espinosa, terminó estrellándose antes que termine el año, tras la filtración de un audio en que no solo echaba dudas sobre el triunfo electoral de Moreno, sino que quitaba toda duda sobre el verdadero carácter del diálogo del gobierno con la oposición. Una carrera que parecía destinada incluso a que su mujer llegue a reemplazar a Glas en la Vicepresidencia de la República, se hundió sin pena ni gloria como un castillo de arena ante la simple llegada de una ola pequeña.
El único que ha salido indemne de este maléfico 2017 ha sido Lenín Moreno. Indiscutible vencedor del año ha terminado como el hombre que manda en Carondelet, el dueño de Alianza PAIS, y el político más popular de la nación, pese a que apenas hace seis meses la mitad del país sospechaba que no había ganado las elecciones. Para lograrlo, ha tenido que dejar de ser él mismo. El Lenín Moreno que empezó 2017 de la mano de Rafael Correa y flanqueado por Jorge Glas, ya no existe. Desapareció en algún momento, para transformarse en un hombre que nos dice de la Revolución Ciudadana, el partido que lo llevó al poder, que ahora llaman revolución “a cualquier perdejada”.
Solo dejando de ser él mismo, solo apropiándose parcialmente de las propuestas de Lasso, Lenín Moreno ha logrado sortear las olas del tusnami de 2017 que ha arrasado con todo. Y todo parece indicar que solo podrá remontar las del 2018 si tras la consulta popular, designa un vicepresidente, o vicepresidenta, que denote pluralismo, y cambie también el equipo económico, por otro que fomente el crecimiento y la producción. Puede hacerlo. Los pasos más difíciles los ha dado ya. Tiene su propio destino en sus manos.