Dejar de buscar atajos

No pasa una semana sin enterarnos de casos de corrupción, de decisiones del actual gobierno para corregir los abusos de la pasada década, o de escuchar al decreciente número de correistas intentar defender lo indefendible.

Mirando hacia atrás lo sucedido en Ecuador y en varios países latinoamericanos, vemos que el problema de fondo es que nuestras sociedades están buscando atajos continuamente. Dado que el procesos de desarrollo es largo y complejo y que construir una democracia toma quizás aún más tiempo, los latinoamericanos apoyamos a cualquier cuentero que aparece para vendernos soluciones rápidas.

Y eso es exactamente lo que ha pasado en Latinoamérica, los políticos vendían una versión reducida de democracia a cambio de rápido crecimiento económico y mejores servicios públicos. El problema se da cuando esos políticos deciden que solo ellos pueden resolver los problemas y por ende deben quedarse en el poder eternamente.

La búsqueda de estos personajes por mantenerse en el poder ilimitadamente genera cuatro problemas serios que impiden en el largo plazo consolidar una democracia o alcanzar el desarrollo. El primero es el autoritarismo, Ecuador, Venezuela, Nicaragua son en diversas medidas ejemplos de esto, la idea de que solo la presencia de un caudillo puede solucionar los problemas, es la semilla de toda dictadura. Lo que se traduce en perseguir y aplastar a quienes piensen distinto o cuestionen el discurso oficial.

El segundo problema que viene atado al autoritarismo es la corrupción. Los países donde la oposición es débil o inexistente, donde la prensa no puede hacer su trabajo y donde los organismos de control están cooptados por el gobierno son el entorno ideal para la corrupción. Lo que Ecuador está descubriendo, y que muchos ya sabíamos, se parece al proceso sucedido en Brasil o Argentina y al que seguramente llegará en Bolivia y Venezuela una vez que los actuales gobiernos dejen el poder. La corrupción es un problema serio en Latinoamérica y se ha dado en todo tipo de gobiernos: militares y civiles, de derecha y de izquierda, pero está claro que gobiernos que permanecen mucho tiempo en el poder y que reprimir a quien denuncia casos de corrupción son particularmente propensos a esta.

Los dos problemas anteriores derivan en un tercero, el daño a las instituciones. Cuando no hay separación de poderes o alternancia política las instituciones son las primeras en sufrir. Si miramos el índice de competitividad global del 2016, vemos que todos los países gobernados por populistas en Latinoamérica se encuentran en los últimos lugares en el capítulo que se refiere a Marco Institucional: este es el caso de: Ecuador (113), Brasil (120), Argentina (130), Bolivia (133) y sobre todo de Venezuela (138). Las instituciones son el sustento en el largo plazo de una democracia y una economía que funciona. Los líderes son pasajeros, las instituciones deben perdurar, lo que es una idea aterradora para un populista.

Finalmente todos estos problemas se traducen en el corto placismo como esencia de sus modelos económicos. Cuando vemos la inflación descontrolada de Venezuela o de la Argentina de los Kirchner, lo que estamos viendo es un gobierno que solo piensa en resolver problemas inmediatos, aun cuando eso significa dañar la economía al largo plazo. Un político que piensa a largo plazo jamás habría implantado impuestos a las exportaciones como en Argentina o pre vendido el petróleo como en Ecuador o Venezuela. Decisiones como expropiar empresas privadas, amenazar con no pagar la deuda o crear a impuestos con dedicatoria para ciertos sectores, son medidas que pueden parecer tentadoras en el corto plazo pero que casi siempre terminan afectando a la economía en el largo plazo.

El populismo de izquierda que gobernó Latinoamérica en los últimos 10-15 años fue una enorme oportunidad perdida. No porque no hubiera aciertos: la pobreza se redujo en Bolivia, Ecuador y Brasil; Argentina reparó a las víctimas de la dictadura y para amplios sectores de la población que siempre habían sido excluidos, representó una época de esperanza y de sentirse escuchados. Lastimosamente estos gobiernos desaprovecharon la bonanza económica y el enorme capital político que tenían, en una búsqueda incesante de acumulación de poder. Acumulación de poder que según ellos justificaba la corrupción, el autoritarismo, el irrespeto a las instituciones y la toma de malas decisiones económicas.

La resaca que vivimos en Latinoamérica se sentirá por algunos años, manifestada en: intentar volver al populismo, en apatía electoral o un giro hacia el populismo de derecha. Peor aún podría terminar en mayor polarización y violencia como está sucediendo en Venezuela. Es en este momento en que las fuerzas democráticas deben asegurarse de transmitir el mensaje correcto: no hay atajos, no se alcanza el desarrollo de la noche a la mañana y las democracias no se construyen con políticos que no creen en ella y en las bases fundamentales que la sostienen.

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