Comercio exterior, inversión y generación de empleo; Fuenteovejuna, todos a una.

En 1996 fui invitado por Rodrigo Paz, entonces candidato a la presidencia de la República por la Democracia Popular, a ser parte de una delegación de seis personas que, junto con él, viajamos a Chile a conocer y analizar las políticas públicas del entonces presidente Patricio Aylwin -Demócrata Cristiano y primer presidente democrático de Chile después de la dictadura de Pinochet-.

Allí tuvimos la oportunidad de dialogar e intercambiar criterios con los principales protagonistas, no sólo de su gobierno sino de la sociedad civil chilena, y nos impresionó la madurez política de esa sociedad, indudablemente, motivada por la necesidad de no cometer los errores que los habían llevado a la dictadura.

En mi caso personal, me interesaron mucho sus planes y metas de promoción de exportaciones e inversión ya que me desempañaba en esas áreas, tanto en lo privado como en la gestión gremial en Fedexpor. Fue una sorpresa descubrir que no tenían un Ministerio de Comercio Exterior ni un consejo de Comercio Exterior, sino un -muy bien definido- plan nacional de desarrollo con énfasis en el comercio exterior como promoción de inversiones y generación de empleo. Sus metas eran muy claras, cuantificadas y con una institución encargada de ejecutarlo, Pro Chile, una dirección a cargo del Ministerio de Relaciones Exteriores.

En la reunión final que nuestra delegación tuvo con el Presidente Aylwin le manifesté mi inquietud sobre la inexistencia de un Ministro de Comercio Exterior. Él me respondió de forma categórica que en Chile, el Comercio Exterior y la promoción de exportaciones e inversiones eran una política de Estado con la que estaban identificados no sólo el gobierno sino toda la sociedad chilena, por lo tanto, todos eran Ministros de Comercio Exterior.

Esta contundente declaración de política de estado y su realidad es lo que ha convertido a Chile en la potencia exportadora que es hoy en todos los mercados del mundo. Así mismo, lo ha ubicado en los sitiales más altos del desarrollo económico y social internacional.

Es una lástima que en nuestros país, en el que sí tenemos un Ministerio de Comercio Exterior, un Consejo de Comercio Exterior, una institución autónoma de promoción como CORPEI y en los últimos años una institución de la cancillería como PRO ECUADOR no hayamos logrado definir, asumir y ejecutar una política de estado que como Fuenteovejuna («Todos a Una) nos haya puesto en el sitial que tiene un país como Chile. Mas aún cuando hemos contado con un enorme esfuerzo del sector privado para ser líderes mundiales en ámbitos como el bananero, camaronero, floricultor y cacaotero. Muy a pesar de todas las barreras que a ese sector privado se le levantan.

Esta decisión no es sólo de un gobierno, es de todo un país. Se necesita adoptar una cultura de trabajo y competencia abierta al mundo con productividad de facilitadores en el cumplimiento de los objetivos y metas y no en creadores de problemas para vender soluciones. Una visión que reconozca que la globalización y la tecnología han derribado las barreras ideológicas retardatarias y que han liberado las energías de la humanidad viabilizando las democracias, cuyas definiciones claras los llevan al desarrollo económico y social elevando el nivel de vida de sus ciudadanos y generando riqueza que puede ser distribuida. Pero lo más importante: creando el entorno que brinda igualdad de oportunidades para todos sus pobladores

Este no es solamente un tema de leyes, reglamentos o instituciones, es un tema que demanda un cambio de cultura para asumir los desafíos que esa apertura al mundo significa; sin complejos ni prejuicios y mucho menos con restricciones ideológicas.

Nuestra política exterior debe priorizar el interés nacional de generar empleo y oportunidades por la vía del comercio exterior y la inversión elevando, así, la calidad de vida de los ecuatorianos. Esto se logra generando alianzas y tratados con aquellos países que buscan lo mismo que nosotros, que tienen sus metas claras y con quienes unidos multiplicamos nuestras fuerzas mejorando nuestra capacidad de negociación.

En el frente interno, todas las instituciones del Estado deben contribuir a crear un marco de competitividad en el que todos sumamos esfuerzos para eliminar obstáculos y no crearlos con la tramitología que ahorca a la unidad productiva.

En nuestro país podemos escribir una enciclopedia de la tramitología y de los obstáculos que unos funcionarios le ponen a otros, eso sin hablar de la lamentable venta de soluciones.

Nos urge aceptar la realidad de que las sociedades que mejor situación tienen son las que han asumido una posición en el mundo fortaleciendo los lazos e intercambio de bienes y servicios en la búsqueda de beneficios económicos que permitan pagar los servicios de un estado de bienestar; todo hecho social demanda una base económica.

Este es un esfuerzo que tenemos que hacer todos los ecuatorianos con pragmatismo, con inteligencia emocional, asumiendo el esfuerzo que demanda, trabajando con honestidad, pensando en el largo plazo y no en el cortoplacismo de la plata fácil o en el hedonismo de lo ganado sin esfuerzo. Demanda un cambio cultural que nos lleva a diseñar el modelo que el país necesita, de lo contrario, nos quedaremos rezagados en el oscurantismo de las ideologías, mientras otros disfrutan del beneficio de la iluminación de la libertad de iniciativa.

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