«Podrán cortar todas las flores…»

Jesús Ruiz Nestosa
Salamanca, España

Hace cincuenta años, hoy, los tanques del Pacto de Varsovia entraron en Checoslovaquia aplastando a sangre y fuego la “Primavera de Praga”, el intento de crear “un socialismo con rostro humano” y terminar con el estalinismo soviético. Pero no pudo ser. El año 1968 es recordado sobre todo por el “Mayo Francés” que para el mes de junio ya había concluido sin dejar poco más que el recuerdo de las algaradas juveniles y muy poco de conquistas políticas, culturales o sociales. Todo lo contrario de los sucesos de esta “Primavera…” que se convirtió en un cartucho de dinamita puesto en los cimientos de la Unión Soviética.

El proceso vivido en Checoslovaquia se extendió desde el 5 de enero al 20 de agosto de 1968, cuando grupos políticos e intelectuales se propusieron crear el “socialismo con rostro humano” creyendo, ingenuamente, que Moscú podía aceptar sus propuestas, ya que no se oponían a un sistema marxista-leninista en el que deseaban introducir la legalización de partidos políticos, libertad de sindicalización, libertad de prensa, de expresión y derecho a huelga. Pero los elementos más inmovilistas del Partido Comunista de Checoslovaquia (KSC) se alarmaron ante estos posibles cambios y se opusieron a reformas que etiquetaron como “política burguesa”.

La Unión de Escritores de Checoslovaquia fue uno de los motores de estos cambios que contaron con el apoyo –o por lo menos la no interferencia– del secretario general del partido, Alexander Dubcek, luego presidente y, sofocada la “Primavera…” y sus ideas de cambios, terminó como oficial forestal para desempeñar de nuevo un papel preponderante dentro de la vida política del país después del colapso de la Unión Soviética. Se le atribuye a él lo del término de “Primavera de Praga”, basándose en un verso de Pablo Neruda que citó en una oportunidad: “Podrán cortar todas las flores, pero no detendrán la primavera”.

La noche del 20 de agosto, 200.000 soldados (algunos dicen 600.000) apoyados por 2.300 tanques del Pacto de Varsovia (Unión Soviética, Alemania Oriental, Bulgaria, Polonia y Hungría) entraron en Praga. Cuando los ciudadanos se despertaron el día 21, se encontraron con una ciudad ocupada y comenzaron los desórdenes que arrojaron un saldo de 72 checos y eslovacos muertos, 266 heridos graves y 436 heridos leves. Además, 70.000 personas salieron inmediatamente del país y en los meses siguientes el éxodo alcanzó a 300.000 personas.

Como siempre pasa en casos similares, fue la intelectualidad checa la que más sufrió, ya que cineastas como Milos Forman y escritores como Milán Kundera abandonaron el país, refugiándose el primero en los Estados Unidos y el segundo en París. Mientras que Václav Havel y Bohumil Hrabal, los dos escritores más importantes que dio la República Checa después de Franz Kafka y Jaroslav Hašek, se quedaron en Praga condenados a labores miserables, y lo producido entonces no conoció la luz del día hasta después del desmoronamiento de la Unión Soviética.

La invasión de Praga motivó a que seis países pidieran una reunión urgente del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas: Canadá, Dinamarca, Francia, Paraguay, Reino Unido y Estados Unidos. Pero diferentes maniobras realizadas por la Unión Soviética, que tenía derecho a veto, desarmaron todo intento de condena. Como en muchos otros casos similares de entonces (y también actuales) Occidente miró a otro lado y se desentendió del problema. En 1987, Mijail Gorbachov, a propósito de sus reformas políticas (glásnost y perestroika), respondiendo a qué diferencia tenían ellas con la Primavera de Praga, respondió: “19 años”.

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