El aborto y la libertad

Sebastian Raza
Quito, Ecuador

En las discusiones acerca de la despenalización del aborto suelen colarse preguntas serias a las que es muy difícil dar una respuesta definitiva. En medio de tecnicismos jurídicos y descubrimientos médico-científicos no definitivos se buscan las respuestas a la pregunta acerca de cuándo exactamente inicia la vida, de cuándo el feto deja de ser feto para convertirse en un ser humano vivo, de cuándo un animal humano se convierte en un sujeto de derechos. Se trata también acerca de la efectividad de la prohibición del aborto, cometiendo en ese caso tanto una falacia naturalista como una moralista, pues ambas posturas confunden el deber ser con el ser, pero en sentidos contrarios: unos creen que prohibiéndolo dejará de suceder y otros creen que dado que sucede no puede estar prohibido. Otros, con estadísticas bajo el brazo, intentan persuadir mostrando que su prohibición es un problema de salud pública que mata a muchas mujeres debido a la clandestinidad y que se intensifica conforme se desciende en la escala social.

El problema reside – creo yo – en que todos estos argumentos técnicos son debatibles, pues es fácil citar otro estudio y todos sabemos que manipular datos es sencillo para quien quiere hacerlo. En mi opinión, la crítica debe tomar una avenida más modesta, menos científica, con menos pretensión de tecnicidad, pero al mismo tiempo más política y más filosófica. Nosotros – los modernos – debemos empezar a dudar de aquellos que pretenden solucionar disputas políticas con argumentos técnico-científicos. Solo así podremos dejar de ver a la política como una cuestión meramente de administración de la vida y los cuerpos, y volver a su virtuosidad inicial: discutir colectiva y reflexivamente acerca de nuestras formas de vida, acerca de los principios bajo los cuales queremos vivir, acerca de cómo queremos autogobernarnos individual y colectivamente.

La cuestión del aborto se enmarca en discursos dominantes sobre la protección y defensa de derechos y libertades individuales (entre las que se cuenta la libertad de elegir). Inmediatamente se invocan principios como el derecho a la autodeterminación sobre la vida y el cuerpo de manera secundaria. Casi a paso seguido, aparece en escena el principio de la responsabilidad. Estos son los hilos con los cuales se tejen, en la mayoría de los casos, argumentos a favor o en contra de la despenalización del aborto. El diablo, en este caso, está en los hilos, a saber, en el registro ideológico liberal (deformado por el libertarismo) que dota de sentido a esas palabras. Es claro: si el Estado debe proteger el derecho a la vida, entonces nos preocupamos por saber cuándo exactamente esta empieza o por las muertes ocasionadas por la clandestinidad; si tener una relación sexual fue una decisión libre, la persona debe aceptar responsablemente y de forma individual las consecuencias de sus actos; si afirmamos el derecho a la libre determinación sobre el cuerpo y la vida, nos perdemos en definir hasta qué punto el feto sigue siendo parte de la jurisdicción que cada uno tiene sobre su cuerpo y vida; y así sucesivamente.

Lo que a pocos se les ocurre es cuestionar la tinta con la que escribimos nuestros argumentos. La cuestión del aborto parece poner en entredicho al registro ideológico liberal dominante y ha hecho sacar a flote sus aporías (esto queda en evidencia en lo ridículo que resultan los argumentos de los libertarios y en que los liberales más tradicionales – otrora sus compañeros de cama más íntimos – han sido los primeros en alejarse y denunciarlos). No se me malinterprete: de ningún registro ideológico pueden emerger posturas homogéneas, pero su consistencia simbólica requiere que no existan este tipo de loops, e incompatibilidades y contradicciones necesarias. Los registros ideológicos pueden generar (y, de hecho, generan) incompatibilidades contingentes que se resuelven en debates menores. Cuando un registro ideológico llega a sus límites – como en este caso – lo más saludable es buscar otro vocabulario.

Buscar otro vocabulario no significa inventarlo. Bien podemos consultar los Archivos Universales de la Humanidad para encontrar alguna pista que seguir. Afortunadamente la idea de libertad de los liberales no es la única ni la primera. La idea de libertad liberal nos remite únicamente a la idea de libertad negativa, es decir, a la idea de no interferencia y ausencia de coerción externa. Quien más desarrolló esta idea en los umbrales de la modernidad fue Hobbes y, gracias al trabajo de Quentin Skinner, ahora sabemos que lo hizo en un intento de contrarrestar la influencia del Republicanismo durante la Guerra Civil Inglesa, que, por el contrario, busca ligar intrínsecamente la liberad a la no dominación y a la existencia de asociaciones civiles igualitarias. Según los Republicanos, la libertad necesariamente implica igualdad en la medida en que todos los ciudadanos o miembros de una comunidad deben estar en la capacidad de acceder a todos los bienes, simbólicos, culturales o materiales, que les permitan una condición de no servidumbre.

De acuerdo a la idea de libertad liberal, basta con que no exista coerción externa para que un acto sea considerado libre. Esta idea fue luego desarrollada por filósofos como Locke, John Stuart Mill y, en su momento más libertario, Robert Nozick. Ninguno de estos autores toma en cuenta cuestiones identitarias o biográficas que pueden restringir las posibilidades de acción de los individuos o empujarlos a que tomen una decisión. Ellos no se preocupan por nada que tenga que ver con la dominación que una clase de individuos pueda sufrir. Es por ello por lo que la mayoría de libertarios, como epítome de esta idea de libertad negativa, se niegan a aceptar postulados básicos del feminismo y consideran que todo aquel que habla de dominación simplemente está transfigurando un supuesto victimismo que se deriva de un supuesto marxismo.

En la idea de libertad republicana, por el contrario, aparece lo que se ha venido a conocer como libertad positiva, pues se afirma que solo una vez que no existe dominación y que todos los individuos pueden acceder a una condición de no servidumbre – es decir, únicamente cuando existen comunidades igualitarias – los sujetos son realmente libres porque pueden guiar sus acciones únicamente según sus propias intenciones. Una vez que analizamos la cuestión del aborto desde esta otra perspectiva, estamos obligados a aceptar al menos tres ideas básicas. (i) Muchas mujeres se encuentran en una situación de dominación (lo que se conoce como sociedad patriarcal) y, por tanto, no podemos asumir que la decisión de tener relaciones sexuales fue tan ‘libre’ como creeríamos o guiada únicamente por las intenciones de la mujer. La sociedad patriarcal ejerce violencia invisible sobre el cuerpo de las mujeres cotidianamente y, a nivel visible, existen numerosos casos de mujeres a quienes sus parejas les fuerzan psicológica, emocional o hasta físicamente a tener relaciones sexuales sin protección. (ii) Si aceptamos lo anterior como hecho, no podemos exigir a ninguna mujer que se responsabilice por las consecuencias de actos no libres y, por tanto, deberían tener el derecho a abortar. (iii) La concepción republicana de la libertad nos arroja un concepto más robusto de autodeterminación que la concepción liberal y, por consiguiente, una noción distinta de la justicia y el rol del derecho. En la concepción liberal prima la noción de derecho negativo, es decir, de leyes que protejan un espacio para la acción individual sin intervención externa (derecho a la libertad de expresión, a la propiedad, a la vida, etc.). Sin embargo, en una noción más republicana, se sostiene que no hay libertad sin derechos positivos, es decir, sin leyes que aumenten las capacidades y potencialidades para escoger el tipo de vida que quieres tener y conseguir la autorrealización (los derechos laborales, el derecho a un nivel de vida mínimo, a la educación, seguridad social, empleo, educación, a la vida digna, etc.). Así pues, desde una perspectiva de libertad más amplia, ya no se puede pensar la despenalización del aborto como una cuestión que simplemente ampliaría la capacidad de escoger sin intervención externa – y, en último término, de libertad negativa –, sino como una expresión de la libertad positiva misma en la medida en que aumenta las capacidades para decidir sobre la vida para guiarla a partir de intenciones y acciones que no son fruto de la dominación que ejercen los hombres sobre las mujeres en la sociedad moderna.

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