Bastón de mando y lucha contra la corrupción en las FFAA

Edwin Ortega Sevilla
Guayaquil, Ecuador

Pensar en que la corrupción no ha flagelado a las otrora instituciones con mayor credibilidad en los poderes del Estado, es vivir de quimeras; y, el no aterrizar en suelo fértil ante las demandas actuales de la sociedad nos convierte en cómplices y encubridores de la misma.

Según Vito Tanzi (1995): “Corrupción es el incumplimiento intencionado del principio de imparcialidad con el propósito de derivar de tal tipo de comportamiento un beneficio personal o para personas relacionadas.” Hay tres elementos básicos en esta definición. El primero se refiere al incumplimiento intencionado del principio de imparcialidad, en el sentido de que exige que las relaciones personales o de otro tipo no deberían jugar ningún papel en las decisiones económicas que involucren a más de una parte. La igualdad de tratamiento para todos los agentes económicos es esencial para el buen funcionamiento de la economía de mercado. La preferencia hacia algunos agentes económicos definitivamente viola el principio de imparcialidad e implica una condición necesaria para la corrupción. Sin preferencia, no hay corrupción (Begovic, B. 2005).

He aquí la esencia de lo que implicaría corrupción dentro del contexto Fuerzas Armadas, quienes al disponer de las armas de manera legítima como regentes de la integridad y soberanía de los Estados están obligados a formarse bajo la mayor rigurosidad y estándares de disciplina y respeto a las leyes. No pueden haber favoritismos ni prebendas, tanto en un régimen de meritocracia como en su proyección (real y aparente) a la comunidad, en donde debe primar la excelencia en el manejo de recursos públicos.

El creciente papel de los militares en la economía y política venezolanas ha ido a contracorriente de los objetivos de un mayor control democrático sobre los sectores de seguridad y defensa. Su creciente participación política y partidista -que incluye su desempeño como represores de protestas sociales y sus labores en el sector de inteligencia- y sus actividades empresariales han potenciado el auge del militarismo. El resultado es la desinstitucionalización, la desprofesionalización y la desconfianza social respecto de las Fuerzas Armadas y la constitución de una suerte de «socialismo militar»” Jácome, F. (2018).

Gracias al direccionamiento de la coyuntura política, cual golpe de timón, el Presidente de la República Lenín Moreno ha determinado en materia de Defensa un giro inesperado en el trato a los militares y su institucionalidad, en donde se ha visto con buenos ojos la designación de un general en servicio pasivo como Ministro de Defensa; y, la cooperación regional de los Estados Unidos de Norteamérica en la lucha contra el narcotráfico. Amén de lo que se vive en Venezuela, con estas decisiones, el gobierno ecuatoriano ha evitado que nuestras gloriosas Fuerzas Armadas sean “forzadas” en ir por la senda que su predecesor Rafael Correa junto con sus más de ocho ministros de Defensa a lo largo de su mandato decidieron conducirlas. Las implicaciones de seguir esta ruta, en donde nuevamente se retoman conceptos como “cooperación estratégica” “seguridad hemisférica” “defensa regional”, etc.; invita a los actores a una revisión acelerada y exhaustiva de planes, proyectos y metas, considerando al elemento uniformado como aquel que, aparte de la protección de los derechos ciudadanos es el que garantiza, constitucionalmente, la soberanía nacional y la seguridad ciudadana.

Este concepto legitima su accionar para que cada uno de los uniformados reflexione y se concientice de la gravitante misión de velar por la seguridad interna y externa del Estado. Ésta, es la principal tarea que tienen los comandantes, a parte de informar y dar órdenes, deben estar comprometidos en dar ejemplo, y ¿cómo se da ejemplo?, transparentando cada uno de sus actos, en una suerte de rendición de cuentas diaria en cada uno de los niveles de la conducción y en las unidades y repartos militares.

Luchar contra la corrupción no es fácil y es tarea de todos. La llamada “cirugía mayor a la corrupción” más allá de representar una retórica llena de esquemas y patrones de control, abarca un proceder ético, en que los superiores, constantemente, tienen la responsabilidad de mantener expedita la vía de comunicación con los subordinados, y de darse casos como los acaecidos en los últimos meses, en que miembros de la Institución se han visto involucrados en actos al margen de la ley, es imperante transparentar acciones; en donde, paralelamente a la indagación del delito deben seleccionarse procedimientos rápidos y efectivos en materia disciplinaria.

De ser así, se podrán esgrimir métricas, que a la postre redundarán en los índices de seguridad, fortaleciendo la imagen de Fuerzas Armadas y mejorando el ambiente organizacional, en donde las mejores prácticas formen parte del quehacer diario. La seguridad y defensa, al ser complejos de medir, se tornan perceptibles a la comunidad, en los ratios de actuación y rendimiento, pero sobre todo en la pulcritud del proceder de los miembros de la Fuerza Pública (Policía Nacional y Fuerzas Armadas) en su relación de servicio a los demás.

Las decisiones de respaldo y fortalecimiento a la institucionalidad de Fuerzas Armadas y Policía Nacional, implementadas por el nivel político, deberán ser armonizadas con las nuevas estrategias que el nivel estratégico militar irá estructurando para luchar contra las amenazas; no obstante, es de capital importancia que se despliegue transversal y verticalmente hasta el último de los soldados, la vocación y ética que conforman el depósito de los intangibles; aquellos que nutren y vigorizan la estructura. Recordando siempre que el comandante, así como da órdenes, al ser responsable del cumplimiento y ejecución de ellas, es también corresponsable, de que éstas vayan concatenadas con los principios y valores institucionales.

Contrarrestar los focos de delincuencia organizada (narcotráfico y demás delitos) dentro de Fuerzas Armadas ya es tarea de todos, más aún de aquellos, que con mérito o sin mérito tienen el bastón de mando, como regente moral y formal del don de mando.

 

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