Sobre la “Roma” de Alfonso Cuarón y la fuerza de las mujeres

María Rosa Jurado.

“Roma”, la película en blanco y negro del mexicano Alfonso Cuarón acaba de ser  escogida entre las cintas precandidatas a los premios de la Academia de Hollywood ycon seguridad, no será una sorpresa para nadie si llega a ganar el Oscar, conociendo el talento de Cuarón y su brillante trayectoria.

“Roma”, el título de la película, alude a la “Colonia Roma” de la ciudad de México donde creció el director. La he visto esta semana en Netflix y la hemos comentado entre amigas cinéfilas y consensuado en que se trata de una obra de arte entrañable, que es fiel reflejo de esa época de los setenta, cuando yo era una niña también y soñaba y jugaba con mis muñecas en mi casa blanca con celeste del barrio Centenario de Guayaquil, donde vivíamos seis mujeres.

Como confiesa el mismo Cuarón, la película es un homenaje a dos mujeres muy distintas: a su madre y a su nana, Cloe. Dos mujeres solas como tantas, aunque sean de distintas clases sociales, dos caras de la misma moneda. Hay una frase amarga que le dice la madre a la empleada en un momento de la película: “no importa lo que te digan, Cloe, siempre estamos solas”.

Ya lo aprendí yo eso muy bien cuando trabajé en la Corporación Viviendas del Hogar de Cristo: el estrato más  vulnerable y pobre de la sociedad lo constituyen una mujer sola con sus hijos.

La película, que es muy política, aunque sin dejar de ser nunca poética, muestra el México profundo,  referente clave para entender la realidad de la sufrida América Latina. El México que nos narra Carlos Fuentes, Octavio Paz, Héctor Aguilar, Roberto Bolaño en “Los detectives salvajes”

Pero, no es de eso de lo que voy a hablar, lo que me tocó el corazón fue el comentario repetido de mis amigas sobre que la película es una oda a la fuerza de las mujeres y sobre “lo fuerte que eran las mujeres en esa época”.

De allí devino mi pregunta: “¿Somos fuertes las mujeres?

La ciencia dice que tenemos que ser fuertes para soportar dolores tan grandes como el parto. La sabiduría popular dice que la maternidad nos hace palomas para arrullar y leonas para defender a nuestros cachorros.

Yo tengo la teoría de que es el amor el que nos da la fuerza, esa fuerza que tienen todas las mujeres que, casi sin ningún apoyo educan a sus hijos, cuidan a sus parientes mayores, terminan sus estudios, asisten a sus enfermos y a veces también a los de otros, trabajan en su casa y en su oficina de sol a sol y al mismo, tiempo les sobra un pan para compartir, una palabra amable para consolar, un gesto cariñoso para hacer reír, una caricia para confortar.

Es el amor el que hace que una mujer que no sabe nadar se lance al mar embravecido a salvar a sus niños, dispuesta a todo por lograr su empeño.

Es cierto también, que ante lo inevitable, todo es posible. Es como lo que contestó un famoso alpinista al que le preguntaron cómo era que siempre alcanzaba todas las cumbres que se proponía y él contestó: “el secreto es colocarte en un sitio desde donde ya no puedes bajar, y cuando ya no puedes bajar ¡vaya que subes!”.

Pero, también el arremangarse y enfrentar al destino es, a cuesta de cuanto arrastrar el corazón, de cuanto tropezar con los recuerdos y caerse, lamerse las heridas  y volverse a levantar.

No creo que seamos siempre fuertes, más bien, creo que amamos tanto que somos extremadamente vulnerables, creo que somos  fuertes por la decisión de ser responsables de nosotras mismas y de los que amamos.

Pero, sobre todas las cosas, creo que podemos ser fuertes. Y que cuando nosotros nos decidimos a hacerlo, podemos forjar nuestra alma de acero toledano, con dureza de roca y de diamante, como decía el poeta, y alzar el vuelo hacia la altura, aunque tengamos también las alas rotas.

(O)

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