Ibarra: clase y género

Alejandro Veiga Expósito
Leeds, Reino Unido

Como hombre venezolano, hijo de inmigrantes europeos, debo admitir que, a pesar de los esfuerzos de los gobiernos de Chávez por crear una identidad latinoamericana, nunca sentí que esto fuera parte de mi identidad. Bastó con salir del país para cobrar conciencia de ese territorio de La Mancha que es nuestro idioma del que hablaba Carlos Fuentes. En 2007, emigré a Cataluña, donde tuve varios trabajos que se fueron precarizando más y más conforme la crisis se agudizaba. En esos espacios de gran precariedad, teniendo unos diecinueve años, encontré un gran apoyo en colegas chilenos, argentinos, peruanos, y ecuatorianos. Fue allí, en ese reencuentro con esa tierra ibérica que fue parte de mi infancia, donde cobré conciencia de ciertas cosas que nos unen a los humanos.

Debo decir que, en esa misma situación, los inmigrantes, dentro de nuestras propias disputas, diferencias y enfrentamientos—no lo voy a idealizar—creamos un buen espacio de convivencia entre ambos géneros y distintas nacionalidades y edades: españoles, rumanos, marroquíes, senegaleses, y nigerianos. No era una cuestión de que todos abrazáramos nuestras distintas culturas y aprendiéramos de los otros, seamos realistas, esto no suele suceder en este tipo de contextos. Sin embargo, sí nos respetábamos, disfrutábamos entre todos, y entre los latinoamericanos había una sintonía especial. Es por eso por lo que hoy veo con tremenda tristeza las imágenes de Ibarra. Este desasosiego que siento ahora mismo viene no tanto de mi lado venezolano y de la sintonía con mis compatriotas que se ven en tan triste situación, sino más ampliamente del latinoamericano, que ve cómo el continente sigue con su histórico derrumbamiento.

Sentimentalismos aparte, cuento esto como ejemplo del necesario levantamiento de una conciencia crítica en las dos partes que se encuentran enfrentadas ahora en el Ecuador. Desde el desconocimiento de todas y cada una de las particularidades de la situación estructural del país, veo dos posiciones: los que se sienten desgarrados ante los ataques hacia los inmigrantes bien sean ecuatorianos o venezolanos, y los que estás hartos de los inmigrantes. Quiero dirigirme especialmente a los primeros y ante todo avisar que no intento justificar a los segundos. Esto es algo que humanamente me siento incapaz de hacer.

El problema de la inmigración hoy en día es, entre tantas otras cosas, un problema de clase, no sólo de particularidades nacionales. Es muy fácil hacer de esto un problema exclusivo de la xenofobia, que lo es también. Pero las personas que sufren inmediatamente la llegada masiva de inmigrantes son las clases más populares. Es sólo incluyendo a estas clases en la creación de la idea del inmigrante como enemigo común que la xenofobia puede cobrar fuerza. Esto es algo que ya hemos visto le ha funcionado a Trump, Le Pen, VOX, Bolsonaro, y al Brexit.

Ciertos movimientos políticos aprovechan la inmigración para no hablar directamente de los problemas reales que normalmente están ligados a la distribución igualitaria de la riqueza, la desigualdad de género, el desastre ecológico, y la financiación de los servicios públicos. Atacando entonces a los inmigrantes y a las minorías, las fuerzas políticas se ahorran hablar de los verdaderos problemas. Allí es dónde reside la irresponsabilidad del gobierno ecuatoriano en sus declaraciones y en su uso de los venezolanos como chivos expiatorios. Solucionar estos problemas es lo que permitiría dejar a las minorías xenofóbicas sin argumentos con los cuales una mayoría pueda seguirles.

Hacer este tipo de declaraciones suele crear un ambiente general en la opinión de la nación, en el que se ve a la inmigración como los culpables de la falta de fondos para financiar la educación, el desempleo, la sanidad pública, la cultura, y los programas sociales. En respuesta a este discurso, lo más fácil, desde las clases medias progresistas y las izquierdas liberales, es defender un discurso en el que tenemos que abrazar a los inmigrantes y aprender de sus diferencias culturales. Sin embargo, este es un discurso igual de peligroso, que desconoce lo que es tener que competir cada día por sobrevivir contra más y más personas. De allí la crueldad del actual sistema, y el famoso argumento muy usado contra las clases medias de ‘si te gustan tantos los inmigrantes por qué no te los llevas pa’ tu casa.’

Podría hablar sobre lo difícil que es inmigrar, lo dura que es la situación para los inmigrantes y la necesidad de empatizar con ellos, pero dudo que ahora mismo la gente que salió a las calles de Ibarra me esté leyendo. Más importante aún, creo que el pueblo del Ecuador está muy versado en diásporas. No quiero justificar a las personas que han formado parte de actos xenofóbicos y culpar a los que los atacan. Todos tenemos una opción, ellos han tomado esa, y es injustificable. Pero sí creo que es importante que quienes tomen la opción de criticar a esas personas y reducirlo todo a la xenofobia, cobren conciencia de la complejidad estructural de este problema. Estos casos no suelen ser una cuestión de ciertos individuos xenofóbicos que salen a la calle como si fueran un neo-KKK, esto suelen ser problemas en torno a la pobreza de clase y de género.

Obviamente, hay problemas graves de racismo y machismo en el continente, yo lo vi con distintos colectivos en la propia Venezuela. Ignorar esto sería vivir en una burbuja. Sin embargo, si no resolvemos la desigualdad social, no podemos resolver los problemas de raza, género, y medioambiente. Todo está atado e íntimamente vinculado dentro del sistema.

En segundo lugar, es necesario que se hable más sobre las violencias machistas, los modelos de masculinidad, y la feminización de la pobreza. Me alegra ver que ciertos medios y colectivos lo están mencionando en el Ecuador ante el feminicidio de Diana. Esto es un problema mundial y de especial gravedad en Latinoamérica. Los hombres venezolanos no somos más machistas que los ecuatorianos ni viceversa. Falta ver los recientes vídeos de hombres ecuatorianos acosando a mujeres inmigrantes venezolanas. Esto es un problema global y familiar, por lo tanto, hay que atacarlo en ambas esferas. Es muy fácil para los hombres culpar a otros y no mirarse a ellos mismos.

El machismo y las violencias machistas son problemas globales, estructurales, sociales, y económicos, que los gobiernos deben tomar seriamente. Utilizar la calidad de inmigrante de un asesino machista para evitar hablar de esto, como lo ha hecho el gobierno del Ecuador, muestra una grave falta de visión crítica hacia la desigualdad de género y los feminicidios. El machismo y las estructuras patriarcales no se van a derrotar en un día o un año. Hemos visto cómo, conforme el feminismo va ganando espacio en la tribuna pública, el machismo y el patriarcado evoluciona, cambia, y se adapta para disminuir cómo se percibe la opresión que sufren las mujeres, afirmando que las mujeres tienen más derechos que nunca o que ya hemos alcanzado la igualdad. Algo similar sucede en el feminismo, desde el cual en ciertos momentos se olvida la conexión que hay entre patriarcado y capitalismo. En especial desde el #Metoo, ha surgido lo que Amaya Oliva Díaz ha llamado feminismo chic. El feminismo tiene que incluir en su agenda la desigualdad social y económica si pretende proponer un modelo social distinto.

Es fácil para todos culpar al individuo, lo difícil es cambiar nuestra forma de actuar y apreciar las estructuras sociales que operan tras ciertos problemas. Todos podemos formar parte del cambio en nuestras actitudes diarias, sí, pero es necesario exigir un cambio desde las administraciones y las estructuras del estado. Las declaraciones del gobierno del Ecuador han sido muy desafortunadas, especialmente cuando el mismo presidente Moreno, desde la tribuna de la ONU, le dio una gran lección de humildad, compromiso, y conciencia crítica a los gobiernos de Venezuela y los Estados Unidos. Hoy sabemos que, lamentablemente, todo lo dicho desde esa tribuna, como posicionamiento político, fue mentira. Mención aparte merece, obviamente, el gobierno de Maduro, que en lugar de dar lecciones de política debería ponerse manos a la obra y aceptar que esto es una grave crisis humanitaria.

Sé que se me puede culpar de desviar la vista del problema, de culpar a todos los hombres y a los que se están enfrentando contra la xenofobia como si fueran los verdaderos culpables. Pero esto no es lo que intento decir ni lo que pienso. Sólo le intento pedir a estas personas que se desconecten por un segundo de sus teléfonos, de los medios, de los bulos de WhatsApp, para realmente dedicar un momento a reflexionar sobre la globalidad y profundidad de todos estos hechos, de las turbas en Ibarra, del feminicidio de Diana, y de la tremenda desigualdad social del continente. Dejemos de simplemente buscar chivos expiatorios, llámense inmigrantes o xenófobos, y pasemos hacia la reflexión de la profundidad del cambio que necesitamos y cómo se puede lograr el mismo con propuestas puntuales. Vaya, dicho esto, mi más profunda solidaridad en estos momentos a todas las mujeres del Ecuador, a la familia de Diana, y a mis compatriotas que se encuentran en el Ecuador.

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