Una reforma electoral que institucionalice

Giuseppe Cabrera V.
Madrid, España

Asentados los ánimos y pasado los para muchos, agridulces sabores de las elecciones seccionales, es momento de plantearnos seriamente las deficiencias de nuestro sistema político y esto pasa por una reforma electoral que corrija las desviaciones y desproporciones que ha generado el sistema actual.

Desde luego, es urgente modificar los requisitos para la inscripción de partidos a nivel local que es el sistema de partidos que más deficiencias presenta. Estas pequeñas maquinas de vapor electorales son estructuras clientelares que responden a caudillos locales que se sienten las súper estrellas de su cuadra. Tome usted al famosillo local -periodista, docente, abogado, empresario-, póngale el nombre del cantón y súmele un sufijo o prefijo como: ‘adelante’, ‘unidos/juntos por’ o cualquier otro que denote, progreso, cambio o avance y listo, sumará un partido local a los más de 200 ya existentes.

Ni programa, ni ideario importan. Distinto es el caso de los partidos políticos nacionales, para los cuales las exigencias ya son altas y lo que se debe corroborar es que efectivamente se cumplan los requisitos en el momento de la inscripción.

Es urgente eliminar el requisito de obtención de un porcentaje mínimo de votos para continuar existiendo como partido político. Esto no pasa en ninguna democracia moderna, pues es una clara vulneración al derecho de asociación política; los porcentajes deben servir para la asignación de recursos por el CNE, que en caso de no obtenerlos se les quita, pero no se les elimina del mapa electoral. Esto evitaría que los partidos pongan a cualquier personaje de la farándula para lograr los porcentajes y sobrevivir una elección más, además que les haría incluso plantearse la posibilidad de acudir a ciertas elecciones, si saben que no se encuentran preparados para dicha contienda, sin el miedo de saber que van a ser eliminados.

La obnubilación de varios generadores de opinión les hizo perder el norte: quisieron imponernos sus tipos ‘ideales’ de sociedad weberianos, olvidando la importancia de llevar la teoría a la praxis para ser comprobable y así perdieron en su “campaña” del nulo y pasó lo que se advirtió, el voto válido disminuyó y permitió que varios de los auspiciados por Correa, llegaran al CPCCS. En este contexto ideal, se hablan de listas cerradas que reemplacen a los actuales tipos de listas abiertas y desbloqueadas, lo que de forma sencilla significa que los electores ya no podrían elegir diferentes candidatos entre varios partidos políticos, sino que solo podrían votar a un partido político, en plancha u ordenando sus preferencias dentro de la lista del mismo partido.

Esto podrá funcionar para sistemas parlamentarios como los europeos pero en Ecuador, el elector genera identidad de forma directa con su representante y ya está acostumbrado a la libertad de elegir diferentes candidatos respetando el número máximo de dignidades por elegirse, cambiar esto, solo generaría desafección política, porque en este momento la ciudadanía no se siente identificada con los partidos políticos existentes; y resulta aún más problemático, en razón de que la escala ideológica izquierda-derecha, no opera en nuestro país y vemos que las preferencias ideológicas fluctúan mucho entre los votantes que buscan otras características en los candidatos con los cuales se identifican.

Una reforma electoral pasa por tener luces, un norte, mas nunca pautas marcadas por quienes creen que pueden ordenar el sistema político como piezas de dominio; ahí deben estar politólogos, sociólogos y constitucionalistas brindando esos elementos de debate, pero que tienen que ser tratados como lo que son, temas políticos, por ende, susceptibles de un debate abierto y plural que incluya a toda la sociedad.

Cometeríamos el mismo error de siempre de querer mirar a Europa, para copiar sus métodos, sin darnos cuenta de que los partidos políticos han cambiado porque las sociedades han cambiado y que ni en occidente esos métodos están surtiendo efectos, donde los sistemas de partidos están cada vez más fragmentados y se preguntan con mayor frecuencia porque se está dando el auge de los populismos, sobre todo de extrema derecha.

No podemos caer en los lugares comunes y apuntar a nuestra ‘cultura política’ como causante de todos nuestros problemas, porque las instituciones sirven precisamente como correctores del sistema frente a sus posibles amenazas. Fenómenos como el caudillismo y la personificación de la política no son nuevos en Ecuador, los hemos vivido toda la vida y la respuesta pasa por las instituciones.

Ernesto Laclau, tal vez el más lucido de los teóricos que ha escrito sobre populismo, anotaba la dicotomía que existe entre populismo e institucionalismo, pues el primero surge ante las demandas insatisfechas de las instituciones a los problemas de la sociedad, los partidos políticos, los gobiernos locales y la Asamblea Nacional, son algunas de esas instituciones, que al no dar respuestas a los problemas diarios del ciudadano, surge el líder que genera esta homogenización de particularidades entre grupos diversos en sociedades plurales, traducida en una articulación enunciada como el “pueblo”. Y, nuevamente caeremos antes las promesas y esperanzas refundadoras del caudillo de turno.

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