La Bomba, símbolo musical de resistencia de la minoría afroecuatoriana

Cultura, historia y saberes ancestrales se entrelazan con la alegría, picardía y el movimiento de cadera en la Bomba del Chota, un instrumento y género musical de la Sierra ecuatoriana, donde su población afrodescendiente busca que se la declare patrimonio cultural inmaterial.

Símbolo de resistencia de quienes llegaron hace cientos de años desde África en condiciones de esclavitud, la Bomba parece un simple tambor, con la peculiaridad de que está hecha de piel de chivo y el tronco de un árbol, todo unido por finas cuerdas.

Sus materiales aluden conceptualmente a los cuatro elementos de la naturaleza: la sangre del chivo y el proceso de secado de su piel representan al agua y al fuego, el tronco de árbol a la tierra y los orificios en el instrumento -que generan su particular sonido- al aire.

Como género musical, es un «símbolo de resistencia y bandera de lucha» de quienes llegaron desde África, y que con bailes y melodías lograron «encantar a patrones y capataces», explica a Efe Xavier Méndez, gestor cultural del Valle del Chota, en el norte de Ecuador.

«Son como claves, ritmos, melodías que nuestros ancestros idearon para proteger a su descendencia», agrega el gestor, quien desde hace unos años trabaja con los jóvenes para inculcarles esta herencia.

Y es que gracias a sus diferentes ritmos, más pausados o más seguidos, todo dependiendo de la emergencia, los habitantes de la zona también alertaban con ella sobre los peligros o la necesidad de huir.

Al pauperizado Valle del Chota, los africanos llegaron en condición de esclavos en el siglo XVII de la mano de jesuitas y tratantes, como mano de obra para minas y plantaciones.

Sus manifestaciones culturales entraron entonces «en forma de sabiduría», pero adoptaron sus propias características en Ecuador, donde los afrodescendientes, más de un millón entre negros y mulatos, se concentran históricamente en las provincias de norte del país.

En la costera Esmeraldas, su ritmo melódico se tradujo en una más extendida marimba, mientras que en el Valle del Chota, entre las provincias andinas de Imbabura y de Carchi, adoptó una nueva identidad: la Bomba.

Un género que en la pequeña y calurosa localidad de El Juncal hace vibrar a sus apenas 2.500 habitantes.

Como «bandera de lucha», dice Méndez, de 32 años, la Bomba les invita a estar «alegres, atentos», pero sobre todo a perseverar en la unidad y la hermandad, porque «solo unidos pueden seguir siendo libres».

La antropóloga ecuatoriana Karina Fonseca Hurtado, catalogadora del patrimonio inmaterial en el Instituto Nacional de Patrimonio Cultural (INPC), subraya a Efe que este género es parte de la historia de los pobladores del Valle, «una forma de expresar sus costumbres pese a toda la historia de esclavitud vivida».

«Representa sus vivencias», dice la experta sobre unas letras compuestas a manera de cuarteto de versos tipo copla hispana y que narran sucesos históricos y la cotidianeidad: un puente donado, el avance de un río, nacimientos o cualquier otro episodio social.

A la espera de que sea declarada como patrimonio inmaterial de Ecuador, por el «conocimiento» e historia que alberga, Méndez asegura que «alegría, picardía y movimiento de cadera» son esenciales para bailarla.

Trilogía inseparable que comprende la música, el baile y el instrumento de este «canto a la vida» que lucha por mantenerse entre las nuevas generaciones.

«El río Chota, se ha enfurecido y hace mucho ruido…», empieza a cantar durante una entrevista con Efe Daniela Rodríguez, recordando una niñez en la que el río arrastraba grandes piedras y palos en sus crecidas.

Arteria fundamental para la vida del Juncal, son muchas las mujeres que, con el agua a media pierna o sentadas en grandes piedras, aún lavan la ropa y utensilios de cocina en esa corriente.

Sentada en una roca bañada por el río, Rodríguez comenta que a su hijo Jheisiño, de 11 años, le gusta más «la música que salió ahorita para la juventud», y que en las fiestas los niños piden «reguetón y salsa choque».

«Sale una bomba y ellos no quieren bailar», afirma esta joven de 29 años y elaboradas trenzas que recogen su largo cabello.

Vendedora de frutas, asegura que a su hijo Bastian André, de siete meses, le canta «hartas bombas» para preservar lo que ella considera una «tradición de los pueblos ancestrales».

Todo con la esperanza de que este legado tan particular refuerce sus raíces y las generaciones más jóvenes no se olviden de la historia de sus antepasados, hecha canción. EFE

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