En qué se parece el castrismo al avestruz

Gina Montaner

Gina Montaner
Miami, Estados Unidos

Dicen que con los años los defectos se acentúan. Sin duda, el gobierno castrista en Cuba es una demostración de que los bajos instintos persisten a pesar de sus pésimos resultados.

La dinastía de los Castro ha estado en el poder desde hace la friolera de sesenta años y ahora, bajo la presidencia Miguel Díaz-Canel, un fiel escudero de la revolución designado para garantizar el “continuismo”, las directrices del estatismo continúan intactas. El régimen, cuya impronta desde el comienzo ha sido el de un estado parasitario mantenido primero por la ex Unión Soviética y luego por Venezuela, ha sido incapaz de generar prosperidad en un ámbito de libertades.

Desde que los comandantes bajaron de la Sierra Maestra en 1959, han sido minuciosos fabricantes de miseria y lo único que ha oscilado es el grado de penuria al que han sometido a la población. Ha habido épocas en las que la cartilla de racionamiento ha incluido la sorpresa de algún manjar ya olvidado en la memoria colectiva del paladar. Y ha habido tiempos, como el tristemente conocido Periodo Especial en los años noventa tras el colapso del bloque soviético, en los que la gente sufrió hambruna y hasta enfermedades derivadas de la deficiencia de vitaminas.

El régimen castrista, que nunca ha tenido vergüenza a la hora de emplear metáforas para disfrazar su ineptitud, lo llamaba “Periodo Especial”. Lo verdaderamente “especial” es su habilidad para encajonar a los cubanos en un estado de perpetua necesidad. Hablamos de un país occidental que en pleno siglo XXI, con wifi disponible en la cafetería más modesta de cualquier capital, “vende” como un logro precarios puntos de conexión en contados parques de la isla, donde los usuarios de apiñan para intentar conectarse con el mundo tras previo pago de un servicio deficiente y antediluviano.

Ahora, en vista de que el chavismo vive sus horas más bajas y los barriles de petróleo que generosa e irresponsablemente proveían a Cuba se han recortado por la grave crisis que atraviesa Venezuela, el gobierno de Díaz-Canel revive el fantasma del Periodo Especial. O sea, se redobla la pobreza reinante. Si las vacas siempre han sido flacas, nuevamente son famélicas.

Vuelven las jornadas a la caza de alguna proteína, a pesar de las remesas que los familiares en el exterior (el exilio ha sido el gran sostén económico de la isla) hacen llegar para que sus seres queridos puedan “resolver”. Pero desafortunadamente no es cuestión de tener los medios para encontrar un pollo o unas viandas, es que, tal y como lo manifiestan los cubanos en las colas, la queja que se repite es la de “no hay nada”.

Volvamos a la terca desvergüenza de un régimen que solo se mantiene en pie a fuerza de represión: con el recuerdo aún vivo de los años tenebrosos de aquel Periodo Especial, el general Guillermo García Frías, que a sus noventa años pertenece al parque jurásico de la revolución cubana, recientemente ensalzó las virtudes del avestruz como solución a los problemas de escasez. En una intervención digna de un sketch de los Monthy Python, el anciano comandante aseguraba que con la abundante carne de esta exótica ave y la cantidad de huevos que pone, los cubanos podrían sustituir los filetes de ternera que echan en falta.

No es la primera vez que el régimen se saca del sombrero de copa descabellados abracadabras para (no) solucionar la perentoria crisis alimentaria. Fidel Castro, que era la madre de todas las ideas absurdas, en su día intentó reproducir una vaca “milagrosa” que iba a dar leche como si de maná se tratara. Hubo una época en la que conminó a los cubanos a criar pollos en sus viviendas, aunque no dispusieran de patio, convencido de que podían criarlos en gavetas y con lámparas para que pusieran huevos.

Es la cruel ironía de un supuesto estado de bienestar que lo único que ha conseguido es perpetuar un estado de malestar general. Se supone que un gobierno gestione con destreza la economía, incentivando a la sociedad civil a que genere riqueza por medio de la iniciativa privada. Pero el comunismo es justo lo contrario. Desde hace sesenta años el castrismo ahoga sistemáticamente cualquier impulso empresarial. Mientras les plantean a los cubanos planes risibles, les prohíben que abran sus propios negocios y compitan con el monopolio de los negocios que maneja la nomenclatura.

Lo que salva a los Díaz-Canel, los García Frías o al propio Raúl Castro, que manda a la sombra, es que no hay elecciones libres que les saquen del poder por incapaces. Sí tienen razón en una cosa: el avestruz los retrata a la perfección. Imitando a esta ave originaria de África, los castristas esconden la cabeza debajo de la tierra antes que admitir su estrepitoso fracaso.

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