Amazonas en llamas: hechos, mentiras y propaganda

Guillermo Rodríguez González

Caracas, Venezuela

Esta temporada de incendios en el Amazonas encendió un escándalo político. De desinformados periodistas –ideológicamente comprometidos– de grandes medios al pretensioso inútil que preside Francia, todos afirmaron que «el pulmón del planeta ardía». La intensa propaganda ocasionó una intensa reacción emocional que sirvió ingenuamente al socialismo y accidentalmente al proteccionismo comercial.

No hubo conspiración. Tan público fue todo, que lo que no se vio se dedujo de lo que quedó a la vista de todos o de los que no se negaron a verlo. A mí, que por años dicté la materia Ecología y desarrollo, me asombraron especialmente las cifras del «oxigeno del planeta» atribuidas a la selva tropical amazónica. No me sorprendió, sin embargo, que los empeñados en atribuir incendios a quien odian fanáticamente –hoy a Bolsonaro, siempre al capitalismo– ignorasen mediciones satelitales de incendios en bosques y sabanas tropicales africanas de la misma temporada.

La producción de oxígeno por el fitoplancton de océanos supera por mucho la de grandes bosques de la Tierra. Esto no resta importancia ecológica a los bosques, pero deja en evidencia la desinformada –y desinformadora– manipulación emocional. Es el océano, no los grandes bosques, el que genera mucho más de la mitad del oxígeno en el ciclo del fitoplancton marino. Denominar «pulmones» a grandes masas vegetales es, además, una metáfora torpe: los pulmones no producen oxígeno, lo consumen. Aun así, si el planeta tuviera «pulmones» en ese falaz sentido metafórico, serían los océanos.

El oportunista proteccionismo francés (encarnado en Macron) se lanzó contra Bolsonaro, aprovechando la magnificación global izquierdista de la propaganda desesperada de ONGs brasileñas acostumbradas a parasitar el presupuesto en nombre del ecologismo. Destetadas del dinero arrancado a quienes pagan impuestos, hicieron un descomunal berrinche.

Pero aparte de declarar que el Amazonas debe ser y será parte  –y clave–  del desarrollo económico de Brasil –algo francamente inevitable– Bolsonaro nada hizo para causar más incendios. Atribuya usted lo que le dé la gana a sus declaraciones. Pero hechos, no palabras, es, por ejemplo, que desde hace años el Gobierno de Evo Morales ha poblado el Amazonas boliviano con campesinos provenientes de otros ecosistemas –pésima idea en un ecosistema potencialmente tan productivo como difícil de gestionar por su relativa fragilidad ecológica–. Además, el 9 de julio Morales aprobó el decreto supremo 3973, autorizando la quema controlada de bosques en los amazónicos departamentos de Santa Cruz y Beni. De ahí, incendios mayores se extendieron a la amazonia brasileña.

Es un hecho que el incremento del número de focos medidos por satélite en Brasil en lo que va de 2019 creció 78 %. Y que creció 107 % en Bolivia, 105 % en Perú, 146 % en Guyana y 121 % en Suriname. Eso a nadie le interesa. En Brasil, durante 2014 creció 58 % respecto a 2013. Todo eso importó un comino a quienes decidieron escandalizarse en 2019. En 2014 ni se enteraron. Pero adelanté atrás que realmente no hubo mucho más daño. El incremento de focos no es lo que parece y quienes lo hicieron noticia lo sabían. Fue manipulación política. Tanto, que el oportunista de París usó fotos de años pasados –y falsedades de bulto– en redes sociales expresando «preocupación» amazónica. Apresuró de este modo combustible al escándalo.

Escándalo debería ser –pero no será– que París se sume a una campaña de desinformación para bloquear un acuerdo que permitiría alguna limitada competencia de la producción agraria del Mercosur en los mercados de la UE y que Berlín lo apoye. Macron y Merkel –de salida– usaron la excusa proteccionista de último minuto más hipócrita posible.

Hechos importantes, y reveladores, fueron:

  • Los satélites de la NASA indicaron que la actividad total de incendios en todo el Amazonas en lo que va de año se mantiene dentro del promedio de los últimos 15 años. Ni más, ni menos. No es sorpresa. Sin embargo, no aumentó el área afectada, excepto en Bolivia (lo que tampoco es sorpresa).
  • El área afectada al momento es de menos de 19 000 kilómetros cuadrados del Amazonas brasileño, lo que siendo presidente Bolsanaro fue escándalo global. Pero 157 000 kilómetros cuadrados incendiados en 2004, 160 000 en 2005, y 154 000 en 2007, siendo presidente Lula da Silva, a ninguno de los escandalizados de hoy le importó un comino. Ni se enteraron.
  • Y lo más importante: la protección, gestión y recuperación de bosques depende única y exclusivamente del desarrollo económico, de su gestión económica y ambiental racional y rentable en economías fuertemente capitalizadas, con seguridad jurídica y capacidad de invertir a largo plazo. Lo dice la teoría económica. Lo repite la realidad cuando comparamos los bosques –y su explotación gubernamental y privada– en economías capitalistas ricas, con los bosques –y su explotación gubernamental, concesionaria, o ilegal– en economías mercantilistas o socialistas pobres.

Desde que existe civilización humana, nada fue tan destructivo para el entorno ecológico como el socialismo –vicio que mantiene cuando imita a medias soluciones capitalistas por vía mercantilista– y nada ha sido mejor a largo plazo para el entorno ecológico de la humanidad que el capitalismo desarrollado. A inicios del desarrollo capitalista hay impacto ecológico alto, se reduce hasta la sostenibilidad cuando aumenta el valor económico del entorno ecológico como resultado del desarrollo, no de la regulación. En el mercantilismo no se crea suficiente capital para llegar a eso. En el socialismo la explotación antieconómica –con impacto ecológico creciente– empeora exponencialmente por la inherente inviabilidad económica del sistema.

El número de habitantes crece, sobre todo en la pobreza. Explotarán, de una otra forma, cada vez más el Amazonas, esto es inevitable. Por lo tanto, únicamente subsistirán los grandes bosques tropicales amazónicos en una Sudamérica capitalista desarrollada. El socialismo y mercantilismo son pobreza, y la pobreza es destrucción ambiental. Pero ese enorme peligro ecológico –y económico– real, nada importa a los mal llamados ecologistas de hoy.

  • Guillermo Rodríguez G. es investigador del Centro de Economía Política Juan de Mariana y profesor de Economía Política en el área de extensión de la Facultad de Ciencia Económicas y Administrativas de la Universidad Monteávila, en Caracas, Venezuela. Su texto ha sido publicado inicialmente en el sitio PanamPost.

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