Universidades, cuatro siglos después

Heytel A. Moreno Terán

Guayaquil, Ecuador

Hay historias que se repiten y ésta en particular se cuenta así. El Ministerio de Gobierno presentó una denuncia en la Fiscalía General del Estado indicando que varios integrantes de la policía nacional se encontraban ejecutando acciones preventivas, de seguridad y protección para el acompañamiento de varios ciudadanos indígenas que se dirigían desde una universidad de nuestra capital hacia el Ágora de la Casa de la Cultura. De repente, los policías fueron cercados por más personas, quienes a empujones y utilizando objetos contundentes y corto punzantes, los obligaron a despojarse de sus bienes. El desenlace ya es conocido por todos gracias a las redes sociales.

Luego, una declaración incomodó a muchos ciudadanos que se sintieron “ofendidos”. Resulta que el Ministro de Defensa manifestó que durante el último paro nacional algunas instituciones de educación superior funcionaron como “centros de abastecimiento y logística para personas que cometían actos delictivos”.

La respuesta de las universidades y escuelas politécnicas aludidas fue inmediata y emitieron un comunicado oficial con el que “ratificaron su rol de centros de paz y acogida humanitaria durante los días del paro nacional”. Además, argumentaron que la acción de “la academia se orientó a resguardar la integridad y condiciones de dignidad elementales de familias indígenas, incluidos mujeres, niños y adultos mayores”, con lo que rechazaron las acusaciones.

Cada persona tiene el derecho de sacar sus propias conclusiones respecto a los acogidos en dichos “centros de paz y acogida humanitaria” e interpretar  los videos trasmitidos por distintos noticieros del mundo, respecto de hombres y mujeres, indígenas o no, que dañaron floricultoras; incendiaron edificios; saquearon pequeños y medianos negocios; destruyeron un sinnúmero de bienes públicos; atacaron ambulancias, lo que no debe suceder ni en estado de guerra; y, entre otras cosas, paralizaron la producción del petróleo. En fin, ¡paralizaron un país! y, con ello, coadyuvaron -directa o indirectamente- en los hechos que generaron el estado de excepción decretado por el Presidente de la República, lo que nos hizo recordar las épocas en las que “el honor era mayor cuando mayor era el botín”.

Aunque todos deberíamos ver de forma similar, nos queda claro que hay distintas visiones de una misma situación y cada persona debe sacar su propia conclusión. Finalmente, será la justicia y no nosotros, quien determinará sobre la actitud neutral o no de todas las personas que se encontraban en los denominados “centros de acogida y de paz” o, en su caso, probará que confrontaron con la fuerza pública y participaron en actos típicamente antijurídicos conminados con la sanción de una pena (léase delito).

Deberíamos procurar ser objetivos, olvidarnos del Ecuador por un momento y pensar en las universidades desde una visión global. Bajo esa premisa, considero que las instituciones de educación superior deben defender temas básicos y esenciales como lo son, por ejemplo, la vida, la propiedad, la libertad y así dar seguridad a los ciudadanos como uno de los fines del Estado.

Para muchos no será fácil aplaudir y ovacionar a los «centros o zonas de paz” que según informes de la fuerza pública eran lugares de abastecimiento logístico de “actos vandálicos”. Ante ello, nos corresponde cumplir con nuestro deber de ciudadanos y, en consecuencia, tenemos que opinar, tomar posiciones y defenderla sin creernos dueños de la verdad. Nuestro rol no puede limitarse a exigir derechos y garantías, debemos pronunciarnos en un marco de respeto -y quizás empezar a tener recelo del que calla-.

Por mi formación jurídica no puedo apoyar a quienes hoy acuden a medidas de hecho y desconocen el estado de derecho, así como no puedo evadir la doctrina jurídica-política que es mucho más antigua de lo que suponemos. Aquí es imposible no pensar en el contractualismo abonado por Platón o San Agustín, y aunque no posee mayor contacto con el «clásico» que se inicia con Thomas Hobbes, pasa por una transición con Locke y finaliza con Rosseue y Kant, quienes no coinciden en todo, pero defendieron sus posturas con razonamiento.

Estos últimos son los temas que hay que recordar y de los cuales debemos hablar. La anarquía es contraria al contrato social. Una sociedad se construye también luchando contra quien genera el caos, sin importar de dónde provenga. Acepto y reconozco que el sistema democrático que tenemos no es perfecto, ¡pero nada lo es!; además, debo decir que no conozco a ninguna autoridad académica de este lado de la región que haya presentado un nuevo modelo que desplace, sustituya o cambie el sistema que hoy aplicamos y -se supone que- debemos defender.

Cualquier camino nos debe llevar a mejorar el sistema actual y no a la ruta de la desestabilización; por ello, es importante que los ciudadanos obtengan sus propias conclusiones bajo premisas verdaderas. Recordemos que “no puede haber certeza en la conclusión sin una certeza en todas las afirmaciones y negaciones sobre las cuales se fundó y dedujo”. Hobbes es claro al decir que si caemos en deducciones con antecedentes falsos “no caemos en un error”, eso en realidad es un “absurdo”.

Parecería que no es difícil saber si los Ministros de un país se expresan con verdad o falsedad. Asimismo, parecería fácil coincidir en una conclusión, pero por la diversidad de criterios existentes queda en evidencia que no es nada sencillo. No en vano se dice que todos por naturaleza deberíamos razonar de un modo similar, lo que no sucede ya que también se afirma que “razonamos bien solamente cuando tenemos buenos principios”. Y ese es el mayor inconveniente que enfrentamos como país. Michael Smith lo llama “El problema moral”, tema del que trataremos en otra oportunidad.

Para sacar mis conclusiones decido quedarme con los razonamientos de Hobbes, Locke, Rosseue y Kant, cuyas mentes no imaginaron un escenario en el que exista un recinto que no se someta al orden constituido de un Estado. Sin duda no deja de ser preocupante que cuatro siglos después sigamos pensando en elegir entre “el uso de la razón” de Hobbes y la barbarie vivida en Ecuador hace escasos días. Lo importante es que ésta experiencia sirva para encaminar el mañana. Hay algo en lo que deberíamos coincidir: Que hay situaciones que no deben repetirse nunca más.

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