Hasta las últimas consecuencias contra la libertad

Orlando Avendaño

Caracas, Venezuela

«La batalla por Venezuela es la batalla por el continente y por el mundo. El triunfo de las fuerzas revolucionarias en Venezuela representa el triunfo de todas las fuerzas de izquierda en el mundo entero y, en especial, en América Latina y el Caribe. Siendo la Revolución Bolivariana el blanco de ataque principal del imperialismo y sus lacayos, el movimiento revolucionario y progresista latinoamericano e incluso mundial, no pueden hacer menos que tener como principal prioridad en sus planes de lucha y estrategias, la defensa de la Revolución Bolivariana hasta sus últimas consecuencias».

La cita es sorprendente. Y, antes de explicar de qué se trata, invito a releerla. A desglosarla y digerirla. Es un grito de guerra. Largo y rotundo. Una declaración bélica a favor de la dictadura de Nicolás Maduro. Que parte, por cierto, de que la supervivencia de quienes la alzan pasa por la conservación del chavismo y, a su vez, del Socialismo del siglo XXI.

«Nuestra América en pie de lucha», se titula la Declaración final del XXIII encuentro del Foro de São Paulo, publicada también el 19 de julio de 2017 en el diario oficial del régimen cubano, Granma.

Al terminar el vigésimo tercer encuentro en Nicaragua, en 2017, más de un centenar de organizaciones políticas latinoamericanas, concentradas en el Foro, manifestaron su estricto compromiso con la defensa de la Revolución Bolivariana «hasta sus últimas consecuencias». No hay forma de aligerar el anuncio y, menos, considerando el contexto en el que hoy, a finales de octubre de 2019, se encuentra la región.

Con Chile, Ecuador, Perú y Bolivia convulsionando; con Argentina al borde del precipicio, al igual que Colombia, y México ahora en manos del proyecto socialista, es urgente meditar sobre la capacidad del castrismo de, aún cuando luce derrotado, acomodarse, mostrar los colmillos y volver a morder. Aprieta y no suelta.

De las más de cien organizaciones que en 2017 suscribieron la declaración de guerra, seis, aparte de en Cuba y Venezuela, gobiernan. Es decir: seis naciones latinoamericanas hoy son gobernadas por partidos o movimientos que hace un par de años juraron defender la tiranía chavista, cueste lo que cueste.

En Bolivia, el Movimiento al Socialismo amenaza con eternizar a Evo; en México llegó López Obrador de la mano del Partido del Trabajo y el Movimiento Regeneración Nacional; Daniel Ortega gobierna Nicaragua sobre el Frente Sandinista; y en Panamá acaba de triunfar Laurentino Cortizo, representante del Partido Revolucionario Democrático. En República Dominicana está Danilo Medina, militante del Partido de la Liberación Dominicana y en Uruguay, con el Frente Amplio, rige Tabaré Vázquez. Agregue, por último, que es inminente el retorno del kirchnerismo a Buenos Aires, amparado por una coalición integrada por partidos afiliados al Foro.

Quien aún no haya entendido que la región está en guerra, terminará arrollado por el impacto de la realidad. Es un conflicto cuya disputa esencial es la libertad, el gran valor que la mayoría atesoramos y que unos cuantos han declarado objetivo a eliminar.

Al final, Venezuela ha quedado reducida, o ampliada, de hecho, al escenario definitivo en el que se disputa el curso del continente. Y todo aquel que amenace con sumarse a la campaña por neutralizar ese foco que ha logrado esculpir a la región en un teatro de operaciones criminales, verá la furia de esos que en un momento juraron defender al chavismo «hasta sus últimas consecuencias». Y la verán en sus propias casas.

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