Lo bueno y lo malo de la política de identidad

Samuel Uzcátegui

Quito, Ecuador

La política de identidad es básicamente una forma de pensamiento colectivo, en donde una persona se reconoce como parte de un grupo étnico, social o religioso y, al momento de elegir mandatarios, vota única y exclusivamente por los contendientes que sean parte de su mismo grupo, porque siente que eso generará beneficios para su propia comunidad. No importa si es una minoría o una mayoría y va más allá de lo ideológico. Es una manera de segmentar la política que, por más que nazca de una idea noble, que es que todos debemos sentirnos representados, se presta para polarizar y separar aún más a las poblaciones. Además, una identidad política mal direccionada puede terminar siendo perjudicial para todas las demás, como el creciente nacionalismo blanco en los Estados Unidos.

 Todos somos partes de uno de estos grupos. Reconocer nuestra identidad política es tan sencillo como enumerar nuestras convicciones y creencias junto a nuestro país de origen y ya la hemos definido. En Estados Unidos esto se ve desde hace años, sobre todo con los actuales avances y el cambio de la climática que solía definir la política occidental. Barack Obama fue el primer presidente afroamericano, y fue un hombre popular y respetado por todas las comunidades. Pero, la comunidad negra en los Estados Unidos lo veía a él como el pilar del cambio y de la lucha antirracista. Lo ven como un hombre que atendió el llamado que nadie se había atrevido a atender, y que, en cierta parte, cumplió. Ese es un claro ejemplo de como una identidad política es utilizada para el bien, porque permitió que una comunidad históricamente perseguida se sintiera identificada, viéndose reflejados en el hombre que gobernó al país más poderoso del mundo por dos periodos consecutivos.

En la actual contienda electoral que definirá el presidente de los Estados Unidos en el 2020 se ven varios ejemplos de lo que son las políticas de identidad. Donald Trump es un claro ejemplo de lo peligrosas que puede llegar a ser la identidad política. Haciendo conectar a la gente con lo que es lo ‘estadounidense’ y criminalizando a todo aquello que el no considere apropiado para su país. Despertando ese odio embotellado que tantas personas tenían en contra de los migrantes y de la diversidad, por ejemplo. No es gratuito que desde que empezó a difundir mensajes de repulsión hacia los migrantes, sobre todo mexicanos, se hayan desatado olas de terrorismo nacionalista. No digo que esa fuera su intención, pero en la comunicación política llega el punto en el que sabes que todo lo que dices y haces generará consecuencias, sobre todo si eres Donald Trump. En los antiguos Estados Confederados ha crecido la violencia, y eso se ve reflejado en la masacre en El Paso, Texas. Es un claro paralelismo del mismo modus operandi con el que acciona el Estado Islámico. Es avivar un resentimiento y redireccionarlo hacia un grupo en específico, para crear un falso sentir de unidad frente a un enemigo externo.

En el otro lado del espectro, está el precandidato del partido Demócrata, Pete Buttigieg. Buttigieg es el primer contendiente a la presidencia que es abiertamente homosexual. Es hijo de un migrante europeo y una estadounidense. Además, prestó servicio militar en la Guerra de Afganistán. Tiene como conectar con tres grupos minoritarios para crear una mayoría en las votaciones. Tiene al colectivo LGBTIQ+, a los migrantes y a los militares/veteranos. Y a pesar de que ha mostrado una clara devoción por asegurarse de garantizar los derechos y el bienestar de los grupos de los que es parte, no los ha usado como atajo para ganar capital político y sí le ha prestado atención a las problemáticas puntuales. Su discurso busca la unidad y no la segmentación, y también se aleja de esa polarización que tanto daño hace en la actual climática política.  Es identidad política, pero a menor escala, porque sus acciones van mucho más allá de solo velar por los intereses de un grupo en específico.

En Latinoamérica también ha nacido ese confuso discurso de conectar con lo local, sobre todo desde la llegada de la crisis migratoria venezolana a los países de la región. Se ve como medios usan términos como ‘marea migratoria’ o como resaltan la nacionalidad de un delincuente solo cuando es extranjero.  Y también como el migrante se ha convertido en el chivo expiatorio para que los verdaderos responsables no asuman las consecuencias de sus actos. Con este papel de los medios y los mensajes de los líderes políticos, se desarrolla una nueva doctrina de ‘seguridad nacional’ y se implementan medidas como pedir visa de entrada a los ciudadanos venezolanos. Se crea la narrativa de que existe una amenaza (que son los migrantes venezolanos), se inserta ese miedo en la gente y luego cuando se anuncia la medida de pedir visa de entrada, los locales lo ven como un triunfo. 12 países han tomado ya esta decisión, y eso no hace nada más que cerrarle la puerta a desplazados de una dictadura asesina. Todo por amor a la patria, buscando despertar esa fibra sensible que, interpretada de una mala manera, desencadena hechos lamentables como lo ocurrido en enero del 2019 en Ibarra, donde ciudadanos venezolanos fueron perseguidos y atacados solo por compartir nacionalidad con un delincuente.

Las identidades políticas nacieron como una manera para que los grupos pudieran reunirse y luchar por cualquier objetivo en común, pero el objetivo de estos movimientos era remover el impacto político de la identidad, no reforzarlo, y eso parece haber cambiado en este actual mundo tan polarizado, donde todos se sienten obligados a tomar parte en cualquiera de los lados de la mecha y la intransigencia y prepotencia gana sobre el debate y la conversación para generar un legítimo cambio. Algunos pensarían que es importante que las personas se vean a sí mismas como individuos y no como miembros de un grupo, eso es decisión propia de cada quien, pero en la actualidad existe una necesidad de pertenecer, pertenecer a algo, por lo que muchos simplemente se abanderan una causa y empiezan a pesar en colectivo. Es noble, y es más que legítimo, siempre y cuando el pensamiento colectivo esté abierto al debate y no busque la predominancia de un único grupo sobre todos los demás.

Las identidades políticas se prestan para que nazcan estos grupos supremacistas, por lo que el peligro está en cuando una causa generosa se desvirtúa y se convierte en algo ruin.  La política nunca debe basarse en remarcar diferencias y segmentar poblaciones, porque, eso no hace más que romper, relacione y sociedades en conjunto. La clave está en buscar un punto medio donde se pueda establecer una minuta que determine los pasos a seguir para crear una sociedad más inclusiva y tolerante a través de las identidades políticas (así suene utópico), sin despertar una lucha de intereses donde todos quieran lo mismo, pero solo para sus grupos y nadie esté dispuesto a ceder.

Más relacionadas