Miami, Estados Unidos
La música mueve los corazones mágicamente. Este artículo es un homenaje a una canción, Noche de paz, que lo demuestra. Si el lector no me cree le ruego que busque la anécdota en Snopes.com. En esta época de “fake news” suelo verificar las informaciones en esa página de Internet. Esta semana Snopes trae una larga reseña de un libro publicado hace casi 20 años: Noche de paz: la historia de la paz cristiana durante la primera guerra mundial. La obra (entre otros autores) fue investigada y escrita por el historiador Stanley Weintraub, profesor de la Universidad Penn State.
Les cuento: Bélgica, 24 de diciembre de 1914. Esencialmente, esa guerra, como tantas otras, la reñían los ingleses y franceses contra los alemanes. Había otros notables componentes: rusos, austriacos, turcos e italianos, pero sólo eran figurantes de la tragedia. Los protagonistas principales eran Inglaterra, Francia y Alemania. Esos eran los tres beligerantes básicos. En esa oportunidad peleaban en Bélgica, no muy lejos de donde Napoleón libró su última batalla cien años antes contra los ingleses.
Hacía un frío espantoso. Nevaba. Los soldados sentían un latigazo en el alma. Era la nostalgia por el terruño y la familia. Se trataba de una esas fechas clave para compartir la mesa e intercambiar regalos. Los creyentes cristianos celebraban la llegada del Mesías en el vientre de María. En agosto, hacía cinco meses, había comenzado la Gran Guerra. Todavía no se llamaba la “Primera”. Faltaban muchos años para que se desatara la “Segunda”. Los que partieron jubilosos al combate ya se habían desilusionado. Eran muchos los muertos, el dolor y la sangre.
Los idiotas que encontraban virtudes en la guerra se habían quedado mudos. A esas alturas de la historia, Gabriele D´Annunzio, el histriónico poeta italiano fundador del fascismo, era casi el único que se atrevía a repetir estas necedades. Ya había cientos de miles de muertos. La cifra alcanzaría los 21 millones de heridos y casi nueve millones de cadáveres gaseados, ametrallados y, en definitiva, asesinados por uno de los dos bandos.
Alguien, en el sector británico, comenzó a cantar Silent Night (en español se tradujo como Noche de paz). No creo que el anónimo cantante supiera que el origen de la canción era austriaco. Pronto se hizo un coro de emocionados soldados que entonaban en inglés la alabanza al niño Dios que había nacido en Belén hacía dos mil años. Los cañones y las ametralladoras callaron. Era una guerra de trincheras muy próximas. Conquistar cada metro costaba miles de muertos. Alguien se atrevió a escribir una pancarta: “Si no disparan, no disparamos”.
Al unísono, los soldados alemanes e ingleses se pusieron de pie y avanzaron para darse un abrazo. Cantaban Noche de paz, unos en alemán y otros en inglés. Lloraban de emoción. No se odiaban. Eran jóvenes arreados al campo de batalla por la inconsciencia de la edad y las elucubraciones de los estrategas. Se intercambiaron cigarrillos, chocolates, coñac. Enterraron los muertos. Los escoceses tenían una pelota de fútbol. Jugaron. Los “Tommys” (los ingleses) se enfrentaron a los “Fritzs” (los alemanes). El fútbol era la forma civilizada de competir.
Gracias al reverendo Martín Añorga descubro el origen de la canción Noche de Paz. El artículo me lo envía Álvaro Álvarez, un expreso político cubano. Se trata de un conmovido poema escrito por el padre José Mohr en una aldea de los Alpes austriacos en 1818. Esa nochebuena el cura fue a bautizar una criatura nacida en el seno de una familia tan pobre como la de Jesús. Al día siguiente, un humilde maestro de música, Francisco Javier Gruber, le puso música acompañado por una guitarra.
Pero el salto a la fama llegó en la Nochebuena de 1832. En esa fecha las cuatro hermanas Strasser cantaron el villancico ante el rey. A él y a la Corte les pareció maravilloso. Casi un siglo más tarde, hubieran pensado que había algo de magia contagiosa. Por cierto, el partido de fútbol lo ganaron los Fritzs 3 a 2. La Gran Guerra, en cambio, la perdieron los alemanes, pero fue devastadora y sirvió de preludio a la Segunda.