Cenizas

Raúl Andrade Gándara

Rochester, Estados Unidos

El festejo del final de año se resume a un amasijo de cenizas. Y es todo. Otro año que se hunde en la memoria para dar paso a 365 días nuevos, similares a gotas que rebozan sobre un surco creado por la reciente lluvia. Todas iguales pero diferentes. Cada una con su forma, matiz y luz al alcance del caminante distraído.

Donde algunos miran lo que los demás ignoran. Donde se marcan recuerdos indelebles y simples resbalones diarios. Un año más o quizás un año menos. La inmortal frase de Quevedo, aquella del cristal con que se mira completan la sutil y inapelable diferencia. Un día o una vida. Una gota o un océano.

Ya no tiene importancia. La saudade subraya la diferencia. ¿Y de esos 365 días cuántos retendrá nuestra memoria? ¿Aquellos instantes imbuidos de rutina? ¿Las decisiones de vida? ¿Las encrucijadas del amor? ¿Los dolores de la angustia?

Pasan ante nuestra mirada perdida las remembranzas del ayer. Quizás fue hace dos meses, quizás cinco. No hace mucha diferencia. Solo queda el aroma, el recuerdo, la sensación irrepetible. La medida arbitraria del tiempo satisface al científico pero no al hombre común. Esa y todas las distancias son determinadas a la luz de una teoría jamás suficientemente explicada aunque universalmente aceptada.

La luz y la sombra son indicativos más seguros que los meridianos y los relojes. Pero necesitamos ubicarnos en el mundo para no extraviarlos en él. Y así lo recargamos de convencionalismos sobre los hombros y continuamos por el sendero del diario vivir.

Así se acumulan los años. Inexorables. Y, con sincronía perfecta, nos reunimos a recapitular los recuerdos y repartir anhelos bajo el embrujo de una fecha, de un símbolo,de un instante. Es nuestra mente la que crea la magia, la convierte en esperanza, en deseo, y es nuestro empuje el que lo convierte en realidad, en un hecho medible con satisfacción, alegría u honda tristeza.

Porque por supuesto, no todos los anhelos se convertirán en algo palpable. Las frustraciones serán y son siempre parte de nuestra vida diaria. Sin ellas no podríamos entender la valía del esfuerzo ni saborear el néctar del éxito. Nos embarcamos en el carrusel de la existencia, aceptamos que nos jalonee con hilos imperceptibles y que la causalidad dicte los cambios sin que la casualidad se vea desprestigiada.

No entendemos nada pero lo aceptamos en silencio. Y cada mañana, independientemente del ayer, reiniciamos el hoy con la mirada puesta en el mañana. Sin detenernos. Hasta que la vida nos detenga. Y finalmente, el resto importa poco.

Somos nosotros y con eso basta. Los actos y los hechos de los demás nos alegran o nos indignan. Pero a pocos nos cabe la posibilidad real de cambiarlos. De hacer que nuestro pensamiento logre alterar con hechos y actuaciones lo protervo de las decisiones que afectan a todos. Nuestra verdad es solo nuestra. Y a lo máximo que podemos aspirar es que los demás la compartan. Nada más.

Pero más allá de las cruces, de las imposiciones, de la ciencia, el espíritu indómito del hombre ha prevalecido contra la injusticia, el dolor y la sinrazón.

Que este nuevo año sea para nosotros los ecuatorianos una prueba más que lo podemos hacer, que podemos mejorar, que podemos cambiar el rumbo hacia valores permanentes como la justicia, la búsqueda de oportunidades, la recuperación de la conciencia y el civismo en la dirección del país, para que se destierre tanto odio y destrucción entre compatriotas.

Que decidamos exigir y lograr de nuestras distintas representaciones un verdadero diálogo, no un monólogo de imposiciones que nos retrasan, nos agobian y nos detienen. El camino es largo pero aún estamos a tiempo de enderezar el trazo. Lo tendremos que hacer entre todos. Sin miedo. Que esta fecha, tan buena como cualquier otra, nos permita iniciar el recorrido. ¡Feliz año 2020! ¡Un abrazo para todos !

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