La moral de los cínicos

Heytel Moreno Terán

Guayaquil, Ecuador

Maximilian Karl Emil Weber, quien trascendió a la posteridad como Max Weber, en una conferencia sobre vocación política ante estudiantes en Alemania por el año 1919, distinguió entre dos formas de moral a las que -según su criterio- se ajustan todas las acciones humanas éticamente orientadas. El historiador, politólogo, filósofo, sociólogo, jurista y economista alemán diferenció entre moralistas por convicción y por responsabilidad.

Un poco más cercano a nuestros días, esto es, en julio de 1992, el Premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa, publicó una columna bajo el título sugestivo de La moral de los cínicos, en la que encontramos una referencia a esas dos clases de moral de las que advirtió el filósofo alemán.

Si nos ceñimos a la distinción realizada por Weber, encontramos que la persona identificada como moralista por convicción es aquella que dice y hace aquello que piensa correcto sin importarle los resultados, pero que, sin embargo, es consciente de las consecuencias que asume con total seguridad y convencimiento. Es decir, no se trata de un ser que no mide los efectos de sus actos, ni de una persona poco equilibrada o pensante, se trata de alguien que antepone sus principios o creencias y asume el resultado que su lealtad le impone; se trata de un ser que siente que callarse no es ético cuando se está en la obligación de informar, opinar o hablar, aunque esa verdad incomode a uno o a muchos. Para esa persona “la autenticidad y la verdad deben prevalecer siempre y están por encima de consideraciones de actualidad o circunstancias”. Resulta innegable que hay muchas personas que se sienten identificadas con las características propias del denominado moralista por convicción, sin importar las críticas que puede generar el alinearse con esa filosofía de vida que la resumo en la siguiente frase: La verdad, aunque el cielo nos caiga encima. En la actualidad a esas personas -además de- frontales, sinceras u honestas, se las llama desde utópicas hasta ingenuas.

Por otro lado, encontramos con mucha frecuencia -más de la necesaria- al moralista por responsabilidad, quien sintoniza sus intereses a una conducta que tiene presente los resultados de cada palabra, gesto o acción. Es la clase de persona que calcula todo previo a mover un dedo, levantar una ceja o dar medio paso. El moralista por responsabilidad se presenta como alguien muy equilibrado, inteligente y pensante; pero, lo que sucede, es que es alguien que procede según la oportunidad del momento y mide cada resultado procurando el beneficio personal, aunque sea sacrificando la verdad: adulando y engañando si es necesario con tal de alcanzar sus objetivos.

El autor de La moral de los cínicos explica de forma concisa y con claridad meridiana estas dos posturas, diciendo que “lo frecuente es que aparezcan contrastadas y encarnadas en sujetos diferentes, cuyos paradigmas son el intelectual y el político. Entre estos personajes aparecen, en efecto, quienes mejor ilustran aquellos casos extremos donde se vislumbra con luminosa elocuencia lo diferente, lo irreconciliable de las dos maneras de actuar”. Además, nos ilustra con ejemplos dignos de compartir en circunstancias como las que vive el país, donde la palabra moral es cada vez más desconocida por la ciudadanía o, en su caso, está en desuso; y, lamentablemente, el cinismo es lo más frecuente. Historias como éstas son las que debemos recordar con la intención de demostrar que -incluso hoy- puede existir una especie de utopía para realistas envueltas en dignidad, ética y verdad, en donde la moral no debería presentarse como un sistema dual u opcional, no hay dos morales.

Al respecto, Vargas Llosa lo ejemplifica perfectamente al relatarnos que “Si fray Bartolomé de las Casas hubiera tenido en cuenta los intereses de su patria o a su monarca a la hora de decir su verdad sobre las iniquidades de la conquista y colonización de América, no habría escrito aquellas denuncias -de las que arranca la leyenda negra contra España- con la ferocidad que lo hizo. Pero, para el típico moralista de convicción, la verdad era más importante que el imperio español”.

El fray español actuó sin importar o medir consecuencias y nos enseñó que no hay que proceder según un estado de oportunidades o conveniencias. Él habló, escribió y denunció lo que por convicción sentía que tenía que decir, arriesgándolo todo. Su comportamiento debería hacer eco en la eternidad, tema del que deberíamos trabajar con las actuales y futuras generaciones. Es lamentable que a lo largo de nuestras vidas nos encontremos con pocos hombres y mujeres que podamos definirlos como moralistas por convicción.

En el Ecuador hay muchos personajes que ofrecen soluciones a los problemas nacionales que ellos mismos ayudaron a crear, pero como son otras sus actuales circunstancias (intereses, conveniencias, oportunidades), prefieren desentenderse de ese pasado del que también formaron parte, para lo cual cambian su discurso intentando desvincularse de los errores de su pasado político, olvidando que la historia ya está escrita y no pueden alterarla. Sobre esos distinguidos personajes, pregunto: Según La moral de los cínicos de Vargas Llosa, análisis que nace gracias a la distinción realizada por Max Weber en 1919 sobre los moralistas por convicción y por responsabilidad ¿A cuál de ellas pertenecen -en su mayoría- los integrantes de la clase política ecuatoriana? Y, mejor aún, ¿A cuál de ellas pertenece usted?

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