El levantamiento de octubre, en cifras

Raúl Andrade Gándara

Rochester, Estados Unidos

Un cálculo inicial arroja la cifra de 821 millones como saldo de los desmanes octubrinos. Cifra importante y frustrante. Revela la torpeza de quienes lograron en pocos días destruir el esfuerzo de años por odio y consignas. Demuestra la incapacidad de comunicarnos entre ecuatorianos para entender y entendernos.

Mucho habría podido hacerse con esa cifra en positivo. Crear nuevas fuentes de estudio y trabajo, solucionar problemas acuciantes de las comunidades más pobres, iniciar proyectos de salubridad y vivienda, etc. Pero la cifra revela sobretodo la irresponsabilidad de los líderes frente a sus dirigidos.

El afán destructivo de unos solo se compara con la indolencia de otros. La consigna es individual y por eso los resultados son insuficientes.
Hay que repensar el país. Hay que tener la madurez suficiente para sentarse a dialogar sin agendas ocultas, sin codicia y sin revanchismo. Los opuestos deben entender que el Ecuador es uno solo y su supervivencia depende del esfuerzo de todos.

Que hay que empujar hacia adelante y no hacia atrás. Que las palabras y los discursos de efecto no reemplazan un esfuerzo sincero de unión y diálogo. Que el principio de autoridad no puede ser una declaración lírica. Que el presidente no puede ser sujeto de escarnio sino un referente de acción y guía. Que el gran perdedor ha sido el país y nos corresponde a todos recuperar los pedazos.

La inacción ha despertado los peores sentimientos en el pueblo. La agresión se siente a diario, se ha convertido en bandería de algunos movimientos de distinta ideología, y solo lleva al enfrentamiento.

Urge una alianza honesta, una conversación clara, unas metas comunes. Las rencillas de los propietarios de los partidos tienen que archivarse, los reclamos de los sindicalistas sintonizarse con la realidad de un mundo dinámico, los indígenas tienen que incluirse y no excluirse, el gobierno tiene que preparar el terreno para el diálogo, y el ecuatoriano común tiene que salir de su letargo para reclamar por su derecho a vivir en paz.

Solo la dinámica del ejemplo positivo logrará recuperar la fe en un país postrado, molesto y resentido. Solo la decisión enérgica llevará a resultados palpables en el tiempo.

Este es por supuesto un llamado a los ecuatorianos de buena voluntad. No a quienes anhelan la destrucción del sistema imperante para instaurar un reino con ropaje democrático. No es un llamado a los golpistas ni a los conspiradores. Tampoco a los políticos mezquinos ni a las egolatrías sectarias. El país tiene que ser más consciente que sus líderes. Y tiene que exigir soluciones.

Las pérdidas de octubre son mínimas frente a los desaciertos en la conducción de las finanzas públicas, al dinero que dejamos de recibir por la obesidad estatal y su incapacidad para autorediseñarse, los intereses leoninos que hemos pagado a China por complejos ideológicos, la ceguera para no atacar los problemas de fondo y disfrazarlos con consignas utópicas. Y así podría continuar la enumeración ad infinitum, por la indolencia de sus actores.

El campanazo de octubre tiene que escucharse en su real dimensión y servir para ir enunciando metas. Los que quieren dialogar para buscar soluciones de buena fe y consenso deben sentarse urgentemente a delinearlas. Y aquellos que solo buscan el caos y la sedición deben ser claramente señalados como responsables y juzgados en consecuencia.

Todo silencio es complicidad. Y mientras las autoridades no cumplan su función el Ecuador está desamparado. Que la voz de los perjudicados se escuche clara y fuerte. Que el rechazo a la violencia sea un solo frente patriótico. Que nunca más los intereses de una minoría violenta y destructiva se protejan y encubran como hasta hoy. Y que las veleidades de retorno triunfal de los delincuentes que nos gobernaron sean frontalmente rechazadas por la unión de los ecuatorianos de bien en contra de la corrupción y la alcahueteria. O el costo será aún mayor.

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