¿Y el cese de la usurpación?

Daniel Lara Farías

Leipzig, Alemania

A pesar del histrionismo del politiquero que usted pueda tener como favorito, la fulana “usurpación” declarada por la clase política que encabeza Juan Guaidó no ha terminado.

Y no porque lo diga yo, sino porque ellos mismos así lo establecen en sus actuaciones desde el mismo momento de la declaratoria. Aquel cinco de enero de 2019, cuando Juan Guaidó desde la tribuna de oradores del Palacio Federal Legislativo lanzó el concepto de “usurpación” que algún estratega iluminado decidió vender, se puso una soga en el cuello del proceso que iniciaba.

Según dicho concepto, para quien lo olvidó, la “usurpación” arrancaba el 10 de enero de 2019, cuando Maduro se juramentara ante la ilegítima Asamblea Constituyente. Se convertía en ese momento -y no antes- en usurpador, pues esa juramentación se hacía por un ente constituido de forma inconstitucional, después de unas elecciones convocadas por ese mismo ente ilegítimo con las condiciones fraudulentas construidas para garantizar el triunfo de Maduro. Siendo así, el hecho de juramentarse ante la Constituyente lo convertía en usurpador de la presidencia, dejando el cargo vacante. Y correspondía al Parlamento llenar esa vacante según lo establecido en esa constitución que Chávez se mandó a hacer a la medida en 1999, enmendándola de nuevo en 2009 cuando sintió que le quedaba pequeña.

Es allí donde arranca un entuerto de ribetes tragicómicos, dentro de ese conglomerado opositor donde conviven teóricos de la cohabitación con promotores de “rutas de coraje”, junto a zorros viejos de la corrupción, políticos “con burdel” (y de burdel, algunos) y uno que otro ingenuo devenido en tonto útil. A esa fauna de crepúsculo tropical se le entregó nada más y nada menos que el destino de la República en proceso de disolución. Y en vez de abocarse a la titánica tarea de evitar dicha disolución republicana, han preferido repartirse cargos, prebendas, embarcarse en diatribas estériles para el fin último que es, según ellos mismos aseveran desde el principio “el cese de la usurpación”.

Pero donde se nos va la vida precisamente en la espera a los venezolanos que aún soportan el rigor a lo interno y a los que nos fuimos a sobrevivir en el extranjero, porque hay urgencias en quien espera un tratamiento médico o en quien busca qué comer, o en quien trabaja de sol a sol para poder ayudar a su familia con una remesa o una caja con uno que otro paliativo temporal de la subsistencia.

Y esa espera es incompatible con el juego diplomático y electoralista. Porque el pecado original, principal y capital de ese grupo opositor es el electoralismo. No pueden vivir sin elecciones, literalmente: los corruptos necesitan participar como sea, para seguir en posiciones donde colaboren con la persistencia del status quo. Los ingenuos creen aún que participando “como sea”, le hacen un favor a una lucha supuesta, que ya lleva veinte años en la trampa electoralista.

Más que un pecado, un síntoma

¿Por qué estos políticos, supuestamente opositores, quieren participar en elecciones, hablan como si estuvieran siempre en campaña y son incapaces de plantear algo que no sea un plan de gobierno?

Parece ser el síntoma de una grave dolencia. Una carencia absoluta de escrúpulos, en algunos casos y una insuficiencia permanente de visión de Estado. Otros, simplemente son cómplices y parásitos del Estado, sea dicho Estado adecopeyano o chavista-militar. Los más, simplemente son disléxicos y discalcúlicos: ni leen la realidad ni calculan tiempos y consecuencias.

Sea cuales sean las enfermedades que padecen, el síntoma es el mismo: solo pueden actuar dentro del esquema electoral, pues fuera de él no se hallan. No hablan de toma del poder sino de gobernar. Con eso, queda claro que no saben ni qué es el poder, ni qué es el gobierno. En algunos casos de extrema gravedad, no saben aún la diferencia entre Estado y gobierno, entre nación y Estado o entre estrategia y táctica.

Así, se enfrentan leyendo El Principito de Saint-Exúpery a unos delincuentes que aplican El Príncipe de Maquiavelo.

Por eso, vemos al chavismo desplegando a nivel nacional a soldados hambrientos y oficiales sádicos con armas de todo calibre, mientras esa dirigencia opositora discute si la imagen es la de un sombrero en la mesa o la de una culebra que se tragó un elefante.

El análisis del sombrero en la mesa apunta: están asustados y muestran a esos pobres milicianos haciendo el ridículo, los Marines los acaban en quince minutos.

El análisis de la culebra que se tragó un elefante desarrolla: están enloquecidos y buscan una guerra, pero están en su peor momento.

¿Y si revisamos el dato incuestionable de un despliegue a nivel nacional? ¿Y si nos adentramos en la existencia de esa distribución de fuerzas que son las REDI, las ZODI sumados a colectivos y fuerzas insurgentes en zonas clave, más el control de zonas urbanas por parte de “pranes” y bandas criminales? ¿No nos revela de forma clara que el enemigo que ese entramado quiere aniquilar no es el invasor extranjero, sino el rehén? ¿No queda claro que esos soldados harapientos, hambrientos o simplemente sin condiciones físicas y mentales para empuñar un arma o enfrentarse a un enemigo armado, en realidad serán lanzados contra la población desarmada, cuando el régimen criminal así lo decida?

Seguramente si se le plantea esto a esa clase política, pedirán que decidamos cuál es la verdad, sometiéndolo a un referendo organizado por el CNE. Porque así de lamecharcos son.

¿Y en qué queda entonces la “usurpación”?

La usurpación terminó siendo una trampa para los politiqueros electoralistas desde el momento mismo en que conceptualizaron el asunto. Simple: si la usurpación empezó el 10 de enero de 2019 con la juramentación de Maduro ante la Constituyente, todo lo anterior se borró de la historia. No existió la ilegalidad del ejercicio como “presidente encargado” ante la ausencia de Chávez durante su agonía ni posterior a su muerte. No existió el fraude de 2013, ni la ilegal postulación de Maduro sin demostrar su nacionalidad, ni la declaratoria de “abandono del cargo” hecha por ese mismo Parlamento ¡en la misma legislatura!. No existió ni el fraude judicial para detener el referendo revocatorio convocado en 2016.

Todo eso, queda borrado cuando se establece que la usurpación arrancó el 10 de enero de 2019. De un plumazo, una oposición genuflexa y siempre muy útil al régimen que la confeccionó, decidió hacer un borrón y cuenta nueva que a estas alturas sigue teniendo saldo a favor del régimen. Porque yo no me pondré principista jamás si siento que el régimen de verdad esta siendo derribado. No me importará el método ni la vía si siento que de verdad el régimen esta cayendo y lo que va a sustituirlo es mejor. Pero en este momento, el saldo es a favor del régimen.

Y a estas alturas, quien tiene problemas con el principio del “cese de la usurpación” no soy yo ni es usted ni es el régimen.

El problema lo tiene Guaidó y la clase política variopinta que él dirige. Porque resulta ser que no se puede pelear por el cese de la usurpación como primer paso antes de ir a unas elecciones, si el tiempo corre y llega el momento establecido para hacer elecciones parlamentarias. Ese momento está establecido por esa Constitución que todos dicen respetar. En tal sentido, los electoralistas, como cualquier drogadicto, muestran en estos momentos el síndrome de abstinencia claro que los lleva al peligro de recaer en el consumo, cuando ya se les creía desintoxicados. Pues no. Ahora es cuando su adicción está viva.

Por eso, es sumamente importante que Donald Trump haya recibido en la Casa Blanca a Juan Guaidó. Por eso es sumamente importante que el comunicado del 09 de enero de 2020 emitido por el gobierno de los Estados Unidos establezca claramente que unas elecciones libres solo son posibles sin Maduro en el poder y siendo organizadas por un gobierno de transición, con condiciones estrictamente vigiladas por los 60 países aliados del gobierno interino. Porque esa vigilancia estricta no es solo para quienes están en la acera del crimen político rojo, sino también para quienes durante veinte años se han servido de las elecciones para “conservar espacios” que le han servido a ellos y a la casta militar para apoderarse de las instituciones.

La usurpación debe cesar, en el caso del régimen y en el caso de la oposición falsaria y prostibularia también.

Pero el tiempo sigue su marcha. ¿Nos alcanzará?

Más relacionadas