Quito, Ecuador
Desde hace unos días, la vocería oficial del gobierno de Donald Trump y del Partido Republicano, decidió rebautizar al coronavirus/covid-19 como el ‘virus chino’. El momento más icónico fue cuando en los apuntes de Trump, antes de dar un pronunciamiento con respecto a la pandemia, se vio que había tachado la palabra “corona” y la había remplazado con “chinese”. El razonamiento detrás de esto es defendido bajo el concepto de que hay que resaltar el origen del virus para hacer responsable a la dictadura de China por su mal accionar gestionando los inicios de la crisis y también por conspirar culpando a Estados Unidos de ser quienes llevaron el virus al país asiático.
La iniciativa de llamar así al covid-19 va más allá de solo querer resaltar su origen. Hay un trasfondo que este argumento ignora. Racismo, xenofobia, discurso de odio, todo en uno. Conversemos.
Primero que todo, que Donald Trump sea la brújula moral bajo la cual muchos han adaptado esta etiqueta de referirse a la enfermedad como virus chino, muestra lo equivocados que podemos estar. Se supone que la coyuntura nos exige tiempos de unión y de colaboración, pero parece ser que las pandemias no están exentas del mismo proselitismo barato de siempre. Decir virus chino es racista y desencadena xenofobia. Muchos están ignorando el después, claramente el covid-19 no va a durar para siempre; si el mensaje continua por esta ruta discriminatoria, la estigmatización del ciudadano chino—y del asiático, porque la ignorancia es gratis— al momento de retomar la normalidad (sí es que eso va a ser posible) se habrán causado claros estragos en la sociedad.
Se habrá normalizado el rechazo hacia un ser de cierto origen por el simple hecho de venir de un país en donde se originó una pandemia. Se está alimentando una narrativa anti-oriental, independientemente de que sea con intenciones maliciosas o no. El ciudadano de a pie, que no es parte de la cadena de mando y cumplió con todas las medidas para protegerse a sí mismo y a quienes lo rodean, está absuelto de culpa. Si se quiere hacer responsable a la dictadura que ostenta el poder en China por el origen del virus, por la expulsión de periodistas, la manipulación de datos ocultando cifras y el secretismo que mantuvieron por meses antes de anunciar el brote del virus, el señalamiento debería ser directamente a ellos, no a su gente.
¿Por qué no le llaman virus Xi Jinping o virus Zhongnanhai? Claramente Trump nunca haría tal cosa, debido a que sus intereses en juego no les permiten un señalamiento tan directo, pero ¿Por qué seguimos juzgando a todo un gentilicio por sus incompetentes lideres? ¿Nunca vamos a aprender? China no es Xi Jinping. A un país no lo hace su líder, lo hace su población. Si la reputación de cada uno de nosotros depende del mandatario de nuestro país de origen, muchos estamos fregados, no solo China. Estos tiempos nos exigen responsabilidad y cordura, de nada sirve darse golpes en el pecho defendiendo la igualdad y abanderarse causas inclusivas cuando no desaprovechamos la primera oportunidad de montarnos en el camión del odio y convertirnos ahora en el verdugo. Lo he visto en colegas, amigos y familiares. Así va esto.
Uno de los mecanismos de defensa de quienes impulsan la etiqueta del virus chino es la comparación con la influenza española, que también incluye un gentilicio en su nombre. Ésta se presta a interpretación. Primero que todo, no se originó en España, recibió ese nombre internacionalmente porque en ese momento el país ibérico, al no ser parte de la guerra mundial, fue el único en difundir la información sobre la pandemia sin caer en censura y con total transparencia. No se le dio ese nombre para responsabilizar al gobierno español, mucho menos para estigmatizar a su gente. Además, hay que entender el tiempo y el contexto, los códigos de comunicación funcionan completamente diferente a como lo hacían en 1918. Ahora estamos hiperconectados, globalizados. Una persona con un perfil falso en Twitter puede hacer viral un argumento y a la gente le importa la lectura de los hechos que hace su medio de comunicación de preferencia, la polarización es super rentable políticamente y por ello nacen debates como estos, los tiempos son completamente diferentes. Y de nuevo, no es tan difícil de entender, que el hecho de que exista uno o varios precedentes históricos no significa que sí está bien repetir lo ocurrido y seguir por el mismo camino. No podemos caer en ese lugar común tan simplista.
Otro mecanismo sería el asumir que un sector de la población china tiene cierta responsabilidad, tomando en cuenta que el origen del virus fue por el consumo de animales exóticos en un mercado mojado en Wuhan. La tradición de consumir este tipo de alimentos tiene un origen oscuro y denso. A mediados de los años 70’, cuando las muertes en China por inanición rondaban los 36 millones de personas bajo el mandato del régimen comunista que había destruido los medios de producción, se tomó la decisión, para aliviar la hambruna y disminuir la pobreza, de permitir que las personas comercializaran con la vida salvaje y abrieran este tipo de establecimientos para generar empleos y paliar la crisis.
Esto se convirtió en una tradición, vigente por generaciones, tanto así, que desde 1988, la vida salvaje en China es considerada un ‘recurso natural’ que puede utilizarse para beneficio humano y, además, esto permitió también que se involucraran en estos mercados a los animales en peligro de extinción—promoviendo una economía sumergida— creando toda una enorme industria que en 2003 causó el brote de SARS y en 2019 del COVID. Hay un problema de fondo, que nuevamente responsabiliza al régimen de China, por las libertades que les han dado a estos negocios y como han hecho la vista gorda al ver las ganancias que genera y la capacidad de cabildeo que tienen los líderes de la industria. Claramente, ver desde una perspectiva occidental como en China hay quienes comen ese tipo de animales nos genera un conflicto interno inmediato, pero el problema va mucho más allá y nos exige lecturas profundas.
Hay que examinarnos y ver en que lado de la mecha nos encontramos. No estamos pensando en el después. Nos permitimos que el encierro y la rabia nos domine. Esta coyuntura, para la mayoría de la población mundial, es inédita, y no podemos agregarle encima la tragedia de la xenofobia, del racismo y los crímenes de odio que estos dos pueden desencadenar. Lo de Donald Trump es una estrategia política, que ha sido explotada al más no poder y la hemos visto en mil formas y mil colores diferentes. El método de buscar un nuevo enemigo y emprender una guerra ficticia para defender al país más libre del mundo le funciona, por algo lo sigue utilizando, pero no le sigamos el juego. No podemos caer en esas aguas tan turbias, con esas pescas a río revuelto que hacen tan irresponsables señalamientos, de los cuales ya conocemos el alcance, solo para hacer campaña política.
Prudencia, templanza, respeto. Eso es lo que debe preponderar en este momento tan importante. Quedémonos en casa, veamos una serie, leamos un buen o un mal libro y no prediquemos el odio desde el privilegio que nos da el no ser parte de los que juzgan como culpables en esta desgracia.