El tiempo es dinero

Raúl Andrade Gándara

Rochester, Estados Unidos

Nunca una frase ha sido tan acertada para describir la angustiosa situación de todos. La oquedad de las arcas fiscales, la carencia de insumos en los servicios de salud, la billetera anémica del trabajador a destajo, la tragedia de los hogares golpeados por el virus conforman un estremecedor escenario en un país maltratado, abusado y agredido por la inoperancia de sus líderes.

Las soluciones resultan insuficientes, incómodas, injustas e indignantes. La muletilla del sacrificio se volvió vacía y frustrante . Todos sabemos dónde está el problema. Todos entendemos qué lo causó y anhelamos decisiones para que el ecuatoriano pueda incorporarse nuevamente a producir en un entorno saludable. Pero la realidad indigna.

El Estado ha fracasado en toda la línea. Fue creado para proteger al individuo de los excesos del más fuerte, para equiparar las distancias y mitigar los abusos, para redistribuir la riqueza y lograr un marco mínimo de apoyo y eficacia a las necesidades básicas de una población agobiada. Constatar que esas premisas mínimas no se han cumplido, que se han privilegiado obras faraónicas sobre necesidades básicas, que el nivel de endeudamiento se ha vuelto insostenible, que el discurso patriotero se impuso a la lógica económica solo aumenta el desaliento ante el desastre en que estamos sumidos.

Pero lo más frustrante es la ceguera y tozudez de la población ante el problema. La superficialidad con la que se trata el problema. La incapacidad de entender que la urgencia de hoy no se soluciona con ahorros de cocinera ni con una improbable caza al tesoro robado desde hace trece años.

La obsesión por retirar las pensiones vitalicias como si ese fuera el único problema. Desaparecer a la Asamblea sin mirar siquiera las consecuencias de tamaño despropósito. El problema no es únicamente político. Es estructural. Es la consecuencia de haber vivido una fantasía miserable impulsada desde el poder para mantener al pueblo engañado. De haber creado un estado adiposo y gastador sin otro afán que el clientelismo político y el subsidio mentiroso. Es la suma de aumentos salariales sin criterio y de déficit fiscales encubiertos cada año.

¿Soluciones? No hay soluciones mágicas a una crisis de décadas. Pero si hay medidas inmediatas. La disminución salarial a niveles que devuelvan la competitividad a los trabajadores y a la empresa. Flexibilidad en las contrataciones. Reducción del gasto público improductivo. Transparencia en las cuentas fiscales. Abrir el camino a concesiones internacionales. Abandonar el discurso populista y patriotero para lograr consensos que faciliten el diálogo. Re dimensión de las prioridades estatales.

Que prevalezca la calidad sobre la cantidad en el servicio público. Es duro. Es difícil. Pero más duro es vivir de una mentira diaria, de una ópera bufa de cadenas inservibles y recomendaciones sin base científica ,para esconder la inoperancia y la falta de espíritu y solidaridad frente a una crisis que nos sobrepasa a todos y que requiere urgentes soluciones.

Necesitamos dinero. Y rápido. Pero con mayor urgencia necesitamos determinar que ese dinero no caiga en saco roto, que no cometamos los mismos errores de aquí en adelante, que los excesos se frenen, que prime la sensatez antes que la codicia, que los hechos confirmen las palabras y no sean más fuente de engaños. Eso es lo que exigimos, porque ahora más que nunca, el tiempo es dinero.

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