Rochester, Estados Unidos
La cuarentena forzosa permite, como nunca antes, a una variedad de ciudadanos expresarse sobre los más diversos temas con sobradas razones, fruto de su experiencia y visión de vida. Las redes catapultan la información en segundos y el resultado es una olla de presión humeante y lista a explotar. Cada cual tiene su visión sobre lo justo, lo ético, lo moral y lo jurídico, y lo que diga la sociedad, la ley, la economía, la medicina o la simple lógica está demás.
Y es muy interesante analizar esos criterios para tratar de construir un país que satisfaga a todos. Voy a intentar resumirlos:
– Como primera premisa, todo político es ladrón. Nadie se salva. La solución por tanto, es zafar de los políticos.
– Todos los ricos, empresarios, banqueros y afines son unos explotadores y además ladrones. Es justo y necesario entonces exprimirles el bolsillo sin piedad pues siempre tendrán de donde pagar, pues su riqueza es inagotable.
– Cualquier persona que sobresale lo hace en base a padrinos, palancas o dinero. Es legítimo por lo tanto denostarlo, vejarlo, sin olvidar a sus familiares y amigos. No es un tema de envidia. Es un acto de justicia.
– Las opiniones de los demás cuentan únicamente si están de acuerdo con las nuestras. Mis experiencias y mis necesidades son por definición superiores a cualquier otra. De tal manera que cuando necesitamos algún servicio, sea público o privado, tiene que ser gratuito o al menos a la tasa o precio que nosotros consideramos correcto. Y punto.
– Cualquier teoría de conspiración, chisme o insinuación maliciosa tiene más credibilidad que cualquier documento, aclaración o prueba que se presente en contrario, pues nosotros somos los jueces supremos y los únicos que podemos dictar sentencia en todos los casos. Lo vemos en temas tan delicados como los de la salud.
– No es necesario que leamos la información completa sobre cualquier tema. Nosotros ya tenemos nuestro criterio formado y el solo hecho de mirar el título nos permite criticar el contexto sin temor a equivocarnos.
– En situaciones extremas, de quiebra personal o fracaso profesional, la culpa no es nuestra. Los demás se confabularon para encontrar algún argumento y entorpecer nuestra brillante gestión. La concepción del negocio fue la correcta, los tiempos que le dedicamos fueron los óptimos, el manejo del dinero adecuado y los productos de gran calidad. La culpa fue de otros factores. El banquero infeliz que nos negó el préstamo, o nos lo dio a una tasa impagable, al plazo errado y sin análisis, el proveedor que nos falló o no creyó en nosotros, el empleado que no siguió las instrucciones, el infeliz del cliente al que le pareció muy caro nuestro precio. La culpa es de los otros. Siempre.
– La política, esa ciencia del hombre para el hombre, no es la excepción. Prevalidos de los argumentos expuestos más arriba, estamos más que listos para intervenir en cualquier discusión política, no aceptar ningún argumento que no sea el nuestro y enemistarnos con amigos de toda la vida por personas que ni siquiera saben que existimos.
– La educación que recibimos casa adentro es mediocre, insuficiente e incompleta. Los afortunados que logran prepararse afuera saben lo duro, complejo y difícil que es igualarse en conocimientos, en idioma, en cultura. Y en la selección de la vida, pocos logran el éxito frente a la competencia. Pero la Universidad pública debe ser gratuita, porque lo importante no es el conocimiento sino el título, y el requisito supera con creces a la preparación. Por eso, a pesar del título, seguimos siendo ignorantes en muchos temas. Y ante la mediocridad imperante, no consideramos necesario prepararnos más. Somos la medianía, el promedio, la masa.
La economía es otro tema en el que incursionamos sin temor. En concordancia con nuestra actividad, nos tienen que ser otorgadas inmediatamente todas las ventajas tributarias y comerciales por parte de los organismos competentes para que nuestro emprendimiento tenga éxito. Las tasas de interés las tenemos que fijar nosotros, no los intermediarios financieros, porque ellos miran su economía y no la nuestra, y eso es inaceptable.
Con la misma lógica aplicada a la deuda externa, es nuestra prerrogativa obligar a que los acreedores se sienten en la mesa que hemos preparado para que acepten sin discusión ni demora nuestras condiciones, porque así somos de bacanes. Lo que ellos piensen no tiene importancia.
Si ponemos estas creencias sobre la mesa, la solución es hacer todo lo contrario de lo que hemos venido haciendo desde que somos República. Por tanto, respaldados en el aguerrido grito de “sí se puede” que nos permitió clasificar a un mundial de fútbol, habremos de imponer la misma lógica en todos los acontecimientos de la vida. Y estamos convencidos que esa lógica dará sin duda el resultado deseado.
Recapitulemos. En nuestro imaginario, nadie tiene derecho a cuestionarnos ni a defenderse porque nosotros ya hemos fallado y condenado, basados en los criterios de otros, pero que hemos hecho nuestros, y resulta incómodo el someterse a un juicio que pueda contradecir nuestros asertos o revelar verdades incómodas.
La economía, pública y privada, tiene que manejarse desde la óptica del deudor porque ahí sí, somos los pobrecitos indefensos, pero de todas formas queremos imponer nuestras condiciones a la fuerza. La política es dominio de aventureros y ladrones, pero nunca reconocemos por culpa de quién están allí, omando decisiones que nos perjudican a todos. Nuestros negocios no fracasan por nuestros errores, inexperiencia o falta de visión. Son los demás los que no reconocen nuestra sabiduría.
Como nuestra educación es tan básica, nos aferramos a cuatro ideas y las convertimos en normas de vida, porque además muy pocos van a cuestionarlas. Nos sorprende el éxito ajeno en la actividad privada, porque somos incapaces de reconocer la perseverancia, el sacrificio y la dedicación con que lograron esos resultados. Y en la esfera pública, es más simple aún, pues todos los políticos son ladrones, hay que borrarlos de la faz de la tierra, rebajarles el salario o mejor aún clausurar la Asamblea, derrocar al Presidente, o pedirle que se vaya porque “ya toca”.
Simple. Estas reflexiones me atormentan porque no tengo la luminosidad expedita de los hacedores de soluciones inmediatas. Porque me pregunto qué viene después de haber destruido todo. ¿No es lícito preguntar qué persona de bien está dispuesta a recibir sueldos sin relación con su nivel de responsabilidad? ¿No es acaso abrir más aún la puerta a los aventureros?
Porque añadir una crisis política a la tragedia nacional me parece demencial, y me niego a seguir como borrego la ruta ya trazada por unos pocos sabios de la política nacional, los de la eterna componenda, los que el ecuatoriano conoce desde hace décadas. Pero quizás es lo que nos merecemos, gracias a la ignorancia y el estoicismo del que hacemos gala cada elección, cada referéndum, cada plebiscito.
La superficialidad con que miramos los temas, siempre preocupados de no afectar nuestro metro cuadrado pero encantados que afecten el ajeno. Al final, la política no es nada más que un juego de fuerzas, y ante la falta de respeto a la institucionalidad y la torpeza manifiesta cuando tenemos que elegir, será la ley del más fuerte la que se imponga. Habremos de escoger entre la unión nacional o la indiferencia, el patriotismo o la irresponsabilidad, la decisión y la decencia, y para decir verdad, la respuesta no me queda clara…