El samurai a la guillotina

Orlando Avendaño

Miami, Estados Unidos

Cuando el presidente Juan Guaidó decidió designarlo nadie protestó. Lo contrario. La mayoría celebró que, en medio de tantos y reiterados desaciertos, el presidente finalmente incluía en su equipo a alguien competente. Con una amplia trayectoria, atestada de escándalos, eso sí, pero sobre todo de triunfos.

Cuando la prestigiosa revista Hall of Fame inauguró su salón de la fama, lo hizo con un grupo encabezado por J. J. Rendón, uno de los tres latinoamericanos de la ilustre lista. Y es, hasta el momento, el único venezolano que ha paseado esos pasillos. La revista The Mexican Journal lo identificó como uno de los «10 consultores políticos más influyentes del mundo» y la BBC lo calificó como el «estratega estrella de la política latinoamericana».

En 2016, el diario ABC de España hizo una «exclusiva lista» de «los 10 consultores políticos más importantes del mundo». Entre los reconocidísimos Stanley Greenberg, David Axeroid o Edward Luttwak, figura J. J. Rendón, de quien ABC dice: «Es el único hispano incluido en esta prestigiosa lista (…) es considerado una de las figuras políticas más importantes de América Latina y el estratega político latinoamericano número uno».

Pero es polémico. De trabajar con los presidentes Carlos Andrés Pérez y Rafael Caldera, pasó a asesorar, por muchos años, al uribismo en Colombia. Fue el estratega principal de Juan Manuel Santos cuando era el candidato de Uribe y siguió siéndolo, cuando ya no lo era. «J. J. Rendón le pone picardía a la campaña», dijo Santos en el 2010, durante su primera campaña presidencial.

Un escándalo lo expulsó de Colombia: el líder del cartel colombiano Los Rastrojos acusó a J.J. Rendón de recibir $12 millones del narco a cambio de impedir que algunos delincuentes fueran extraditados a Estados Unidos. Hubo una exhaustiva investigación de Fiscalía y Rendón salió ileso, pero en el 2013 prefirió apartarse de Santos para no perjudicarlo en la campaña durante las investigaciones.

A finales de marzo de 2016 Bloomberg publicó un extenso reportaje sobre Andrés Sepúlveda, un informático colombiano que había trabajado en la primera campaña de Juan Manuel Santos y en la de 2013 de Óscar Iván Zuluaga, el candidato de Uribe. En el reportaje, titulado How to hack an election, Sepúlveda afirma haber sido empleado de J. J. Rendón con el propósito de alterar los resultados de las elecciones a favor de los candidatos que el venezolano asesoraba. Rendón negó, demandó a Bloomberg, pero el ruido se alzó.

Dicen que juega sucio. Que es su especialidad. Que juega sucio y gana y por eso todos lo buscan. Hizo triunfar a Enrique Peña Nieto, a Juan Manuel Santos y a Juan Orlando Hernández. «Mantiene el impresionante récord de 29 elecciones presidenciales ganadas de las 34 que manejó», se lee en el diario ABC.

Al margen de todo esto, Rendón ha mantenido una cruzada en contra del chavismo (y el chavismo, otra cruzada en su contra). Fue uno de los primeros en denunciar un fraude electoral y sostiene que en Venezuela, desde 2004, jamás ha habido una elección libre. Llamó al de Hugo Chávez un «régimen neo-totalitario» y, por su parte, Maduro calificó a Rendón de ser «el enemigo público número uno de Venezuela». «Este bandido de cuatro suelas, este malnacido de la derecha amarilla fascista», dijo Maduro en 2013 sobre Rendón. Y más recientemente, el fiscal chavista Tarek William Saab solicitó una alerta roja a Interpol para la aprehensión del estratega por su vinculación a una operación para capturar a Maduro y Diosdado Cabello —luego de que la misma fiscal Luisa Ortega Díaz levantara la alerta en 2013—.

J. J. Rendón es, a fin de cuentas, y pese a la bulla, alguien que prefieres tener a tu lado. En la otra acera, es peligroso. Y eso hizo el presidente Guaidó: eligió como su estratega al venezolano más afamado en el mundo de la consultoría política. Y entonces, nadie protestó.

La reciente revelación sobre los esfuerzos de Rendón de buscar una firma de seguridad privada para realizar operaciones de extracción en Venezuela generó una polémica sin precedentes para el Gobierno interino. Guaidó sobresalía como el principal responsable por haber avalado esas exploraciones durante el otoño del año pasado. El presidente no dio la cara, sino que lo hizo su estratega, Rendón, quien asumió toda la responsabilidad. Saltó sobre la granada, esperando que ninguna esquirla rasguñara a Guaidó.

Y ahora que todos nos hemos enterado de que J. J. Rendón, como estratega del presidente, coqueteó con la idea de pagarle a unos mercenarios para deponer a la tiranía chavista, entonces su presencia en el gabinete siempre fue intolerable. Entonces, cómo es posible que Guaidó lo mantenga. Y el resto de los partidos «opositores», al conocer las verdaderas intenciones del consultor, pidió su cabeza a Juan Guaidó. Y Guaidó la entregó este lunes 11 de mayo.

Pero al final poco importa el contrato, la Operación Gedeón, Jordan Goudreau o la mediocridad de Macuto. Al chavismo y a la oposición collaborationniste lo que les indigna es la voluntad de no andar en simulacros de lucha. Los partidos exigieron el descabezamiento de J. J. por su cortejo a la opción de fuerza. No toleran que alguien se desvíe de su agenda de complicidades.

Hoy, en reunión de la mesa directiva de la Asamblea —es decir, del G4—, se impuso una exigencia: en el Gobierno interino no hay espacio para agitadores. Y, detrás de la exigencia, la amenaza implícita: o se va el agitador, o se desmorona el Gobierno interino. Y como no tiene altura quien decide, se fue el agitador. Guaidó aceptó la renuncia porque pueden más los partidos.

«Entre tanta volatilidad la ‘oposición’ venezolana que cohabita y colabora con el régimen (de ahí las comillas) aprovecha la coyuntura. De inmediato pidieron la cabeza de Rendón, quien salió a inmolarse con la prensa por su jefe, el presidente encargado. Más vale que Guaidó lo defienda a capa y espada. Si entrega esa cabeza, seguirá la suya propia», escribió al respecto el brillante profesor Héctor Schamis. Pero Guaidó no defendió a nadie.

Al samurai lo mandaron a la guillotina. Y el guerrero, disciplinado y estoico, aceptó. Pero su gesto es el preludio de que nada va bien. De que vale más una frágil estabilidad, aunque entreguista, que la decidida voluntad de derrocar a los narcos como debe ser: con plomo y por la fuerza.

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