La sombra de un partido

Orlando Avendaño

Miami, Estados Unidos

Intenté militar en Voluntad Popular. Tenía 19 años. Coqueteé con el partido, en 2014, porque atravesábamos una gesta, liderada por Antonio Ledezma, María Corina Machado y Leopoldo López, que tenía el propósito aparentemente auténtico de derrocar a la debutante tiranía de Maduro. De los tres líderes, Leopoldo era quien había logrado conformar, para el momento, la fuerza política más sólida.

Voluntad Popular era el partido de los valientes. O al menos así lo percibía yo. El de los activistas presos, corajudos, que se habían terminado convirtiendo en blanco de una dictadura que entonces exhibía las garras sin modestia. Era el espíritu. Jóvenes, hastiados de la opresión, reviraban al poder porque deseaban rescatar su libertad.

En agosto de 2016 escribí que Voluntad Popular era «el partido político al que Maduro le teme». Podría decir que era una percepción general entonces, independientemente de sus afinidades ideológicas. Acababan de detener a los activistas Francisco Márquez y a Gabo Sanmiguel. Al último de hecho lo conocí cuando en 2014 flirteé con la tolda naranja.

Tuve y tengo amigos en Voluntad Popular. Los admiré a todos. Era el respeto genuino por el valor de arriesgarlo todo amén de la libertad. Los acompañé en las calles en 2014 y en 2017. Escribí por ellos, reconociéndoles los reclamos y la indignación. Una indignación que, hoy, luego de tanto, veo postiza. Y es doloroso, porque millones depositamos nuestras esperanzas y admiración en toda una generación que se aglutinó en la plataforma de Leopoldo López. El hecho de que existiera toda una camada de valentía y furia nos daba a millones la certeza de que no todo era una mierda y de que valía la pena sacrificar tanto por el país. Un país que podía descansar en los hombros de quienes se alzaban por el futuro.

El porrazo llegó cuando empezamos a presenciar el desarrollo de esta generación: no hay principios, solo arribistas. Y entonces quedó claro: jamás fue por la libertad, solo por espacios y por plata.

El deterioro de la otrora gran fuerza valiente empezó a raíz del triunfo parlamentario de diciembre de 2015. Un grupo de muchachos, sin experiencia alguna —más allá de la que da la calle—, conquistó espacios de poder. Y con esos espacios hicieron y deshicieron. Se corrompieron, se mimetizaron, se fundieron con el sistema. El chavismo y los partidos opositores, uno solo.

Ahora, luego de años, la evaluación desmoraliza. Voluntad Popular arrastra desaciertos, errores tácticos dignos de la gerontocracia adeca y lo peor de la oposición venezolana: diálogos, participación en procesos electorales viciados, acuerdos con el régimen a espaldas de la sociedad y ataques a la prensa e individuos críticos. Pero arrastra, además, escándalos de corrupción. Malversación de recursos donados a venezolanos famélicos, captación de fondos para propósitos mezquinos y la vinculación a delincuentes bien vestidos que se beneficiaron obscenamente del asalto chavista a la nación.

En los últimos días, por ejemplo, ha habido dos escándalos importantes a los que aún nadie les ha dado respuesta: un reportaje de El Nuevo Herald reveló un presunto pago de un excongresista republicano (David Rivera) al delincuente Raúl Gorrín y a Leopoldo López con dinero de la entonces chavista CITGO; y un reportaje de Univisión reveló que Lilian Tintori y Raúl Gorrín desayunaron en Miami y presuntamente el segundo le dio a la primera $500 mil (la reunión, de hecho, fue reconocida por ambas partes).

Nadie responde. En cambio, algunos se apartan. Quizá sea la decisión más sensata y pertinente. Lo hicieron Ana Karina García, Rosmit Mantilla y Gaby Arellano. Gaby, particularmente, tenía un peso importante en Voluntad Popular y en su carta de renuncia a la fuerza política escribió: «Hoy la forma y el fondo de cómo y dónde se dirige esta organización política está en contra sentido a mi visión, valores y principios. Deseo a la casa naranja que los honestos tomen el timón y rescaten las banderas que llevaron a su fundación».

Todos deseamos eso. Por el bien del país, ojalá que que todo cambie adentro. Y lo digo desde la necia ingenuidad absoluta. Ese fue un gran partido, tuvo todo para representar a toda Venezuela y aún cobija a gente valiosa, con principios —pero dócil, quizá—. Hoy no es sino una organización con mañas afines al chavismo. Apenas la sombra de un partido.

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