La jaula

Raúl Andrade Gándara

Rochester, Estados Unidos

Sobre la lamentable muerte de Morales, me ha sorprendido una vez más la actitud canallesca de los de siempre para elaborar novelas con distintos epílogos que aporten a sus mezquinos intereses un instante de afinidad y simpatía. Y sobretodo, la ingenuidad del público para asimilarlas.

La perniciosa combinación de intoxicación televisiva, estado de propaganda y creación de mitos urbanos en base a ídolos con pies de barro completan un desolador panorama de general incultura.

Los grupos de presión económica y política reclutan regularmente a algún figurín para crear el milagro ilusorio del humilde descamisado que gracias a su dedicación y esfuerzo toca el cielo con las manos, gracias al apoyo popular y la generosidad de sus auspiciadores. Pero siempre y cuando no les pise las mangueras. Allí concluye la novela y empieza la triste realidad. La exclusión, la censura y el ostracismo.

Nuestra historia está llena de ejemplos calcados. Y así se mantiene el circo intacto, sin cambios de fondo en la estructura de poder ni en la solución de las desigualdades. Todos colaboran para mantener las jaulas en su sitio.

Muy esporádicamente, aparece en los medios la historia dolorosa de aquellos campesinos jóvenes que hipotecan a su familia para huir de la trampa y buscar un mejor mañana. Presa de coyoteros, se convierten en una estadística o en un obituario. Para ellos sólo hay olvido. Esa sin embargo es una realidad que merece mucha más atención que la que se le otorga.

Pero la solución puede ser sencilla. Consiste en desterrar la demagogia, abrir la mente y comprender que la tierra prometida puede venir a nosotros sin necesidad de líderes mesiánicos ni promesas jamás cumplidas. Que la inversión extranjera existe pero requiere desterrar las barreras ideológicas y económicas que le impiden avanzar en un país ahogado por la retórica inconsistente y un mal entendido capitalismo codicioso, que se nutre de los favores del gobierno.

Que es menester que salgamos de la jaula destructiva del odio al emprendedor exitoso, al capitalismo que genera trabajo y progreso, que creemos un marco seguro y eficaz para el crecimiento a través de un Estado respetable y respetado, dirigido por gente preparada y honesta, que sin duda existe y en abundancia, pero es diariamente desalentada por el lamentable espectáculo que ofrecen los líderes políticos.

Un denominador común de los paises desarrollados es la disciplina y el esfuerzo. No el caos y la vagancia. La alcahueteria de los populistas va en el sentido contrario a los resultados que la mayoría anhela. Simplemente no sabe cómo alcanzarla. Y para ello es indispensable un liderazgo honesto. Que marque pautas firmes en el desarrollo armónico de una sociedad, hoy de rodillas ante el infortunio que décadas de literatura providencial y nula acción efectiva han provocado.

Recuerdo haber escuchado solo como excepción un discurso asentado en la producción, el orden, el progreso y el empleo. Desde hace cuarenta años, el discurso corrosivo de odio y revancha es el que ha movido a las masas. Pero ya es hora de cambiarlo. Los resultados desastrosos del paternalismo estatal están a la vista. Un pueblo intoxicado prefiere crear telenovelas sobre cualquier tema antes que enfrentar una realidad angustiosa que exige acción urgente.

Es hora de salir de la jaula y comprender la incapacidad del Estado para solucionar todos los problemas de un país pobre, subdesarrollado y engañado cada cuatro años. Es la hora de una sociedad civil que sin intereses ulteriores se siente a repensar el Pais y llegue a acuerdos solidarios y sólidos sobre nuestro presente y futuro.

Desde el exterior, la diferencia es pasmosa. La disciplina, la solidaridad y la actitud del ciudadano es básica para crear la diferencia. La seguridad social existe y actúa. La salud pública es una prioridad. La gente está primero. Ningún sistema es perfecto, y ese es el reto de todos los gobiernos. El éxito y el fracaso se pagan con votos. Esa es la esencia de la democracia.

Aprendamos a dirigir a nuestros políticos con el poder del sufragio. Y no nos dejemos engañar por los nombres ni por la emoción del momento. Pensemos en los programas y su factibilidad para el futuro. Exijamos de la prensa una información veraz y no sesgada ni novelada. Y peor interesada. Empecemos a exigir la verdad, por dura que sea. Eso nos permitirá avanzar.

La situación actual es muy delicada. Las cifras y las evaluaciones tienen que ser reales. Detengamos la avalancha de mentiras con un poco de lógica y sentido común. Que ya no nos pasen gato por liebre. Eso ya es bastante.

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