El grupo de riesgo

Raúl Andrade Gándara

Rochester, Estados Unidos

Me disculpo de antemano si a alguien voy a ofender con mi opinión, pero hay temas que hay que topar, aunque despierten sensibilidades e incomodidad.

En las noticias, se destaca que la mayoría de víctimas del coronavirus pertenecen a los grupos minoritarios y catalogados como de escasos recursos. En EEUU son los afroamericanos y los latinoamericanos. En Ecuador, como en muchos otros países, los grupos de riesgo se encuentran en zonas densamente pobladas, con malas condiciones higiénicas, sumadas a una indisciplina permanente, una irresponsabilidad increíble y un desapego a la vida digno de mejor causa.

El resultado, por supuesto, es el mismo en todo lado. Aumento geométrico de la pandemia, incapacidad para enfrentar el problema, centros de salud desbordados y temor en aumento. Esa gran masa indeterminada, la de las barras bravas, la de las fiestas clandestinas, la de las borracheras en los parques, de las agresiones y los asaltos por un celular o un par de zapatos de marca, se asimila a la que con frialdad suicida no observa ningún protocolo, camina en manada por las calles sin respetar protocolo alguno, se embarca en los buses a empellones, y pone en riesgo la vida de todos con la misma estulticia con la que torea automóviles en una vía rápida, asalta al tendero y propaga el virus en su casa.

Son muy parecidos a los que claman por las injusticias de la vida, por los abusos del conquistador español de hace 500 años porque es el resultado de una educación cargada de resentimiento y revanchismo, que están dispuestos a salir como carne de cañón en cualquier manifestación si hay un pago de por medio, porque además no tienen un hogar bien estructurado, pero sí una educación deficiente y envenenada, repleta de una cultura chatarra en la que un libro no tiene cabida pero sí horas de mentiras en redes sociales o en mensajes de odio sin confirmación.

Son aquellos que no creen en el trabajo honesto sino en la viveza, arranchan los vueltos o roban una fruta al menor descuido, se declaran locos y salen en manada para no ser identificados. Y son muchas veces los primeros en llorar ante las cámaras por la muerte de sus seres queridos a los que no supieron cuidar en vida porque tenían necesidades más urgentes.

Por supuesto,una generalización como la que he esbozado es injusta y odiosa. Hay extraordinarias historias de éxito y valor frente a la adversidad. Pero es terrible constatar que se contagian y mueren por montones quienes sin culpa alguna tuvieron que someterse a la irresponsabilidad de quienes por civismo y solidaridad debían ser los primeros en entender el daño que causan.

Hay mucha desigualdad sin duda. Hay mucha pobreza y necesidad en nuestro país. Pero también hay una actitud auto destructiva y agresiva en una población sin educación ni pertenencia. Los socios de ayer son los enemigos de hoy. No importa lo fútil del pretexto. Lo que importa es ganar. Y tener dinero. Lo demás es secundario.

Y lo putrefacto de esa sociedad, que tanto se esmeran en tapar nuestras autoridades, es la que hoy marca el ritmo de la crisis. La incapacidad de sentar las bases de una sociedad más educada,cívica y con valores ha engendrado una generación insensata, insensible y suicida que expresa su inconformidad y odio en las urnas.

Y la ceguera de una clase media y alta, hipócrita y auto complaciente, que se ha servido del poder para satisfacer su codicia y su ego, completa el diagnóstico de una sociedad devorada por el populismo y la desconfianza. El mensaje de odio y revancha es una constante peligrosa y diaria. Las notas lacrimógenas de los medios no apuntan a la solución sino a la perpetuación del engaño.

Por supuesto, comprar una novela enlatada es más rentable para la emisora que montar un real esfuerzo educativo. Por supuesto, hacer una propaganda oficial es más redituable para el ego que invertir ese dinero en higiene y servicios básicos. Pero hay que empezar a trabajar en un verdadero servicio a la comunidad.

Basta recorrer los mercados para ver el uso y abuso de las autoridades a cargo para perjuicio de todos los usuarios. Todo se cotiza, se manipula y se cobra a vista y paciencia de los abusados. Y provoca pena y vergüenza el constatar el “síndrome de Estocolmo “ que se crea entre abusadores y abusados.

En los estratos más pobres de la sociedad, la mujer maneja la mercancía, el dinero y la propiedad del puesto. El hombre es cargador, chofer y guardaespaldas. Es muy común que desaparezca sin dejar huella, dejando una estela de niños en el camino.

El concepto de autoridad no se entiende bien. En la asonada de octubre, la antipatía a las fuerzas del orden pesó más que el daño que causaron los terroristas. Hasta hoy, no existe sanción alguna a los destructores ni nadie se ha responsabilizado por los daños causados al Estado ecuatoriano.

Impensable. Como corolario, o quizás como último recurso, la pandemia nos obliga a enfrentar este caldo de cultivo creado por la indolencia colectiva y la codicia de los gremios. Es quizás el momento más oportuno para que se enfrenten los problemas esenciales de nuestra sociedad y se dejen para luego los lucimientos personales.

La obligatoriedad de reducir el gasto estatal tiene que interpretarse como la definición de prioridades para la población, que tiene derecho y exige una mejor atención a sus necesidades básicas. El errático manejo del estado por varias décadas arroja un saldo negativo y desconsolador para el ciudadano común.

Que un jubilado se gaste su exigua pensión solo en pagar los cada día más caros servicios básicos es una ignominia que da como resultado un resentimiento lógico y una rebeldía entendible. El verdadero grupo de riesgo en el País es aquel que se siente estafado, abandonado y agredido por el Estado. Hacia ellos debe ir la prioridad. Han esperado una vida. Ya es hora de entender y enfrentar las raíces del problema. O la siguiente generación reclamará con más razón una solución siempre postergada y esquiva

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