La Vicepresidenta

Luis Fernando Ayala

Guayaquil, Ecuador

El plan parecía perfecto: bajo la interpretación de que constitucionalmente lo único que podía decidir la Asamblea era la elección entre los integrantes de la terna y ante la realidad innegable de que a ninguno de los partidos le convendría aparecer junto al gobierno votando por uno de sus candidatos; la apuesta de que María Paula Romo asumiera como cuarta vicepresidenta de este periodo, por el ministerio de la ley, parecía segura.

Múltiples maestrías y doctorados en ciencias políticas y cientos de horas de consultorías pagadas, no les alcanzaron para poder prever que el rechazo que genera un gobierno liquidado políticamente por su propia incompetencia, sería suficiente para unir a los más disímiles intereses; que iban desde aquellos que con sentido de responsabilidad, hicieron los deberes y descubrieron en la desconocida tercera candidata de la terna, a una persona cuya trayectoria la inmunizaba de cualquier tipo de asociación malsana con el actual o el anterior gobierno; hasta aquellos que en una actitud propia de mafiosos, esperaban con ansias la oportunidad de cruzar cuentas con el gobierno, y con su Ministra de Gobierno, en particular.

Resultaría ingenuo negar que contra María Paula Romo efectivamente existió una operación política de vendetta, como parecen confirmarlo las burdas filtraciones de última hora, orquestada por quienes han visto afectados sus intereses con el descubrimiento de todas las redes de corrupción que han salido recientemente a la luz pública; donde la acción de la Ministra, ya sea por convicción u obligada por las circunstancias, ha resultado decisiva. Y eso le debe ser reconocido.

Sin embargo, a muchos nos resulta difícil elevar a los altares del heroísmo a alguien que tuvo responsabilidades tan directas en la construcción de los cimientos de la autocracia correísta que el Ecuador tuvo que soportar durante diez años y cuyas consecuencias probablemente debamos sufrir por varios años más. Que María Paula Romo jugara un rol determinante en la elaboración de la Constitución de Montecristi (piedra angular del proyecto autoritario de Correa) y que formara parte del buró político de Alianza País durante los inicios del correísmo, son hechos que a algunos les resulta conveniente olvidar.

No deja de sorprender eso sí, la capacidad que tiene la Ministra Romo de despertar simpatías entre las élites empresariales y amplios sectores del periodismo, en especial (pero no solo) de la Capital. Simpatías que, en algunos casos, llevan a justificar lo injustificable y a intentar reescribir la historia reciente, como aquella leyenda urbana que le atribuye un papel cuasi mítico en la defensa de la democracia durante la intentona golpista de octubre pasado. Leyenda que omite incómodos detalles, como la responsabilidad que recae sobre ella como Ministra de Gobierno, de que una conspiración de esa magnitud se hubiera podido llevar a cabo bajo sus narices y que culminaría con la humillante claudicación ante los insurrectos en cadena nacional. En cualquier democracia funcional, ese episodio debió llevarla a renunciar, en Ecuador se la pretendió premiar con la vicepresidencia.

Pero no existe plan infalible ni mitología suficiente, que puedan suplir las notorias deficiencias en el manejo político del régimen, otra de las responsabilidades de quien encabezó la terna vicepresidencial. Si la Ministra Romo no fue capaz de articular las mayorías necesarias para que el gobierno obtuviera la aprobación de leyes claves contempladas en el acuerdo con el FMI, ni para garantizar la transparencia de las próximas elecciones mediante la depuración del Consejo Nacional Electoral; resultaba demasiado ambicioso que lo fuera para garantizar su propia elevación a la vicepresidencia, aunque sea por el ministerio de la ley.

La política tiende a sorprender mayoritariamente para mal, pero en ocasiones también puede hacerlo gratamente. Sean cuales hayan sido las motivaciones de los 75 asambleístas que eligieron a María Alejandra Muñoz como nueva vicepresidenta, su hoja de vida intachable y su ejemplar experiencia de vida, la dejan bien posicionada para intentar lo que parecería imposible en el Ecuador de hoy: la reivindicación de la política como servicio a la sociedad y no como medio para obtener ventajas personales.

Ojalá el Presidente Moreno evite cometer el grave error de negarle por capricho (al no haber sido electa su candidata favorita), la posibilidad de asumir tareas relevantes que le permitan demostrar sus capacidades en beneficio del país. Y ojalá la nueva vicepresidenta, no esté dispuesta a ceder ante la cómoda tentación de refugiarse en el anonimato so pretexto de la eficiencia administrativa. Ecuador necesita desesperadamente descubrir que también existe gente honesta que se dedica a la política y cuyo correcto sentido de la responsabilidad los lleva a arrimar el hombro y no a dejar abandonado el barco en medio de la peor crisis que ha conocido el país en mucho tiempo.

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