Graduados en pandemia

Diego Montalvo

Guayaquil, Ecuador

La ceremonia de graduación, para unos, constituye una fecha de emoción y alegría, mientras que para otros es su sentencia de muerte.

Son tiempos nuevos aunque gran parte de la población, más la joven, no se haya dado cuenta de ello. Esta es una época donde el conocimiento es el verdadero poder. Todo estudiante (como no podría ser de otra manera) desde que entra a sus primeros años de secundaria o de universidad se mira en el día de su graduación, con la toga y el birrete siendo aplaudido en un gran escenario por propios y extraños.

El alumno novato verá a profesores —aunque de antemano ni sepa quiénes son— dándole un abrazo, estrechándole  la mano y diciéndole casi al oído: ¡Felicidades!, mientras sonríe y regresa el gesto… Su mente puede que hasta divague en el momento en el que bebe hasta embrutecerse. Pero piensa ¿cuánto realmente aprendió en su vida académica?

Hoy todo se ha proyectado detrás de una computadora. La pantalla es la conexión con el mundo. Muchos optaron por tomarse fotos en casa junto a sus familiares. Así, el ordenador es el escenario de impresionante iluminación, la sala es la recepción pos ceremonia y la fiesta con amigos es sólo parte del ayer.  Aunque visto desde este ángulo puede sonar bastante pesimista, la verdad es que, como todo, hay una moraleja.

Desde ahora es indispensable apreciar lo que se sabe y nos enseñan los maestros, la graduación pomposa al puro estilo de Hollywood (no digo que no sea importante) debe ser sólo vista como un mero formalismo. La vida cambió de manera drástica. Por muchos irresponsables que prefieren los festejos irracionales, otros que deben trabajar en pandemia se les merma las hora de trabajo y sus salarios bajan, el grupo restante va directo a la tumba. ¿Es justo aquello? La civilización del espectáculo, tal como lo explica Mario Vargas Llosa, es mera banalidad que debe ser tomada como un espacio alejado.  

Es hora de mirar por la ventana de la realidad. Un libro fascinante, aunque apocalíptico bajo ciertas miradas, es ¡Sálvense quien pueda! de Andrés Oppenheimer quien narra el futuro laboral en la era de la automatización. El ser humano está a un paso de ser reemplazado por robots con inteligencia artificial y aparatos sofisticados. La guerra de los mundos es entre hombre y máquina. Es por ello que la humanidad debe estar capacitada técnicamente. El futuro está en la ciencia, el arte, la medicina, el cine y la literatura. Es decir, todas aquellas actividades que demanden creatividad y sabiduría serán las profesiones que prevalezcan. En tiempos de pandemia la reflexión debe darse un espacio para entender que no importa si una ceremonia es superada por otra de acuerdo a la academia donde se haya estudiado. El joven profesional debe mirarse a sí mismo y a su competencia y analizar sus posibilidades para trazarse un objetivo.

Cada individuo tiene dos opciones: o se come el mundo o éste se comerá a cada habitante. Pasemos la página, no es hora de robarse el foco sino de prenderlo.       

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