Gratitud

Teresa Arboleda González

Guayaquil, Ecuador

Los asuntos de la Iglesia Católica son tan trascendentes en la vida de sus fieles y de la comunidad que los rodea, que generan verdaderas batallas de opinión en los diversos medios que hoy la tecnología nos ofrece.

No sorprende, la controversia desatada entre los católicos de Guayaquil por la salida de los Padres de Sociedad Jesucristo Sacerdote de la Parroquia Santa Teresita de Entre Ríos.

Lejos de abonar a la controversia, estos sacerdotes ejemplares, confirman con su actitud de obediencia y humildad, lo que han predicado durante estos maravillosos años que hemos sido bendecidos por tenerlos aquí.

Doy testimonio de lo que he visto y recibido de ellos, como auténticos apóstoles modernos, en una época en que la falta de Fe amenaza al mundo.  Y las modas culturales que cambian con rapidez, pretenden imponerse como verdades absolutas para regir las conductas de la sociedad.

Su mensaje profundo siempre ha sido de alegría y no de juicios de culpa, llevando la experiencia religiosa más allá de la moda. Un mensaje con el que solo podrían sentirse incómodos y juzgados quienes practiquen actos injustos, alejados del bien, aquellos que malgastan el milagro de la vida.  Cristo es la victoria del bien y ese es su mensaje.

No ha sido la cruzada de unos apóstoles radicales y estrictos, como alguien pudo haberlos señalado; ha sido la entrega total a Cristo en humildad, como la esencia de ser católico y lograr la tan ansiada felicidad.

Con sus prédicas llenas de verdad, hicieron brillar la doctrina y le dieron un sentido nuevo a la Eucaristía y a la Santa Misa, al punto que nunca hay suficiente espacio en las Iglesias de la zona.  Rejuvenecieron la Fe en estas parroquias con una energía nueva, sobreviviendo a los múltiples ataques y a enfrentarse, como todos los mortales, a pecados propios y ajenos.

Sus prédicas contradicen una ideología mundana y defienden los valores genuinos del ser humano que no son compatibles con esas ideologías.  Son críticos a las ofuscaciones que generan las teorías que intentan dominar al mundo, rescatando el valor de la misericordia, la esperanza, la humildad, la firmeza y la caridad que es el camino de Jesús. 

No rehúyen la contienda de las ideas, sirven de una forma especial, con absoluta entrega, sin pausas, ni descanso, con una vitalidad casi sobrehumana.  Defienden la verdad de Jesús con toda su inteligencia, con todos los conocimientos que poseen y su gran elocuencia.  Ese es el sentido de sus vidas.  Son ese tipo de personas que viven para servir, que renuncian a lo que los humanos comunes aspiramos: una casa, un cónyuge, unos hijos, nietos… Viven en la entrega del amor y encuentran su regocijo rescatando almas, mostrando los caminos de la misericordia y el perdón.

Pueden calificarse como conservadores con ideas profundas y de gran beneficio en este caos moral que vivimos.  Su análisis nunca es vago ni etéreo, si espiritual y basado en los fundamentos esenciales de los seres humanos.

No se dejaron hundir en las crisis de la Iglesia, supieron hacer lo que muchos ni siquiera esperan y no comprenden: entusiasmar a sus feligreses a redescubrir su Iglesia, remitiéndose siempre a la figura de Jesús.

Los padrecitos de SJS, como a mi me gusta nombrarlos de forma afectuosa y respetuosa, combinan bien la modestia y la determinación; la razón y la Fe; la oración y el razonamiento profundo.  Son un buen ejemplo de armonía y credibilidad; son católicos que viven como piensan y creen, dando testimonio de su amor a Dios y de servicio al prójimo.

Y en lo que probablemente, se constituyó en un último ataque, no permitieron que su bien ganada autoridad en la Fe, el servicio y la administración de estas parroquias, se convierta en un asunto de juego de poder.  Así, nos mostraron toda su dignidad, humildad, compasión y respeto. 

No queda duda que estos buenos pastores de almas son auténticos en su forma de pensar, creer y vivir y quieren para los hombres el camino de alegría y liberación que significa vivir siguiendo a Jesús.

Por todo esto y mucho más; consideraría un verdadero regalo de Dios para mi querida Guayaquil y sus habitantes, que estos sacerdotes pudieran seguir su labor por muchísimos años, en este suelo nuestro, donde ellos han demostrado, que hay terreno fértil para hacer florecer su carisma de buscar otros Cristos sobre la tierra.

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