Quito, Ecuador
Juan Guaidó, al ser preguntado sobre donde cree que estará el 6 de enero del 2021, fecha en la que los “ganadores” de las elecciones parlamentarias chavistas ya estarían en control del Palacio Legislativo, respondió que espera estar en Miraflores liderando la transición. Una respuesta muy optimista considerando el desolado panorama actual y las pugnas internas de poder que se manejan en la oposición venezolana. Donde personajes como María Corina Machado hacen públicos sus desacuerdos con Guaidó a través de una carta escrita antes de reunirse, mostrando su predisposición, para mantener contenta a su base abogadora de la intervención militar que nunca llegará y transmitir cierto perfil presidenciable para unas elecciones que no se ven cerca.
Y otros, como Capriles Radonski asumen una ruta solitaria para participar en unos comicios sin garantías y “meter la mano en la rendijita que abrió la dictadura”. Antes los unía el rechazo al chavismo y el compromiso por salvar al país y podían unirse cuando más se necesitaba a pesar de tener desacuerdos en temas fundamentales, ahora los separan las ansías de reconocimiento y la fantasía de ser algún día presidente de un país que lleva 21 años y contando sin presidentes.
Uno de los principales problemas que han tenido los voceros de la causa por la libertad en Venezuela es plantearse fechas, prometer escenarios, crear expectativa y emoción con respecto a un día y hora para que luego no ocurra nada productivo. Es el grave error de proyectarse a futuro en un país que no tiene futuro. Pasó en las protestas, donde siempre había una magna convocatoria a salir en un día específico y las calles estaban abarrotadas de gente, y para lo único que servían esas salidas era para que una foto de la Autopista Francisco Fajardo llena de protestantes se viralizara mundialmente y miles de personas sufrieran los estragos de la represión, cientos de ellos siendo asesinados en el proceso. Pasó también con el 16 de julio del 2017, con la consulta nacional hecha para rechazar y desconocer la Asamblea Nacional Constituyente que fue electa dos semanas después, integrada únicamente por políticos chavistas y careciendo de legalidad frente a la constitución.
Ese fue el último día en que millones de ciudadanos venezolanos creyeron en el poder del voto y de ejercer tal derecho. 7,5 millones de votos válidos, una convocatoria cívica gigante que incluso permitió a la diáspora participar, y han pasado tres años y el país no podría estar peor. Después, entre las fechas más recientes, está el 23 de febrero del 2019, el primer fracaso del interinato luego de llevar semanas anunciando que en dicho día entraría la ayuda humanitaria al país. Con la presencia de Iván Duque y sus homólogos Sebastián Piñera y Mario Abdo Benítez, los camiones fueron quemados y quienes tanto necesitaban de esa ayuda sufrieron las consecuencias. Ahora, Guaidó dice que espera estar el 6 de diciembre del 2021 en el Palacio Presidencial de Miraflores. Y por seguirle, esta la convocatoria a la nueva consulta popular que el interinato plantea anunciar en los próximos días. Ese optimismo tóxico, que plantea fechas topes y niega la gravedad del problema que está enfrentando, creyendo que la solución caerá desde los cielos, es perjudicial para la población y autodestructivo para quienes promueven tal discurso, y tiene un nombre: la paradoja de Stockdale.
Su nombre viene de James Stockdale, almirante estadounidense de mayor rango que fue prisionero de guerra por casi ocho años en la Guerra de Vietnam. Stockdale fue víctima de torturas e incluso se autolesionaba para no poder ser utilizado en la propaganda comunista/norvietnamita. Vivía en la constante dicotomía de pensar en qué aferrarse para soportar las torturas hasta que llegara la libertad o reconocer que el final de su vida había llegado y que jamás saldría de esa celda. Era un hombre estoico y confiaba en que algún día volvería a la libertad, pero también enfrentaba con cabeza fría los demonios que venían a torturarlo en bases diarias. En ese proceso siempre trataba, de una manera realista, de brindar esperanza a los demás prisioneros de guerra. Cuando fue liberado, le preguntaron sobre quienes no lograron sobrevivir y cuál era el denominador común entre ellos. Stockdale respondió que fueron los optimistas. Los optimistas reían entre ellos y fantaseaban sobre las fechas en las que serían liberados como refuerzo positivo al que atenerse para mantenerse vivos.
Pensaban que cuando llegara Navidad ya estarían libres con sus familias, eso no pasó y luego cambiaron la fecha a Pascuas, eso no pasó, después el día de la Independencia, después Acción de Gracias, después Navidad otra vez. Y así, viviendo en ese autoengaño, los días pasaban y la libertad no llegaba, y destinar todas las fuerzas a una fecha en la que nada pasaba fue lo que finalmente rompió su corazón e hizo que dejaran de luchar por su vida, sin nunca salir de esa celda. Eso es exactamente lo que ha vivido la oposición venezolana en las dos décadas del chavismo. El optimismo excesivo que lleva a la frecuente decepción y la ignorancia de los hechos más brutales de nuestra realidad. La creencia de pensar que una opción fracasó, pero que no debo bajar los brazos y espero por la siguiente que será diferente, para que después fracase, ese patrón tóxico una y otra vez hasta que no aguante más y tire la toalla. Ser optimista, sin plan de acción, es ser iluso y subastar nuestro futuro.
Hay quienes creemos que el chavismo ganó y que ya muchos de los que están en esa celda llamada Venezuela han dejado de luchar por su vida. Lo mismo para quienes tuvimos que emigrar y sabemos que volver no es una opción ni lo será y que hay que deslindarse de cualquier fantasía de conocer un país no gobernado por chavistas. Que se debe hacer lo que sea, como renunciar a sueños y aspiraciones, con la difícil pero alcanzable meta de crear una vida sostenible en cualquiera que sea nuestro país de residencia.
Quizás, solo quizás, si la estrategia opositora reconociera y actuara con la memoria de los errores cometidos por delante, el panorama sería otro, pero la oposición venezolana tiene el fracaso arraigado en su identidad. La única opción tangible es que el chavismo se canibalice internamente y aquel que quede en cargo sea parte de la transición de la democracia. Solo queda cuidar de nosotros mismos y de los nuestros, y no dejar que ninguna víctima de la paradoja de Stockdale propuesta por la oposición malgaste su vida en destinar energías pensando que ellos lograran lo que llevan 21 años intentando.