30 años del cierre del «Palast der Republik», espejo de la Alemania comunista

Palast der Republik

El «Palast der Republik», la «Cámara del Pueblo» de la República Democrática Alemana (RDA), echó el cierre hace ahora treinta años, sin esperar la entrada en vigor del Tratado de Unidad y como símbolo de un régimen llamado a la extinción.

«En la ‘Cámara del Pueblo’ no se asistía a debates democráticos porque en la RDA no existían. Pero sí marcó nuestra identidad», dice a Efe Sören Marotz, comisario de la exposición temporal de lo que fue el «Palast», abierta este viernes en el Museo de la RDA.

«Probablemente no hay otro lugar en Berlín que ilustre tan bien lo que significó para muchos el fin de la RDA: el alivio o la victoria, en lo político; la nostalgia, en lo personal», añade Stefan Wolle, director del museo berlinés.

El «Palast» cerró el 19 de septiembre de 1990, recuerda uno de los paneles informativos. Unas semanas antes, el 31 de agosto, habían firmado el Tratado de Unidad el ministro del Interior de la República Federal de Alemania (RFA), Wolfgang Schauble, y el secretario de Estado de la RDA, Günther Krause, representante del Gobierno de transición germano-oriental.

Aún no había entrado en vigor -lo hizo el 3 de octubre siguiente- pero se optó por dictar el cierre del «Palast», aquejado del mal del amianto.

«Fueron muchos quienes vieron en esa decisión las prisas por finiquitar un edificio que había sido un lugar de encuentro para los germano-orientales», prosigue Wolle.

La «Cámara del Pueblo» no funcionó como parlamento democrático porque la RDA no lo era. Pero en el gran salón y otros espacios del ‘Palast’ se celebraban hasta un centenar de actos públicos. Desde conciertos de estrellas del mundo occidental como la alemana Katja Epstein al estadounidense Carlos Santana.

«Yo era un niño, no creo que me gustara la música clásica. Pero recuerdo haber asistido en sus salones al primer concierto con orquesta de mi vida», explica Marotz.

Al «Palast der Republik» le apodaban los ciudadanos del Berlín este la «tienda de lámparas de Erich» (Honecker), por las inmensas lámparas que adornaban los salones del jefe del Estado y del partido único.

Había sido construido en los años 70 sobre una parte del solar donde estuvo el Palacio Imperial de los Hohenzollern, dañado por los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial y demolido en la década de los 50 por las autoridades de la RDA.

Pero, además de objeto de prestigio para el régimen, fue señal de identidad y de cierto orgullo ciudadano, con sus trece restaurantes y bares, abiertos al público.

Al cierre decidido en septiembre de 1990 siguió un largo debate sobre su destino. El saneamiento se estimaba costoso; la opción ganadora fue la demolición, una orden que formalizó el Bundestag (Parlamento federal) en 2006.

En medio vivió aún un periodo de cierta gloria, en 2004, cuando un colectivo de adoradores de la reliquia -no necesariamente del antiguo sector este berlinés- convirtieron el destartalado edificio en instalación artística, con piscina incluida.

Ni la «ostalgie» -juego de palabras entre «Ost», este, y «nostalgia- ni el amor por el kitsch de ese colectivo evitaron la operación de desmontaje, pieza a pieza, de un edificio de 180 metros de largo por 32 de alto. Hasta desmantelarse el último bloque pasaron aún tres años. El coste de la operación fue de 32 millones de euros.

EL REGRESO DE LOS HOHENZOLLERN

El Museo de la RDA, privado y orientado esencialmente al turista, al que se pretende recrear la vida pública y privada en tiempos de la RDA, queda a unos 200 metros del gran solar que ocupó el Palast.

Ahí espera aún a ser inaugurado, a finales de este año, el llamado Foro Humboldt, un complejo arquitectónico diseñado por el italiano Franco Stella y presupuestado en medio billón de euros, cuya fachada es una reconstrucción del Palacio Imperial de los Hohenzollern.

Su construcción estuvo precedida por el siguiente -y también largo- debate en torno a la oportunidad de llevar adelante un proyecto de tales dimensiones, en una ciudad no precisamente pobre en monumentos. EFE

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