Consecuencias para América Latina de las elecciones en EEUU

Carlos Alberto Montaner

Miami, Estados Unidos

Queridos estudiantes, les agradezco a INCAE y, muy especialmente, al profesor Esteban Brenes, a quien debo la presentación y la invitación a hablarles en medio de esta pandemia que nos mantiene secuestrados y amenazados de muerte.

Mi hermano menor, el doctor Robert Alexis Montaner, siete años más joven que yo, o menos viejo, según como se mire, murió a consecuencias del Covid 19 el primero de agosto pasado. Tenía 69 años y 10 meses. Aparentemente, lo contagió uno de sus múltiples pacientes.

Le dedico a mi hermano esta charla.

El tema de esta conferencia está descrito en el título de la misma: “Las consecuencias para América Latina de las elecciones en Estados Unidos”. Les adelanto que son muchas y muy importantes.

Comencemos por hablar de las elecciones.

En el 2016, contra la inmensa mayoría de los pronósticos, incluso el de su propio bando, Donald Trump derrotó a Hillary Clinton y ganó la presidencia de Estados Unidos.

Obtuvo algo menos de tres millones de votos populares, pero ganó en el Colegio Electoral que es el que decide la presidencia.

Ya se sabe que en Estados Unidos hay medio centenar de elecciones, una por cada Estado.

Trump sacó 306 votos contra 232 de su rival Hillary Clinton, quien al día siguiente, amable, seria y resignadamente concedió la victoria al republicano.

Las elecciones del 2020 fueron las del desquite. Joe Biden adelantó por más de seis millones de votos populares a Donald Trump, pero también ganó en el Colegio Electoral.

Obtuvo, de acuerdo con los más solventes cómputos, 306 votos contra los 232 de Donald Trump. La misma cifra con la que él había derotado a Hillary Clinton. Pero hasta ahí llegaron las coincidencias.

Trump no fue capaz de conceder el triunfo al candidato demócrata. Declaró, sin pruebas, que había habido un fraude colosal.

No sé si lo cree realmente o si solo pretende creerlo.

Un amigo experto en elecciones y en soluciones de conflictos, me dijo que era la forma que tenía Trump de mantener junto a él nada menos que a 70 millones de partidarios: jugar el papel de víctima.

No estoy seguro de que esa sea la explicación. Sólo que Estados Unidos es un país de leyes, y no basta con sacarse de la manga una acusación.

Hay que probarla ante los tribunales, y el recuento mantuvo inalterados los resultados de los casi 160 millones de votos emitidos.

En fin: lo probable es que el 20 de enero Joe Biden, para gran disgusto de Donald Trump, se convierta en el presidente número 46 que llega a la Casa Blanca.

No obstante, Trump le dejará a Biden una herencia envenenada: la mitad de los electores, unos setenta millones de personas, piensa que la presidencia de Biden es ilegítima, dado que, al menos supuestamente, es producto del fraude.

¿Cómo, supuestamente, se ha cometido el fraude? Sencillo  y complicado a la vez: votaron miles, millones de “muertos” e ilegales. Las máquinas de conteo fueron dolosamente alteradas, o los resultados pasaron por Barcelona y ahí rellenaron las urnas virtuales con votos falsos.

Todo eso, naturalmente, pertenece a la ficción, pero basta con que alguna persona más o menos acreditado (por ejemplo, el presidente del país), se dedique a propagar estas mentiras para que muchas personas las crean.

Al extremo de que el ingeniero venezolano Gustavo Coronel, en su conocido blog “Las armas de Coronel” publicó recientemente un excelente artículo titulado “La teoría conspirativa: el ascenso del homo insensatus”.

Para Coronel, el hombre insensato es el de las “teorías conspirativas”. Estas conducen al embrutecimiento. Hay seres humanos que se niegan a vacunar a sus hijos, o que rechazan la noción de que la tierra es redonda, pese a las demostraciones matemáticas, que vienen de los griegos, o incluso no creen en las fotos recientes de un planeta azul que gira vertiginosamente, pese a su aparente tranquilidad.

Coronel se sorprende de esos seres curiosos que no aceptan que los astronautas americanos llegaran a luna, y juran y perjuran que las fotos y las películas fueron sacadas en un desierto con aspecto, nunca mejor dicho, “lunático”.

Incluso, es posible (yo no lo sé) que Trump no crea absolutamente ninguna de las enormidades que se ve obligado a decir para lograr cierta coherencia.

En “El arte de la negociación”, libro escrito por Tony Schwartz, pero revisado y firmado por Donald Trump, afirma lo siguiente:

Juego con las fantasías de la gente. […] La gente quiere creer que algo es lo más grande, lo más valioso y lo más espectacular. Yo lo llamo “hipérbole voraz”. Es una forma inocente de exageración y una forma muy efectiva de promoción.”

Veamos el origen de la confusión.

Los Estados dudosos (los “swing states”) que exigían la victoria de Trump eran 13, por orden alfabético: Arizona, Florida, Georgia, Iowa, Michigan, Minnesota, Nevada, New Hampshire, North Carolina, Ohio, Pennsylvania, Texas y Wisconsin.

Trump tenía que ganar en casi todos para llegar a 270 votos electorales y conquistar la Casa Blanca.

Ganó en 5 estados: Florida, Iowa, North Carolina, Ohio y Texas. Pero perdió en 8: Arizona, Georgia, Michigan, Minnesota, Nevada, New Hampshire, Pennsylvania y Wisconsin.

En Arizona y Georgia ganó Biden ajustadamente, pero ganó, y se adjudicó 11 y 15 votos del Colegio Electoral.

En Michigan, donde Hillary había perdido por apenas 10,000 votos, Biden obtuvo una ventaja de 150,000 y ganó los 16 votos electorales.

Minnesota lo habían ganado los demócratas y lo volvió a ganar Joe Biden. Posee 10 votos electorales.

En Wisconsin, que la candidata demócrata en el 2016 había perdido por un puñado de sufragios, y con ellos los 10 votos electorales, ahora Biden ganó en el Estado por unos 20,000 votos.

En Pennsylvania ganó Biden por 80,000 votos y se llevó los 20 votos del Colegio Electoral. En el 2016 Trump había ganado en Pennsylvania.

Llegó un momento en que Trump no podía ganar si no lograba triunfar en Pennsylvania. La simple aritmética no le daba.

En definitiva, votaron masivamente por Joe Biden los afroamericanos (el 90% de las mujeres negras), el 64% de los hispanos, casi todas las otras minorías étnicas, la mayoría de quienes poseen otras preferencias sexuales y, en general, las personas más educadas de procedencia urbana.

¿Quiénes votaron por Donald Trump?

Sufragaron por Trump la mayoría de los varones blancos menos instruidos, las zonas rurales, y los evangélicos “pro vida”, que son casi todos.

De acuerdo con Pew Research Center la opinión pública norteamericana está dividida en dos coaliciones nítidamente perfiladas. Ni siquiera están de acuerdo en la importancia que le conceden a la Pandemia.

Mientras los demócratas creen que es preferible salvar vidas, aunque la economía sufra, los republicanos, grosso modo, sostienen lo contrario.

Para sintetizar, los demócratas –y así lo revela el gabinete de Biden- han adoptado como algo positivo la diversidad actual de la sociedad norteamericana, fundada en la inmigración y en la aceptación de las diferencias.

Los republicanos, especialmente los trumpistas, prefieren la visión de unos Estados Unidos regidos por la élite blanca estereotípica. Son nacionalistas y proteccionistas.

Aclaremos, antes de seguir, que los dos partidos tradicionales de Estados Unidos van cambiando ideológicamente de posición.

El Partido Republicano, de alguna manera fundado por Abraham Lincoln, fue el partido que le dio la libertad a los negros esclavos, y luego fue el partido progresista durante la época de Teddy Roosevelt, lo que en esa época no estaba reñido con el imperialismo o con el conservacionismo.

El Partido Demócrata, en cambio, representaba los valores sureños, y dio origen al Ku Klux Klan, pero fue transformándose al punto de que, en los años sesenta del siglo XX, el presidente Lyndon B. Johnson, mientras aumentaba la presencia norteamericana en Vietnam, o lanzaba una invasión a República Dominicana “para evitar una segunda Cuba”, proponía o firmaba el más comprometido paquete legislativo con destino de la población afroamericana de su país.

Lo que se ha dado en llamar “las leyes de derecho civil”.

Las consecuencias

En definitiva, ¿cuáles son las consecuencias para el mundo de las elecciones norteamericanas?

Cuando Anne Hidalgo, la alcaldesa de París de origen hispano, supo el resultado de las elecciones, respiró aliviada y exclamó: “Bienvenidos, otra vez, Estados Unidos al mundo al que pertenece”.

El mundo al que pertenece Estados Unidos es el mundo de la colaboración forjado durante la Segunda Guerra mundial, el de la postguerra, el de la OTAN, el de la Guerra Fría ganada por Occidente gracias a la tenacidad norteamericana y el de los mercados abiertos.

La señora Hidalgo no estuvo sola en su conjetura. Lo mismo ocurrió con el resto de los gobernantes europeos: la alemana Merkel, el francés Macron, la danesa Frederiksen o Dusco Marcovic, el premier de Montenegro.

Sólo Boris Johnson, Primer Ministro del Reino Unido, parecía tener una buena relación con Donald Trump, aunque se apresuró en felicitar a Joe Biden.

¿Qué sucederá con América Latina?

Según Jorge Castañeda, ex canciller de México, profesor, y autor de varios libros meritorios, en un artículo publicado en The New York Times hace apenas una semana, dice, desde el título que “Biden puede inspirar a Latinoamérica” y luego afirma que: “Una transformación de la agenda de Estados Unidos tendría un impacto importante en la región”.

El diplomático mexicano apunta a tres modificaciones sustantivas de las relaciones entre EE.UU y América Latina:

1.- Primero, el cambio de tono.

2.- Segundo, una estrategia común para enfrentarse a la Pandemia.

3.- Tercero, la transmisión de ideas y ejemplos. En la época del NewDeal Estados Unidos impuso su “poder blando”, y unas veces generó imitaciones más radicales y otras más moderadas en América Latina.

Castañeda termina con un optimista saludo al presidente recién elegido por los norteamericanos:

“Biden inspira a América Latina porque defiende los valores que Estados Unidos debería representar: los Derechos Humanos, la democracia, la lucha contra la corrupción, la voluntad de mitigar el cambio climático […] y, finalmente, porque puede inspirar a los latinoamericanos que siempre han estado a favor del multirateralismo, ya sea en las instituciones o en los valores”.

Castañeda termina con una pregunta, que es, al mismo tiempo, un reto: “¿Una transformación muy ambiciosa? Sí, pero América no debería esperar menos”.

Muchas gracias.

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