¿Y aquellos? Tampoco eran mercenarios…

Yoani Sánchez

La Habana, Cuba

Tengo varios amigos que llevan días sin dormir, pegados al teléfono o teniendo conversaciones frente al espejo, con la almohada o bajo el chorro de la ducha. Son algunos de los artistas que estuvieron el pasado 27 de noviembre frente al Ministerio de Cultura y ahora son el blanco de una campaña de difamación. Varios de sus nombres han sido señalados en los medios oficiales como «mercenarios», «financiados por el Imperio» y «terroristas».

Con los primeros insultos, varios de ellos me dijeron en tono crédulo «seguro que es una equivocación». Al tercer día, ya sabían que no se trataba de una confusión porque en la televisión los seguían asociando con actos vandálicos. Entonces pasaron a llamarme para explicar que en cuanto las autoridades revisaran mejor sus biografías todo iba a arreglarse. En fin de cuenta ellos son de «izquierda», «de padres revolucionarios», «una vez militaron en la Unión de Jóvenes Comunistas» y lo único que han hecho es «amar a Cuba».

Hay pocas cosas tan difíciles como arrebatar a quien está siendo víctima del fusilamiento de la reputación la ilusión de que se trata de un error que será enmendado y él quedará reivindicado. Pocos escuchan cuando se les aclara que el sistema está diseñado para responder con ese guión ante los críticos y que las actuales balas de la difamación están calculadamente dirigidas y pronto podrían convertirse en verdaderas granadas de fragmentación contra su prestigio.

Para el final de esta semana, al otro lado del teléfono el tono de las llamadas había cambiado y algunas voces empezaban a dar paso a la ira y a las posturas soeces.

«¿Cómo van a decir eso de mí si yo tengo una gaveta llena de diplomas de trabajos voluntarios?», llegó a decirme un viejo conocido que estaba aquella noche frente al Ministerio y ahora asiste abrumado a los maniqueos reportes que buscan vincular al Movimiento San Isidro y a los sucesos del 27N con sabotajes y violencia. En unos 40 minutos de conversación me repitió su biografía: escuelas al campo, sobrecumplimientos, obras plásticas donadas a hospitales…

Mientras hablaba, yo recordaba la primera vez que me dijeron «mercenaria» y «enemiga» de mi país. Tenía la «piel tan frágil» para la calumnia que, al igual que mi amigo, intentaba hacer ver que aquello tenía que ser un error colosal. También traté de mostrar mi abnegada hoja académica, mi buen talante para el diálogo, mi incapacidad de hacerle daño ni a una hormiga, mi desconocimiento de cualquier entrenamiento en «ciberguerra» y ese amor por la Isla que me sigue latiendo entre pecho y espalda. De nada sirvió, como tampoco le servirá ahora a los más recientes vilipendiados.

No sirve defenderse de tales acusaciones ni pensar que deben ser el error de algún funcionario, porque esos insultos no buscan ser creídos sino temidos. No están dirigidos a la víctima de la campaña de difamación sino a los espectadores pasivos de la diatriba, para que sepan qué les espera si se atreven a pasar del aplauso a los cuestionamientos. En ese caso, les aguarda ver sus rostros en el noticiero estelar rodeado de los peores adjetivos, las amenazas a sus familias, la reescritura de sus currículums para adaptarlos a los intereses de la historia que quiere contar el Poder, el insulto de los que se tragan tal papilla seudo informativa. Además de algún que otro acto de repudio y la inclusión de su nombre en artículos, fichas de seudo enciclopedias y matutinos escolares donde haga falta un enemigo que mostrar.

Pero, después de atravesar ese desierto, mis amigos sentirán el alma ligera y la piel curtida contra el agravio, dejarán de tratar de explicar quiénes son y poco les importará lo que de ellos piensen los que no investigan, no indagan más allá y aceptan una versión sin ponerla en duda. Además, una pregunta brotará cada vez con más fuerza en sus cabezas. «Si eso que dijeron de mí era mentira y yo lo sé bien, entonces cuando lo dijeron de otros anteriormente ¿también era falso?» 

Es en ese punto que todo el andamiaje de la calumnia se tambalea, los improperios dejan de funcionar y quedamos frente a frente, cercanos y comprendiéndonos, el acusado de hace medio siglo, el hostigado de tres décadas atrás, el mancillado de inicios de este milenio, el denigrado del quinquenio pasado y los culpados de hoy. ¿Qué sistema puede aplastar la conciencia colectiva de tantos difamados?

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